Allá lejos en una curva cerrada, encontraron una fuerte luz. Los caciques
Seraira y Moró no resistían el fulgor y cerrraban los ojos poniéndose de
espaldas, lo mismo que Nemequene y su capitán de ejércitos Tisquesusa.
Huenuman, Mohán, Madremonte, y el joven Cajamarca eran los últimos de la
fila en aquel selecto y reducido grupo
que se iba a convertir en el conocedor de las maravillas pijao.
Aquella parte de la caverna estaba tibia, y deslumbraba como un sol.
Rayos de colores desconocidos salían de los rincones, de los huecos, de
las bóvedas, de debajo de las piedras y de los ángulos de las rocas. Cerros de
oro como arena de una playa habían entre las lomas formadas por piedras
preciosas. “Que maravilla”, dijo Seraira. “esto es realmente increíble. Es una
magia prodigiosa”. “Tantas coronas de oro y diamante tiradas por ahí como si
fueran hojas caídas en una selva. Yo había oído decir que en éste nevado habían
riquezas, pero no imaginé que fueran tantas”, exclamo Nemequene sintiendo en la
mano los tesoros que se había agachado a tocar. El dios Takima de rostro de
pájaro, tenía los ojos muy abiertos por el enajenamiento que le producía
semejante portento y estaba mudo. La lengua se le había paralizado poniéndosele
como un palo. Despues de tanto mirar y fascinarse, se repuso exclamando:
“Oooohhhhh”, y volvió a quedarse mudo.
Decenas de pectorales se enredaban como anzuelos aquí y allá, porque al
coger uno, se venían varios. Tobilleras sin medida, igual que pulseras, aretes
y diademas habían en una y otra parte, en un desorden fascinante y deslumbrador
“Los Pijaos deben estar orgullosos de sus propias maravillas”, dijo Tisquesusa
midiéndose un pectoral que lo hacía ver poderoso . “Si lo quiere puede quedarse
con él” le dijo el señor de la fuerza y del poder, mirándolo, levantando el
moco y agachándose después para recoger las piedras preciosas mas grandes que
habían entre un cerro de oro. “Este pueblo Pijao es afortunado de vivir donde
vive. En ninguna otra parte hay tanto oro y tantas riquezas”, dijo el dios Bochica
acariciándo su larga y blanca barba mientras contemplaba una nariguera
brillante con un diamante en la punta y que parecía una lágrima. “Gracias por
el pectoral gran señor” le dijo Tisquesusa quedándose con el, puesto.
Yexalen fascinada dijo: “Gracias gran custodio del nevado por permitirme
conocer semejante prodigio. Me habían contado algo sobre esto pero no imaginaba
que fuera tanto”. “Escoge lo que quieras Yexalen y llévatelo” le respondió el
señor de la fuerza y del poder, entregándole a la diosa Bachué y al dios Bochica,
dos diamantes puros, muy brillantes, grandes como huevos de avestruz que aceptaron felices mientras se miraban
extasiados. Yexalén había escogido una diadema de oro bien trabajada, con dos
esmeraldas como ojos de puma y una tobillera tintineante y lustrosa. “Yo me
quedo con esto gran señor”, le dijo al gigante. “Como quieras. Es tuyo porque
así lo deseas” le contestó el monstruo casi sin prestarle atención. “Gracias
Gran cuidador” respondió Yexalen haciendo un gesto de coquetería y sonriendo
bellamente.
El cacique Nemequene, el cacique Moró, El dios Takima, El mago Huenuman,
la princesa Millaray y los otros, escogieron lo que mas les gustó. En eso
duraron mucho rato porque cuando salieron de la caverna ya estaba larga la
tarde.
La diosa Dulima dijo de pronto al grupo, que miraba alegre la fosforescencia del nevado
“Como veo que se están alistando para irse a sus tierras y a sus pueblos,
debo decirles que yo estaré siempre aquí para cuando quieran volver. Gracias
por haber venido y por haber compartido su tiempo con nosotros” dijo Dulima
acercándose a Bachué que recostó la cabeza contra ella. “Nosotros no nos iremos
lejos” dijo Inhimpitu mirando a la hija del cacique Ibagué que estaba inquieta
porque no veía al cóndor. “La princesa Millaray me ha invitado a conocer las
propiedades del cacique Cajamarca que en éste rato ha estado muy callado. “Verdad?.
Tan bueno que esté con nuestra gente mas tiempo. Es bueno tenerla cerca porque
conoce muchos secretos” respondió Dulima mirando a Millaray, vanidosa porque
era buena amiga de Inhimpitu. “Nosotros nos iremos a nuestras tierras en éste
momento” dijeron casi en coro la diosa Bachue y el dios Bochica “Tenemos que
hacer muchas cosas que no dan espera”, explicó el dios mirando a lo alto. “Nos montaremos en
una nube, donde iremos cómodos. Así viajaremos rápido y sin problemas”.
“Entonces nosotros aprovecharemos y nos iremos con ustedes ya que vamos a la
misma parte” propuso el cacique Nemequene abrazando a su capitán de ejércitos,
Tisquesusa. “Claro gran jefe Nemequene, nos iremos los cuatro en la nube, no
faltaba mas. Miren allá viene una de color verde que nos llevará rápido” dijo
Bochica levantando un brazo. “Nube verde, nube verde le ordeno que se detenga y
baje aquí en éste momento” le gritó la diosa Bachué a la nube.
Y la nube bajó lenta al lado de rocas no muy altas pero blancas por la
nieve que no dejaba de caer, poniéndose frente al grupo, que observaba muy
extrañado el carro aéreo de aquellos dioses.
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