miércoles, 13 de marzo de 2013

EL PAIS DE LA NIEVE 55 (La desconocida y fantástica historia del pueblo Pijao)

 
 
 
 “Mohán pedirá al cielo bendiciones para los casados y para que éste pueblo marche bien”. “Si, sabemos que lo hará. Tiene los poderes del universo dentro de él y por eso le queda fácil que las estrellas y los dioses nos acompañen, con sus pedidos ”.
En los días siguientes hubo afiebrada actividad, todo para la gan fiesta.
De repente el pueblo creció.
Centenares de nuevas chozas aparecieron en el bosque en menos de una semana, llenando de humo, antorchas, fogatas, música de tamboras y flautas, y gritos el aire. Voces, risas, órdenes, muchos gritos . . . La gente que siempre había vivido allí. se paraba en mitad de los caminos a hablar y a hacerse amigos comentando los cambios que eran muchos“Tenemos que acostumbrarnos a lo que está pasando” “Los jefes mandan y nosotros tenemos que obedecer” “Claro. Si no lo hacemos nos castigan”. “Lo mejor es quedarnos callados y vivir tranquilos” decían los mas antiguos de las tribus asentadas largos años allí.
Al amanecer del domingo, muy a las cinco, sonó el cuerno despertando a los indígenas que todavía dormian, y alertando a los que estaban algo lejos del poblado. Los tambores, los timbales, las flautas, las charrascas iniciaron una fiesta que sería inolvidable en la memoria de aquel pueblo. “Quiero chicha, demen mas chicha que hoy es fiesta” decían de pronto, corriendo por todas partes, entrando a las cocinas, comiendo lo que querían. Aunque no había amanecido bien, la gente corría felíz, saludandose, riendo, diciendo cosas. “Esta carne está muy buena”. “Quiere yuca?” “Si” “Quiere mas chicha? “Si”. “En estos días podemos tener lo que queremos”. “Los Panches, la tribu nueva que se quedará aquí, es muy trabajadora. Tenemos que ser buenos amigos de ellos”.
A las ocho, las mujeres y las niñas ya se había vestido con las mejores batas de colores. Se habían puesto sus diademas, sus aretes, sus pulseras y tobilleras. Además quedaron hermosas habiéndose pintado la cara y los brazos con rayitas y bolitas de colores. Los hombres y jóvenes parecían poderosos con sus guayucos de piel de pumas, con sus collares y aretes, con los pectorales y tobilleras. Con diademas y narigueras de oro y con sus pinturas angulares en la cara que muchos de ellos tenían deformada a propósito desde niños, para producir terror en los enemigos que quisieran atacarlos.
 “Ahora vamos a la estatua del brujo desconocido”, gritó de pronto el taita Amuillán parado en la tarima de largos palos. “Vamos. Vamos rápido que la ceremonia ya empieza”. Decía a todo grito.
Entonces la gente caminó en procesión hasta el claro del bosque donde estaba la estatua del brujo fundador. Una hora después de que el pueblo se hubiera reunido allí, la princesa Millaray y Cajamarca, la reina Yexalen y el cacique Ibagué fueron llevados en sillas de madera por el camino de honor hasta el sagrario, por dieciseis indígenas sosteniendo palos atravesados en los asientos. Detrás de ellos iba Mohán vestido con su piel de toro, sostenido el pelo con una balaca de oro que le prestó el cacique Cajamarca. Fumaba tabaco mirando a las mujeres que lo saludaban, atraídas por éste mago enigmático “Que es lo que Mohán tiene que enloquece”, se decían. “Ese brujo tiene la fuerza de un toro y todas lo quieren” “Yo seré la próxima amante de el. Me dejaré llevar al río para que haga conmigo lo que quiera”, añadía otra riéndose.
Ahí venía la diosa Inhimpitu al lado de Mohán.
“Tan bella que es”, murmuraban muchos. “Es una diosa del país de la sal, el país de la Guajira, eso dicen”. “Si”. “Dicen también, que nació de un huevo hace miles de años”. “Yo no creo eso, son puros cuentos que nos quieren hacer creer” “Muchos afirman que tiene una hija de quince centímetros perdida en los bosques de Columbus, y que la princesa Millaray, acompañada por Cajamarca, la buscará y cuando la encuentre, se la entregará, a cambio de un diamante que la niña tiene. Dicen que es el diamante del poder que convertirá a Millaray en diosa de los dioses”.
Inhimpitu llevaba su cetro del poder en la mano izquierda mientras con la derecha se levantaba el vestido de colores que se le enredaba muy seguido en la maleza. “Buenos días, buenos días”, decía. Tenía su corona de oro muy brillante porque mandaba rayos a todo sitio con la luz del sol, un collar con  esmeraldas incrustadas, pulseras de delicado sonido y la cara la tenía pintada con rayitas de colores. Las sandalias eran de cuero de cocodrilo que ella apreciaba como reliquias porque se las había regalado el dios Bochica en una visita que les hizo a los Wayú después de bajar del arco iris, cuando terminó el diluvio en su nación Chibcha..
Los Brujos y las sacerdotisas venían también.
 Ellos estaban vestidos con largas batas blancas y sus compañeras tenían vestidos de colores. Entonaban canciones entre el sonido de las flautas y los tambores. Algunos bailaban por la alegría que les daba la chicha  gritando “Que viva Cajamarca” “Que vivaaaaa”. “Que viva la princesa Millaray”, “Que vivaaaaaa”. “Que viva el cacique Ibaguéeeee”, “Que vivaaaaaa”, “Que viva la reina Yexalen”, “Que vivaaaaa”, gritaban alborotados. La calle humana se revolvía. Caminaban atropellándose y empujándose, acomodándose lo mejor que podían en la vasta extensión para no perderse los detalles de las bodas.


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