viernes, 1 de febrero de 2013

EL PAIS DE LA NIEVE 46 (La desconocida y fantástica historia del pueblo Pijao)




 “Nube verde, nube verde le ordeno que se detenga y baje aquí en éste momento” le gritó la diosa Bachué a la nube.

Y la nube bajó lenta al lado de rocas no muy altas pero blancas por la nieve que no dejaba de caer, poniéndose frente al grupo, que observaba muy extrañado el carro aéreo de aquellos dioses.

Entonces la diosa Bachué aprovechando su carruaje tan instantáneamente presente frente a ellos, abrazó y besó a todos sus amigos uno por uno, entre sonrisas y muchas palabras, “Adios, adiós, inolvidables amigos. Gracias por las cosas lindas que han pasado aquí en éstos dias y gracias a usted señor de la fuerza y del poder por haber vuelto el nevado a la normalidad”. “Adios, adiós amigos mios y amigos del tiempo, decía el dios Bochica subiéndose a la nube de un salto, alargando el brazo para ayudar a Bachué a que se acomodara,  mientras Nemequene y tisquesusa brincaban desde la roca en la que se habìan parado, cayendo en lo mas hondo y blando de la nube. Se cuadraron en las amplias cavidades estirando las piernas y los brazos para relajarse, y así dormir un rato tranquilamente y volver a estar serenos. Acomodaron los regalos a un lado de donde estaban y esperaron a que la nube se elevara.

El nimbo verde cubrió a los viajeros completamente para que no fueran a sufrir inconvenientes, elevándose de pronto lento y poderoso, convirtiéndose con los minutos en un punto verde perdido a lo lejos detrás de otras montañas neblinosas.

“Nosotros también tenemos que irnos” dijo El dios Takima bajando los ojos del espacio. “Llevaré en las espaldas a mis amigos Seraira y Moró que no tienen transporte y porque también vivimos cerca. Ustedes saben que cuando viajo, aprovecho mis facultades que uso en situaciones especiales. Me transformo en águila, crezco quince veces mi tamaño, y vuelo como flecha de modo que tampoco tendremos problemas para llegar a nuestro país”.

Se acercó despidiéndose con abrazos de todos, dando suaves picotazos en las mejillas y en el cuello de ellos, sin hablar mucho porque el sentir le dominaba el pecho y la carne y no quería que le vieran lágrimas.

Los caciques Seraira y Moró se despidieron también, siguiendo a Takima que se había subido en una roca para transformarse en águila, crecer, esperar a que sus amigos se acomodaran y así comenzar el vuelo. Agachó su cabeza, extendió los brazos, tensó los nervios y los músculos, respiró profundo concentrándose de tal modo que en menos de dos minutos su cuerpo creció llenándose de plumas de colores.  

Los brazos se le transformaron en alas de color azul, verde y rojo y sus piernas en patas delgadas, y garras poderosas, junto con una cola maciza que le serviría para girar a la derecha o a la izquierda, para ascender y hacer otros malabarismos en el aire. Su cara de pájaro se le fue cambiando a cara de águila con ojos penetrantes capaces de ver un ratón a cinco kilómetros. Su olfato se agudizó de tal modo, que lograba oler las carroñas a siete u ocho kilómetros de donde estuviera. De repente gritó loco en la roca como solo grita un águila y entonces Seraira y Moró se encaramaron en sus costillas después de que Takima se hubiera agachado para facilitarles la subida.

Listos para el viaje que los llevaría al mar del norte de amerindia, el águila extendió las alas, se impulsó poderoso, dejándose ir al espacio frio de esa tarde que los envolvía penetrante. Se fueron entre briosos aletazos en medio de las nubes destrozadas con sus maniobras, hasta perderse mas allá de las montañas, entre las neblinas que siempre estaban por ahí.

La gente restante que había quedado en el nevado estaba fascinada y muda.

Entonces Mohán y Madremonte se miraron porque ya  habían decidido irse. Caminarían hasta los bosques y los abismos de las tierras Pijao donde vivían permanentemente y donde cualquiera podía encontrarlos con solo invocarlos.

Se acercaron a los amigos abrazándolos y besándolos. Madremonte que estaba mas bella desde que las nubes bajaron a envolverla, dijo acercándose al mago Huenuman y a los otros que la escucharon con atención: “Mohán y yo regresaremos a los bosques, a las lagunas, a los ríos y entre los animales, que tanto nos conocen. Ya es justo volver. Cuando nos necesiten no hagan sino llamarnos y rápido estaremos a su lado. Seguro muchos pueblos nos han echado de menos lo mismo que los animales y los genios de la tierra. Por eso regresaremos donde ellos”, decía madremonte abrazándolos, seguida de Mohán que chupaba su tabaco, muy persistente. Así se le calentaba la sangre en medio de aquellas neblinas tan frias. “Adios Madremonte, adiós Mohán, muchas gracias por su compañía y por lo que han hecho por las tribus”, decían. “Que las fuerzas del universo los acompañen. Si no hubiera sido por ustedes no habríamos vuelto nuestra gente a la vida”, les decía Huenuman extendiendo los brazos mientras la pareja caminaba a lo alto de la blanca montaña levantando las manos y volteando a mirar muy seguido.

Subieron ágiles a lo alto del cerro donde agitaron los brazos fuertemente, descolgándose después al otro lado, donde buscarían sus caminos, otros amigos, la noche, las cuevas, los fondos de los ríos, las selvas.

 Huenuman el gran mago dijo: “Finalmente lo logramos. Nuestro pueblo se ha salvado. La vida sigue y yo también me voy”, dijo arreglándose las dos ruanas que siempre mantenía puestas. Abrazó a todos con fuerza “Hasta luego, hasta luego buenos amigos”. Luego caminó hasta la fogata del hielo que todavía ardía chirriante y metiéndose ahí de un  salto se agachó para que la candela lo cubriera completamente. Así fue como desapareció en el fuego que también se apagó al instante.

 

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