“Hasta luego, hasta luego buenos
amigos”. Luego caminó hasta la fogata del hielo que todavía ardía chirriante y metiéndose
ahí de un salto se agachó para que la
candela lo cubriera completamente. Así fue como desapareció en el fuego que también
se apagó al instante.
De pronto se escucho un griterío impresionante.
Largos silbidos salían del bosque. Era la tribu Panche llamando a su
jefe Ibagué para que se fuera con ellos a las regiones bajas donde tenían
planeado llegar para quedarse. Sentían su demora y querían irse ya a conseguir
tierras nuevas para vivir sin problemas. Desde hacía rato se habían metido en
la vegetación cercana al nevado, no muy lejos, buscando cualquier flor, fruta o
raíz que les sirviera para comer. Cazaban también pájaros y animales
desprevenidos que azaban en una fogata de candela rabiosa.
Luego subieron en una carrera acelerada y bulliciosa al hielo y entre la
neblina, buscando a su cacique, “Eeeiijjaaaa, eeeeiiiijjaaaa, eeeiiijjaaa. Nos
vamos a congelar aquí” gritaban irritados. Y traian al caballo Cuminao, del cacique
Ibagué, para que se montara y bajara con ellos a las tierras tibias. “Aquí está
haciendo mucho frío. Vámonos cacique Ibagué, vamos ya. Es tiempo de buscar otros
lugares”, le decían desde lejos haciendo bocinas con las manos.
También habían alistado decenas de mulas cargadas con bultos de
baratijas y tesoros, todo mezclado. Esos animales estaban inquietos pateando el hielo, rebuznando
seguido, moviéndose nerviosos entre la tribu que ya se disponía a bajar.
Viendo Calarcá que la visita de los dioses y los jefes indios había
terminado, caminó a un lado de la caverna donde encontró su caballo, montándose
de un salto y animando al equino con palmaditas en el cuello y cortos gritos
entre sus cabriolas. El animal resopló nervioso corriendo entre la indiamenta
que se separaba entre gritos y silbidos dándole paso. “Yo también tengo que irme. Debo recorrer los
pueblos pijaos para ver si están tranquilos, o si no, para cuidarlos de los enemigos.
Ustedes saben que ese es mi oficio”, y sin bajarse del caballo, dijo “Adiooooos”
echando a correr de repente con toda
furia “Adioooooos amigos, adioooooos Panches” levantando el brazo en que
llevaba su lanza, recuperada antes de la conjuración que se le hiciera a
Quemuenchatocha.
Siguió en su enorme carrera que lo llevaría a todos los poblados.
Y en todas partes lo recibírían como al mas bravo capitán de ejércitos
Pijao que hubiera habido entre sus hombres.
Visitaría a sus mujeres “Tengo que estar ya con una de mis mujeres. Lo
necesito con urgencia” y volaba en su caballo ganándole en la carrera, al
viento y a los sonidos de la selva.
Vería a los hijos que había dejado en los caseríos. Los levantaría
diciéndoles “Yo soy calarcá, su padre, y tu también eres un aguerrido y
poderoso Pijao, dueño de todas las riquezas de éstas tierras. No lo olvides
hijo mio. Cuídalas y consérvalas también para tus hijos” y de nuevo seguiría en
su caballo recorriendo los caminos embarrados o desérticos, atravesando los
ríos, llevando siempre en la mano su lanza de oro con punta de diamante,
símbolo de la libertad y poder de aquellos pueblos.
Así, Calarcá se perdió rápidamente a lo lejos entre el viento que estaba
muy cortante, lo mismo que la neblina.
El gigante señor de la fuerza y del poder que miraba todo en silencio,
dijo finalmente “adiós amigos”, estirando el moco y moviendo acelerado su cola
de caballo. Dio inesperadamente un grito de trompeta, asustando a los que
quedaban, separándose veinte metros de ellos. Allá respiró hondo abriendo mucho
los brazos. Cerró los ojos aspirando casi todo el aire de la montaña,
estremeció el cuerpo como si estuviera poseído por una fuerza desconocida, y
desapareció en el aire igual que una llama que se apaga con un soplo. Entonces
el pequeño grupo quedó admirado y felíz porque sabían que su amigo, cuidador de
las riquezas, era capaz de cualquier cosa por increíble que fuera.
Después de todo eso, El cacique Ibagué lanzó un enorme grito encima de
la montaña y sobre el hielo “Vámooos Paaaancheeees. Caminemos a las tierras de
mi yerno Cajamarcaaaa. Vamos yaaaaa”. Y la tribu ahora si se acercó corriendo y
gritando. “Eeeeppppaaaa, eeeepppaaa”, “Yuuujjjuuiiii, yyuujjuuii” y un indio le entregó el caballo y el cacique se
montó de un salto ayudando a su amiga Yexalen a subir al anca donde ella se
acomodó agarrándose fuertemente del cacique. Había estado callada mucho tiempo
“Ven, asegúrate, que por fin nos vamos” “Bueno” contestó ella cuadrándose en el
tapete de lana de ovejo que cubría al caballo y que le amortiguaba los golpes
de la carrera. “Como ustedes se van en
el cóndor, nosotros nos anticipamos en la caminata” le dijo Ibagué a la diosa
Inhimpitu, a Millaray y a Cajamarca que lo miraban dando órdenes a la gente de
su tribu. “Las mulas y los caminos nos demorarán un tiempo para llegar pero nos
encontraremos en el caserío dentro de poco” “Si padre. Los esperaremos allá.
Les tendremos lista la comida y también las esteras y las cobijas para que
descansen todo lo que quieran. Yo también llamaré al cóndor inmediatamente para
irnos ya”.
Entonces Ibagué animó a Cuminao haciéndolo trotar en muchas revueltas.
Yexalen, en el anca estaba hermosa “Hasta luego Millaray, hasta luego diosa Dulima
y diosa Inhimpitu, hasta luego cacique Cajamarca. Pronto nos veremos en el
pueblo. Que les vaya bien en su vuelo”, decía duro Yexalen. “Hasta luego a
todos” dijo en un alto vozarrón Ibagué, pasando entre los Panches para ponerse
al frente de ellos.
Entonces fue ahí cuando todos escucharon un grito femenino.
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