viernes, 22 de marzo de 2013

EL PAIS DE LA NIEVE 57 (La desconocida y fantástica historia del pueblo Pijao)




Las jóvenes ya se acercaban jadeando a la laguna donde las esperaban tres brujos muy engalanados con collares de pepas de colores, diademas de vistosas plumas, narigueras de oro lo mismo que los aretes y largas ruanas que los protegían del frio. Treinta jovencitas de diminutos guayucos danzaban alrededor de cuatro bultos de oro y cuatro olladas de piedras preciosas en el centro de siete fogatas gigantescas con las flamas bailando soberbias y crepitantes. Lanzaban miles de chispas de todos los colores, perdiéndose misteriosamente en el espacio.  
Nunca se había visto un desorden tan colosal en la gente, un delirio tan enfebrecido, una alegría tan autentica y alucinada. Corrían de aquí allá estirando los cuerpos, las cabezas, empujándose entre el tumulto para no perderse ningún acto de la fiesta. Hablaban pero nadie se entendía. Solo se miraban para luego extraviarse en la multitud Corrían centenares de indios al lado de MIllaray y Yexalen animándolas en su huída de los novios, para luego devolverse a donde Ibagué y Cajamarca venían corriendo  a largas zancadas gritándoles: “Corraaann, corraaannn,  corraaaann, que ya casi las alcanzan. Corraaan”. Iban los hombres por centenares como manadas de toros irracionales . Iban las mujeres corriendo también, riendo locas, muchas con sus hijos en la espalda. Iban los niños embolatados pero contentos, metiéndose y forzándose en el tumulto que como olas, iban y volvían estrellándose contra ellas mismas, dejando a muchos tendidos en el suelo.
Finalmente reina y princesa llegaron al borde de la laguna, respirando ansiosas. Había mucha gente ahí. “Vienen lejos, no tienen tanto aguante como nosotras”, dijo Yexalen soltándose el pelo que había amarrado con una fibra de bejuco y mirando lejos por los espacios que la gente dejaba. “Desnudémonos ya, antes de que ellos aparezcan” dijo Millaray quitándose el guayuco, igual hizo Yexalen quedando como diosas carnales entre el aire que paró para verlas, lo mismo que el sol. Los hombres, que no las habían visto así, se estremecieron de deseo quedándose mudos y completamente quietos sin saber que hacer. Fue solo un momento pero bastante para tenerlas así, por siempre en su recuerdo.
“Vamos ya”, gritaron las dos muchachas lanzándose al agua.
Se hundirían inventando juegos prohibidos. “Tendrán que luchar mucho para tenernos” dijo Yexalen, deslizándose igual que una sirena en el líquido. “Cajamarca entenderá que yo no soy tan fácil y que tiene que conseguirme con cansancio y mucho sudor”, dijo Millaray dando volteretas en la espuma y alejándose de la orilla, mientras los tres brujos aguardarían la captura que les harían sus maridos, custodiando el oro y danzando alrededor de las fogatas, haciendo círculos y espirales junto a las treinta adolescentes que también danzaban con pequeñas antorchas prendidas en las siete hogueras no hacía mucho. A los lados habían músicos: Tamborileros, flautistas, maraqueros, charrasqueros llenando el espacio con sus melodías ardientes.
En medio de la danza, la algarabía y la furia, asomaron Cajamarca e Ibagué en los recodos de la calle humana que se desbarataba su paso. “Pronto serán nuestras”, dijo Cajamarca respirando forzado. Pararon al borde del agua mirando lejos queriendo encontrarlas.
Se quitaron los guayucos quedando desnudos y musculosos frente a miles de gentes alborozadas que no paraban de gritar y de reír señalando y haciendo gestos mientras las treinta adolescentes los rodeaban bailando y entonando canciones. “Están bien”, dijo una muchacha de trece años sobándose el vientre. “Mi marido es mejor”, contestó otra sin quitarle los ojos a Cajamarca.
Los caciques miraron la laguna lejos. Vieron a sus amigas flotar, hundirse y reír con sus cuerpos ondulantes haciendo espuma. “Allá están. Ya son nuestras”, dijo Ibagué mirando  a su yerno Cajamarca muy brillantes los ojos. Se sumergieron ariscos en el agua tan fría. Nadaron buscándolas, en la competencia mas brava de sus vidas mientras las jóvenes braceaban huyendo entre risas y gritos dichosos. “Alcáncenos si pueden. Pruébenos que tan guapos son”, gritaba Millaray levantándose como un pez volador. Yexalen iba y volvía caprichosa, en un juego cómplice con el agua, con el aire. Ese juego fue largo y excitante. “No nos afanemos. Dejemos que se cansen y llegamos” le dijo Ibagué a Cajamarca guiñándole un ojo. “Aparentemos que no podemos alcanzarlas.  Nadarán y se cansarán, entonces ahí llegamos” Las travesuras se extendieron una hora hasta que Millaray y Yexalen se acercaron a la orilla. Entonces ellos aprovecharon y llegando a donde estaban, las atraparon entre risas y luchas. “Por fin eres mia”. “Ya te tengo”. “Huye, huye a ver si eres capáz”. “Tu cuerpo es como las manzanas y las peras de dulce sabor” “Ven, ven por favor, diosa de las aguas” “Eres semejante al viento. Vuelas, corres y te metes por donde quieres. Ohhhh siento morirme” 


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