El cacique Quemuenchatocha se debatía
retorciéndose y maldiciendo, “Malditos pagarán caro lo que hacen con el
gran jefe Quemuenchatocha. Les juro que sus riquezas serán mias. Sueltenme
malditos que debo irme a mi país. Me están esperando mis tribus, y cuando vean
que no llego me buscarán y acabarán con ustedes en un momento. Lo pagarán caro
y se arrepentirán de lo que están haciendo”
Entonces miles de indígenas y mulas viendo la entrada de la caverna
abierta se lanzaron afuera como uno solo, en medio de apretujones, gritos,
chiflidos, berridos, ansiosos de ver el nevado nuevamente, de gozar la noche,
el aire limpio, las estrellas y la luna. “Yo quiero respirar el aire de la
noche”, decía uno, muy nervioso “Que fue lo que nos pasó? No puedo entender
nada”, argumentaba otro. “Tengo sueño. Quiero dormir otra vez y no despertarme
mas”. “Siento como si mis brazos y mis piernas fueran de oro, como si mis ojos
fueran diamantes y mi sangre de metal”. “Yo
estoy seguro que mis ojos son diamantes”. “Una rara magia ha pasado en
la caverna. Seguro tantas riquezas que hay ahí, vuelven todo mágico” . . .”Me
parece haber sido una estatua, o como un árbol muerto”.
Esos eran algunos de los comentarios del pueblo. Y ahora estaban felices
siendo amigos del día y del sol, de la tierra que veían poderosa, de los
bosques, los pájaros y el agua.
Tenían ganas de volver a sus pueblos a seguir sus vidas tan tranquilas.
Sentían haber salido de un extraño sueño, como si hubiera sido una muerte de
piedra o de metal.
Se buscaban llamándose a grandes voces. “Hola mujer donde estaaaá?”. “No
encuentro a mis hijos, se me han perdidoooo”. “Mi abuelo y mis tios también están
perdidoooos”. “Esto es el fin del mundoooo”. “Yalconeees, Yalconeees, vengan
aquiiii”. “Sutagaaaooosss, Sutagaaaoooossss” “Aquí estoy Brunildaaaaa. Espere
que no puedo pasaaaar”. “Las mulas se están volandoooo” “Que le pasó al nevadoooo?,
veo que no es el mismoooo”. “Se me va a perder el oroooo” “Mis hijos donde estaaan?”
. “Tengo hambreeee. Quiero mis piedras preciosaaaas”.
Que griterío tan aterrador, que movilización inolvidable la de ese
pueblo en aquel día. Corrían extraviados en el hielo, tiritando de helaje y gritando
muy chiflados, “Vengan, vengan”. “Donde está la chichaaaa? quiero calentarmeeee”.
Iban con los ojos muy abiertos y enrojecidos, la respiración agitada,
convulsionada, la saliva espesa y la lengua como un pedazo de leña sin control,
buscando a sus mujeres, a sus hijos, su oro bajo la nieve cayendo, y entre el frío metiéndoseles en la sangre, “Bbbrrrrr,
bbbbrrrrr”, hasta que algunos jefes le fueron poniendo orden a ese caos. “Tenemos
que separarnos por familias. Oigan, oigan, dividámonos por tribus y verán que así nos encontramooooos”,
gritaba un hombre maduro de buena musculatura y mirada chuzuda.
Entonces viendo todos que así se
ordenaba semejante caos, gritaron: “Sutagaaaaoossss, Sutagaaaoosss, vengan
aquíiiiii”, gritaba uno. ¡Ambalaaass, Ambalaaassss, vengan aquíiiiiiii,
Ambalaasss” y se acercaban formando grupos en todos lados según las tribus.
“Pantaagoraaasss, Pantaaagoraaasss, vengaaaaan” gritaba otro hombre y se oían centenares
de voces en la algarabía.
Por fin fueron separándose. Aquí los Ambalás, allá los Yalcones, los
Putimaes, a un lado los pantágoras y cerca los coyaimas, los natagaimas, .los
Sutagaos . . . hasta que la organización se resolvió encima de la nieve ahora compactada
formando un suelo sólido, medio transparente.
Las nubes estaban pesadas, cargadas de helaje. Corrían lentas arrastrándose
en el suelo obedeciendo las órdenes de Madremonte. Nunca mas abandonarían la
montaña. Serían sus compañeras como vigilantes y mensajeras permanentes. Bajaban
tanto que era imposible ver a un metro de distancia. Eso dañaba los intentos de
organización. Y los indios aprovechaban el elevamiento de las nubes para
correr, gritar, mirar y ordenarse.
Después de un largo tiempo, se vieron por fin completas las tribus. Se
reían reconociéndose y tocándose. Reconocieron también sus mulas, que eran
tantas. Su oro y sus piedras preciosas.
“Esta mula y este oro es de los Yalcones. Yalconeees, Yalconeeesss, esta mula y
éste oro es de usteeedeees. Vengaaaan, vengaaaan”. “Cojan esa otra mulaaaa, se
le van a caer las ollas y se le van a regar las esmeraldaaaas. Esa mula es de
los Putimaeeees. Putimaaeees, Putimaaaeesss, aquí hay otra mula con sus tesoroooos,
es de usteedeess”
Así habían pasado la noche y gran parte de la madrugada.
El cóndor de los andes que andaba cerca esperando a la princesa, estaba
asustado con el alboroto. No durmió nada, volando sobre ellos todo el tiempo,
como queriendo ayudar en lo que fuera. Se deslizaba entre las nubes gritando
también, contagiado de aquella locura.
El sol había hecho un largo recorrido botando rayos amarillos y rojos
encima del hielo, que ellos aprovechaban calentándose en aquel nevado sobre el
que no dejaba de caer la nieve, calladamente. Persistente.
La clasificación de las mulas no fue fácil porque muchas estaban sin marca,
pero como las ollas y los bultos tenían
dibujos muy propios de cada tribu, se repartieron las riquezas sin problemas y
sin peleas.
Al fin se dieron cuenta que tenían hambre. Entonces sacrificaron decenas
de mulas que iban sin carga. Las arriaron entre silbidos, fuetazos y gritos dominándolas,
agarrándolas de las crines y las colas, amarrándolas con lazos, doblándolas
entre pataleos, coces y fuerzas, matándolas malamente con flechazos, lanzazos y
con cuchillos, tomándose la sangre salida a borbotones del corazón de la bestia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario