“Cuanto nos demoraremos en llegar a Cajamarca, cóndor?” le preguntó en
un grito Millaray, ahuecándose entre las plumas para evitar el viento tan
helado.. “Por ahí media hora, usted lo sabe princesa”. “Que bueno
volar así”, gritaba Inhimpitu mirando el paisaje dormido en la tarde. “Cuando
quiera volar me dice y la llevaré a lugares muy lindos de Columbus” le dijo
Millaray. “Gracias. Sé que volaremos mucho las dos, buscando algo precioso para
usted y para mi, así está escrito”.
Se quedaron callados mirando como las nubes se oscurecían.
Era difícil percibir el paisaje, pero el cóndor siguió volando entre esas
nubes espesas que penetraban a los viajeros empapándolos rápidamente con su
brisa. Debían resistir hasta Cajamarca donde comerían, se calentarían al pie de
las fogatas o encima de las hornillas y descansarían en las esteras o en las
hamacas abrigados por gruesas cobijas de lana, hasta sentirse bien porque
tenían maltratados sus cuerpos.
Mientras tanto Ibagué, Yexalen y los Panches bajaban por los feos caminos
hundiéndose en el barro, hiriéndose con las ramas, con las rocas,
confundiéndose con las mulas y aguantando el frio que los hacía temblar. Pero no
se detendrían “Eeeeeiiijjjaaaa, eeeiiijjjaaaa, eeeeiiijjjaaaaa. Adelaanteee
mulaas, no paren que ya descansaraan en el puebloooo”, gritaba alguno. “Uiiijjjaaaa,
uuuuiiiijjaaaa, uuuiiiijjaaaa, tenemos que afanarleeee”, gritaba otro. “Yo
quiero llegar a Cajamarcaaaaa”,, decían en otro grito. La noche se hacía mas
oscura, gotas gruesas caían. Seguro un aguacero muy fuerte los cogería
adelante. La gente no le puso cuidado a eso porque una voz conocida los iba animando
“Adelaaanteee Paaancheees, adeeelanteee,
no vamos a parar sino cuando lleguemos a Cajamarcaaa, adelanteee bravooo pueeeeblooo”
gritaba Ibagué con toda su fuerza. Aceleraban
el paso arriando las mulas, cargando a los niños que lloraban de frio y de hambre,
ayudando a las mujeres que se desmayaban, llevando a los hombres viejos que ya
no resistían la caminata.
Un aguacero cayó espeso y frio pero la gente no paró. Así caminaron seis
horas, llegando al fin a las orillas del río bermellón que bajaba enfurecido.
Hasta ahí fue la caminata, porque querer cruzarlo en esa oscuridad era
un suicidio.”Tenemos que aguantar éste aguacero hasta que amanezca”, decían.
“Nos vamos a helar” “No tenemos nada que comer”. Se quedaron en la orilla
temblando, bostezando acurrucados junto a los troncos, debajo de hojas grandes
y junto a las rocas. Los hombres cubrían a las mujeres y a los niños con pieles
de animales, con las hojas grandes del bosque y con ruanas que escurrían una y otra vez para que
de nuevo se empaparan. Pasaron cinco horas viendo como al fin el sol aparecía en
las siluetas de las montañas.
Con la luz se animaron queriendo pasar pero no podían porque la potencia
del agua daba temor. El pueblo de Cajamarca no estaba lejos, “Como hacemos para decirles que estamos aquí?”.
Ahora recibían el sol.
Los niños y las mujeres todavía estaban morados con los ojos rojos las
uñas azules. “Nos vamos a morir de frio y hambre” decían. Y el sol salió mas y
el aguacero por fin desapareció.
Despaciosamente pasaron cuatro horas y el rio bajó su nivel.
Entonces un indio se animó parándose en un barranco con una vara larga del
bosque. La metió en la orilla del rio y agarrándose de la punta y lanzándose
como si saltara en jabalina, se alzó por encima del agua cayendo al otro lado
en medio de risas, silbidos, muchos gritos y buenos comentarios “Eso es,
bravooo, bravooo, bravoooo. Mándenos la vara para pasar nosotros también “Claro
ahí vaaaaaaa” y así, de uno en uno pasaron muchos corriendo al pueblo, mientras
otros consiguieron mas varas para hacer
lo mismo.
“Se muriooo Saaálibaaa” gritaba una mujer corriendo entre la gente,
incontrolada en sus sollozos “Se muriooo mi paaadreee”. Iba y venía congestionada
de dolor “Se murióoo Saaaaaliiiibaaaa, se muriooo Saaaaliiiiibaaa, se muriooo
mi paaadreeee” gritaba sin parar. La tribu ya lo había recogido y lo había
tapado con una sábana sucia para darle sepultura. Se murió de helaje, de hambre,
de edad y de cansancio. No resistió y cayó al borde del pueblo. Otros indios
cogieron a la mujer, consolándola “Ya, ya, no llore mas” “Se murió mi padre.
Ahora que voy a hacer sin él. Díganme que voy a hacer sin el?” repetía y
repetía en lamentos.
Los indios corrieron al caserío volviendo con lazos de fique que
amarraron a dos árboles gigantescos en una orilla lanzándolos al otro lado,
donde también los sujetaron inventando un puente por el que mucha gente pasaría.
Encima de los lazos fueron amarrando varas gruesas atravesadas, bien firmes
para que resistieran el paso de muchos. Cuando
estuvo listo empezaron a cruzar. “Hágale, hágale con cuidado” le decían
a una muchacha empapada y temblorosa de las primeras en querer pasar. Despues lo
hicieron tres jovencitos sosteniéndose de un lazo mas alto y pisando las varas
sin mirar al agua. Luego otras mujeres y varios ancianos. Eso duró buen rato porque
el puente se balanceaba con peligro “Hay que tener cuidado no sea que nos caigamos
al rio” decían. Los hombres ayudaban a los niños, vigilaban a las mujeres, a
los ancianos. Después de largas horas el pueblo fue cruzando, yendo al pueblo donde
las mujeres los esperaban con comida y
dormida. “Pero tenemos que enterrar a Sáliba, hay que enterrarlo ya”.
Bajaron de una mula palas y
barretones abriendo un hueco de tres
metros en menos de dos horas. Tomaron el cuerpo del anciano y bajándolo con
sábanas lo pusieron en el fondo. Luego dejaron caer con un lazo, una olla de
barro llena de oro con tres diamantes y tres esmeraldas. Bajaron también una
olla llena de comida, echándole tierra al difunto entre el llanto de la familia
y de su hija inconsolable.
Hicieron un corto rito “Fuerzas del universo, Hermano sol, hermana luna,
les rogamos que acompañen el alma de Sáliba en su viaje a las estrellas. No lo
abandonen. Booomm, booomm, boooomm” repetían en una danza apresurada.
Terminado el entierro se fueron al pueblo con
la princesa millaray, con el cacique Cajamarca y con la diosa Inhimpitu que
habían venido a saludarlos y a esperarlos dándoles ánimo. Las mulas las llevarían
al pueblo mas de cincuenta indios en una larga vuelta por la parte baja del rio. A ellos les habían
traído comida y ropa seca para que se cambiaran, se caloriaran y quitaran el
hambre.
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