“Porqué se quería robar las
riquezas? Es que no le basta con los tesoros de su pueblo?”, le gritaba Ibagué
dándole puñetazos en la espalda y en los brazos “Querer matar al señor de la
fuerza y del poder es la mayor profanación que se le puede hacer al nevado y al
pueblo Pijao”, rugía embravecido el guerrero Calarca empujándolo otra vez,
dejándolo por fin fuera de la caverna.
Los seguía el gigante jefe del nevado, que le haría un conjuro para
dejarlo viviendo como un fantasma en el hielo por tres años.
Caminaron diez minutos en la
nieve obligando a Quemuenchatocha a sentarse en una roca chuzuda, sostenido por
Ibagué y Calarcá para que no intentara volarse, mientras el hombre se estrujaba
mirando con odio, escupiendo rabioso con el pelo por la cara, perdiendo la
mirada.
El señor de la fuerza y del poder se le acercó sin dejar de mirarlo, y agachándose
todo lo que pudo para quedar a nivel de el, le puso su moco de elefante en el
hombro y un pedazo de hielo con manchas de sangre en la cabeza, diciéndole con
voz de trueno: “Indeseable cacique Quemuenchatocha, por la libertad que nos ha
dado el universo, por la soberanía de las tribus Pijao sobre éstas tierras, por
el poder del hielo, por el poder de la montaña y el viento, por el infinito
poder que el universo me ha dado,yo te conjuro con todas mis fuerzas, a vivir
por tres años en éste sitio. Cada día tendrás
que pedirle perdón a la montaña por quererle robar las riquezas que solo son de
ella y del pueblo Pijao que las trae aquí todas las semanas. Cada dia te
arrepentirás de tus malvadas intenciones y de tus torvos pensamientos. Sentirás
el helaje de éstas alturas, y temblarás horriblemente como nunca le ha pasado a
ningún ser humano desde que la diosa Dulima ayudó a crear al hombre. Querrás
sentir calor pero todo eso te será negado, el sol huirá de tu presencia porque
ahora sabe que eres su enemigo. Serás un vagabundo en las alturas nevadas de nuestras regiones y
nadie de tus tribus sabrá nunca de ti. Ninguno podrá verte aunque grites enloquecido.
Vete ya, camina en el hielo y aliméntate de hielo. De ahora en adelante serás
el hombre mas indefenso de Amerindia a la vez que un débil demonio”.
Entonces Calarcá e Ibagué lo soltaron despreciativos, viéndolo débil, sentado
en la roca con la cabeza agachada y con aspecto de bobo, temblando y tiritando.
Despues de haberlo conjurado, y de haberlo dejado desnudo, envuelto en
la neblina, el señor de la fuerza y del poder, El guerrero Calarcá y el cacique
Ibagué caminaron despacio a la caverna del nevado en silencio, escuchando solo
los chiflones del viento.
Allá los estaban esperando.
Los elefantes ya se habían ido.
La diosa Inhimpitu y la princesa Millaray hablaban como si fueran
antiguas amigas. Parecían de la misma edad pero Inhimpitu tenía mas dos mil
años, a diferencia de Millaray que solo tenía diecisiete.
Se les había acercado Yexalén que quería saber de que hablaban: “Nos
iremos en el cóndor de los Andes, para que conozca desde el aire las tierras donde
vivimos. Podrá ver todo fácilmente, los ríos, los bosques, las lagunas, los
caseríos. Podrá quedarse con nosotros un tiempo en las propiedades de mi amigo
Cajamarca. Allá hay mucho oro, esmeraldas, animales, lagunas, todo es hermoso.
Vamos a reunirnos muchos ahí mientras mi padre Ibagué, y los Panches encuentran
una tierra buena para vivir”, le decía Millaray a la diosa Inhimpitu que estaba
fascinada por la aventura que iba a tener, de volar en el cóndor y porque viviría
unos días en un pueblo extranjero que le atraía con encanto.
Al ver que a la caverna habían entrado Calarcá e Ibagué con el gigantesco
cuidador de los tesoros, se callaron mirándolos y escuchando lo que decía el
señor de la fuerza y del poder mientras caminaba “Visitantes, los invito a conocer
la sala de los tesoros, la plenitud de las riquezas Pijao acumuladas durante
mucho tiempo”
El monstruo movió el moco en remolino respirando hondo en sus bramidos.
Caminó hasta el fondo de la caverna por un sendero de piedra entre rocas altas
y piedras grandes. “Es difícil cruzar por aquí”, decía levantando las piernas enredadas
en los recodos. Los visitantes venían detrás buscando estrechos y rocas bajas. La diosa Dulima caminaba al pie de Bachué que
iba muy interesada en conocer el recinto de los tesoros. “He oído decir que las
riquezas de los pijaos no tienen comparación en Amerindia”, decía Bachué saltando
de una piedra a otra. Se había resbalado tres
veces sin lograr llegar arriba. Entonces Bochica la agarró de las manos diciendo.
“no importan las dificultades con tal de conocer los secretos asombrosos de un
pueblo tan trabajador y tan guerrero para defender lo que tiene”.
El dios Takima el de rostro de pájaro, también le había dado la mano a Dulima
que tenía gotitas de sudor encima de los labios y en las mejillas. “Esto es un
laberinto difícil de cruzar. No se encuentra la salida”, murmuró Takima dando
un alto salto para alcanzar la cima de una roca.
Allá lejos en una curva cerrada, encontraron una fuerte luz. Los caciques
Seraira y Moró no resistían el fulgor y cerrraban los ojos poniéndose de
espaldas, lo mismo que Nemequene y su capitán de ejércitos Tisquesusa.
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