miércoles, 6 de febrero de 2013

EL PAIS DE LA NIEVE 47 (La desconocida y fantástica historia del pueblo Pijao)



 “Hasta luego, hasta luego buenos amigos”. Luego caminó hasta la fogata del hielo que todavía ardía chirriante y metiéndose ahí de un  salto se agachó para que la candela lo cubriera completamente. Así fue como desapareció en el fuego que también se apagó al instante.

De pronto se escucho un griterío impresionante.

Largos silbidos salían del bosque. Era la tribu Panche llamando a su jefe Ibagué para que se fuera con ellos a las regiones bajas donde tenían planeado llegar para quedarse. Sentían su demora y querían irse ya a conseguir tierras nuevas para vivir sin problemas. Desde hacía rato se habían metido en la vegetación cercana al nevado, no muy lejos, buscando cualquier flor, fruta o raíz que les sirviera para comer. Cazaban también pájaros y animales desprevenidos que azaban en una fogata de candela rabiosa.

Luego subieron en una carrera acelerada y bulliciosa al hielo y entre la neblina, buscando a su cacique, “Eeeiijjaaaa, eeeeiiiijjaaaa, eeeiiijjaaa. Nos vamos a congelar aquí” gritaban irritados. Y traian al caballo Cuminao, del cacique Ibagué, para que se montara y bajara con ellos a las tierras tibias. “Aquí está haciendo mucho frío. Vámonos cacique Ibagué, vamos ya. Es tiempo de buscar otros lugares”, le decían desde lejos haciendo bocinas con las manos.

También habían alistado decenas de mulas cargadas con bultos de baratijas y tesoros, todo mezclado. Esos animales estaban  inquietos pateando el hielo, rebuznando seguido, moviéndose nerviosos entre la tribu que ya se disponía a bajar.

Viendo Calarcá que la visita de los dioses y los jefes indios había terminado, caminó a un lado de la caverna donde encontró su caballo, montándose de un salto y animando al equino con palmaditas en el cuello y cortos gritos entre sus cabriolas. El animal resopló nervioso corriendo entre la indiamenta que se separaba entre gritos y silbidos dándole paso.  “Yo también tengo que irme. Debo recorrer los pueblos pijaos para ver si están tranquilos, o si no, para cuidarlos de los enemigos. Ustedes saben que ese es mi oficio”, y sin bajarse del caballo, dijo “Adiooooos”  echando a correr de repente con toda furia “Adioooooos amigos, adioooooos Panches” levantando el brazo en que llevaba su lanza, recuperada antes de la conjuración que se le hiciera a Quemuenchatocha.

Siguió en su enorme carrera que lo llevaría a todos los poblados.

Y en todas partes lo recibírían como al mas bravo capitán de ejércitos Pijao que hubiera habido entre sus hombres.

Visitaría a sus mujeres “Tengo que estar ya con una de mis mujeres. Lo necesito con urgencia” y volaba en su caballo ganándole en la carrera, al viento y a los sonidos de la selva.

Vería a los hijos que había dejado en los caseríos. Los levantaría diciéndoles “Yo soy calarcá, su padre, y tu también eres un aguerrido y poderoso Pijao, dueño de todas las riquezas de éstas tierras. No lo olvides hijo mio. Cuídalas y consérvalas también para tus hijos” y de nuevo seguiría en su caballo recorriendo los caminos embarrados o desérticos, atravesando los ríos, llevando siempre en la mano su lanza de oro con punta de diamante, símbolo de la libertad y poder de aquellos pueblos.

Así, Calarcá se perdió rápidamente a lo lejos entre el viento que estaba muy cortante, lo mismo que la neblina.

El gigante señor de la fuerza y del poder que miraba todo en silencio, dijo finalmente “adiós amigos”, estirando el moco y moviendo acelerado su cola de caballo. Dio inesperadamente un grito de trompeta, asustando a los que quedaban, separándose veinte metros de ellos. Allá respiró hondo abriendo mucho los brazos. Cerró los ojos aspirando casi todo el aire de la montaña, estremeció el cuerpo como si estuviera poseído por una fuerza desconocida, y desapareció en el aire igual que una llama que se apaga con un soplo. Entonces el pequeño grupo quedó admirado y felíz porque sabían que su amigo, cuidador de las riquezas, era capaz de cualquier cosa por increíble que fuera.

Después de todo eso, El cacique Ibagué lanzó un enorme grito encima de la montaña y sobre el hielo “Vámooos Paaaancheeees. Caminemos a las tierras de mi yerno Cajamarcaaaa. Vamos yaaaaa”. Y la tribu ahora si se acercó corriendo y gritando. “Eeeeppppaaaa, eeeepppaaa”, “Yuuujjjuuiiii, yyuujjuuii”  y un indio le entregó el caballo y el cacique se montó de un salto ayudando a su amiga Yexalen a subir al anca donde ella se acomodó agarrándose fuertemente del cacique. Había estado callada mucho tiempo “Ven, asegúrate, que por fin nos vamos” “Bueno” contestó ella cuadrándose en el tapete de lana de ovejo que cubría al caballo y que le amortiguaba los golpes de la carrera.  “Como ustedes se van en el cóndor, nosotros nos anticipamos en la caminata” le dijo Ibagué a la diosa Inhimpitu, a Millaray y a Cajamarca que lo miraban dando órdenes a la gente de su tribu. “Las mulas y los caminos nos demorarán un tiempo para llegar pero nos encontraremos en el caserío dentro de poco” “Si padre. Los esperaremos allá. Les tendremos lista la comida y también las esteras y las cobijas para que descansen todo lo que quieran. Yo también llamaré al cóndor inmediatamente para irnos ya”.  

Entonces Ibagué animó a Cuminao haciéndolo trotar en muchas revueltas. Yexalen, en el anca estaba hermosa “Hasta luego Millaray, hasta luego diosa Dulima y diosa Inhimpitu, hasta luego cacique Cajamarca. Pronto nos veremos en el pueblo. Que les vaya bien en su vuelo”, decía duro Yexalen. “Hasta luego a todos” dijo en un alto vozarrón Ibagué, pasando entre los Panches para ponerse al frente de ellos.

Entonces fue ahí cuando todos escucharon un grito femenino.

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