“Mohán
pedirá al cielo bendiciones para los casados y para que éste pueblo marche bien”.
“Si, sabemos que lo hará. Tiene los poderes del universo dentro de él y por eso
le queda fácil que las estrellas y los dioses nos acompañen, con sus pedidos ”.
En los días siguientes hubo afiebrada actividad,
todo para la gan fiesta.
De repente el pueblo creció.
Centenares de nuevas chozas aparecieron en el
bosque en menos de una semana, llenando de humo, antorchas, fogatas, música de
tamboras y flautas, y gritos el aire. Voces, risas, órdenes, muchos gritos . .
. La gente que siempre había vivido allí. se paraba en mitad de los caminos a hablar
y a hacerse amigos comentando los cambios que eran muchos“Tenemos que acostumbrarnos
a lo que está pasando” “Los jefes mandan y nosotros tenemos que obedecer”
“Claro. Si no lo hacemos nos castigan”. “Lo mejor es quedarnos callados y vivir
tranquilos” decían los mas antiguos de las tribus asentadas largos años allí.
Al amanecer del domingo, muy a las cinco, sonó
el cuerno despertando a los indígenas que todavía dormian, y alertando a los
que estaban algo lejos del poblado. Los tambores, los timbales, las flautas,
las charrascas iniciaron una fiesta que sería inolvidable en la memoria de
aquel pueblo. “Quiero chicha, demen mas chicha que hoy es fiesta” decían de
pronto, corriendo por todas partes, entrando a las cocinas, comiendo lo que
querían. Aunque no había amanecido bien, la gente corría felíz, saludandose,
riendo, diciendo cosas. “Esta carne está muy buena”. “Quiere yuca?” “Si” “Quiere
mas chicha? “Si”. “En estos días podemos tener lo que queremos”. “Los Panches,
la tribu nueva que se quedará aquí, es muy trabajadora. Tenemos que ser buenos
amigos de ellos”.
A las ocho, las mujeres y las niñas ya se había
vestido con las mejores batas de colores. Se habían puesto sus diademas, sus
aretes, sus pulseras y tobilleras. Además quedaron hermosas habiéndose pintado
la cara y los brazos con rayitas y bolitas de colores. Los hombres y jóvenes parecían
poderosos con sus guayucos de piel de pumas, con sus collares y aretes, con los
pectorales y tobilleras. Con diademas y narigueras de oro y con sus pinturas
angulares en la cara que muchos de ellos tenían deformada a propósito desde
niños, para producir terror en los enemigos que quisieran atacarlos.
Entonces la gente caminó en procesión hasta el
claro del bosque donde estaba la estatua del brujo fundador. Una hora después de
que el pueblo se hubiera reunido allí, la princesa Millaray y Cajamarca, la
reina Yexalen y el cacique Ibagué fueron llevados en sillas de madera por el
camino de honor hasta el sagrario, por dieciseis indígenas sosteniendo palos
atravesados en los asientos. Detrás de ellos iba Mohán vestido con su piel de
toro, sostenido el pelo con una balaca de oro que le prestó el cacique
Cajamarca. Fumaba tabaco mirando a las mujeres que lo saludaban, atraídas por éste
mago enigmático “Que es lo que Mohán tiene que enloquece”, se decían. “Ese
brujo tiene la fuerza de un toro y todas lo quieren” “Yo seré la próxima amante
de el. Me dejaré llevar al río para que haga conmigo lo que quiera”, añadía
otra riéndose.
Ahí venía la diosa Inhimpitu al lado de Mohán.
“Tan bella que es”, murmuraban muchos. “Es una
diosa del país de la sal, el país de la Guajira, eso dicen”. “Si”. “Dicen también,
que nació de un huevo hace miles de años”. “Yo no creo eso, son puros cuentos
que nos quieren hacer creer” “Muchos afirman que tiene una hija de quince
centímetros perdida en los bosques de Columbus, y que la princesa Millaray,
acompañada por Cajamarca, la buscará y cuando la encuentre, se la entregará, a
cambio de un diamante que la niña tiene. Dicen que es el diamante del poder que
convertirá a Millaray en diosa de los dioses”.
Inhimpitu llevaba su cetro del poder en la mano
izquierda mientras con la derecha se levantaba el vestido de colores que se le
enredaba muy seguido en la maleza. “Buenos días, buenos días”, decía. Tenía su
corona de oro muy brillante porque mandaba rayos a todo sitio con la luz del
sol, un collar con esmeraldas incrustadas,
pulseras de delicado sonido y la cara la tenía pintada con rayitas de colores.
Las sandalias eran de cuero de cocodrilo que ella apreciaba como reliquias
porque se las había regalado el dios Bochica en una visita que les hizo a los
Wayú después de bajar del arco iris, cuando terminó el diluvio en su nación
Chibcha..
Los Brujos y las sacerdotisas venían también.
Ellos estaban
vestidos con largas batas blancas y sus compañeras tenían vestidos de colores.
Entonaban canciones entre el sonido de las flautas y los tambores. Algunos
bailaban por la alegría que les daba la chicha gritando “Que viva Cajamarca” “Que vivaaaaa”.
“Que viva la princesa Millaray”, “Que vivaaaaaa”. “Que viva el cacique Ibaguéeeee”,
“Que vivaaaaaa”, “Que viva la reina Yexalen”, “Que vivaaaaa”, gritaban alborotados.
La calle humana se revolvía. Caminaban atropellándose y empujándose, acomodándose
lo mejor que podían en la vasta extensión para no perderse los detalles de las
bodas.
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