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La caverna regresó a la calma. Los primeros en
despertarse fueron los dioses Takima, el de rostro de pájaro y cuerpo de hombre,
y la bella Inhimpitu que no tenía edad.
Bostezaban moviéndose en sus elefantes que también se despertaban desentumeciéndose.
“Que hago yo aquí?”, le preguntó Inhimpitu a
Takima que se había parado en la espalda del paquidermo estirando los músculos tan
encalambrados. “No sé diosa. Parece como si se me hubiera perdido la memoria.
Estoy borracho, nublado, turuleto y como acabado de llegar de otro planeta” “Yo
siento lo mismo, Takima. Tengo sueño, quiero dormirme otra vez y no despertar
porque la sensación que tengo es algo insoportable” respondió Inhimpitu
acomodándose la corona que se le iba a caer. “Por qué hay tantas estatuas aquí?
. . . .y son de oro . . .”, dijo Inhimpitu deslumbrada. “Si. Son estatuas de oro
y parece que se movieran. Ah ya . . . ya recuerdo” decía Takima abriendo el blancuzco
pico y sacudiendo varias veces su cabeza de pájaro como si así despertara todos
los recuerdos. “Estábamos con los Pijaos cuando el señor de la fuerza y del
poder transformó todo en oro y esmeralda. El cacique Quemuenchatocha quiso
matarlo para robarse las riquezas que hay aquí. . . solo de eso me acuerdo” “Yo
también me acuerdo hasta ahí y nada mas”,
respondió Inhimpitu mirando a Dulima y a Bachué que se saludaban muy amigables,
saliendo del sueño. “Diosa Dulima que fue lo que pasó?”, le preguntó Inhimpitu
estirándose en el elefante. “Hola como le va diosa Inhimpitu. Pensé que usted
ya no estaba aquí Me siento rara, confundida y no se explicar nada” dijo Dulima
parándose en la roca porque necesitaba estirar el cuerpo que sentía adormecido.
“Nunca me había pasado nada tan extravagante”, dijo el dios Bochica metiéndose
en la charla, mirando a los dioses y a los jefes indios de uno en uno y apretando
el cetro del poder pidiendo una explicación al universo.
En ese momento también las tribus despertaban bostezando,
mirando a los rincones, a los lados, a todo lugar, sabíendo que algo
inexplicable había pasado en la caverna donde estaban. Así todo volvió a la
vida y las mulas con sus cargas de oro se sacudían relinchando, caminando y
saltando, desentumeciéndose del letargo y del fastidioso estado en que
estuvieron.
Entonces el señor de la fuerza y del poder
levantó la mano con la que tenía agarrado a Quemuenchatocha. Lo sacudía como si
fuera un gurre o un conejo y el cacique se retorcía abriendo mucho sus ojos
enrojecidos y soñolientos gritando y pidiendo auxilio: “Suélteme, suélteme,
maldito gigante. Que es lo que va a hacer conmigo?, porqué me agarra así?”
“Usted quiso matarme para robarse las riquezas del nevado”, le respondió el
señor de la fuerza y del poder mostrándole la lanza que Quemuenchatocha le había
arrojado para asesinarlo.
Todos escuchaban el diálogo, o mejor dicho los
gritos. El silencio era hondo.
Dioses, héroes y hombres presentes allí, no se perdían las palabras.
“Usted es el culpable de lo que ha pasado despreciable Quemuenchatocha. Por su
culpa, las tribus quedaron convertidas en estatuas, lo mismo que los dioses y
los jefes indios haciéndoles mucho daño porque solo se recuperarán
completamente, después de muchos dias. También las mulas sufrieron la
consecuencia de la magia. El nevado se derritió y los ríos hinchados por el
deshielo, mataron muchos animales y hombres”, decía el señor de la fuerza y del
poder teniendo levantando al hombre “Usted recibirá el castigo que merece y
cada día que pase tendrá que pedirle perdón a la montaña. . . Donde están
Calarcá y el cacique Ibagué? Que se hicieron?. Los necesito urgentemente”, dijo
el monstruo mirando a su alrededor.
“Yo estoy en éste elefante” gritó Calarcá levantando los brazos y
moviéndolos mucho para que el guardían de las riquezas lo viera fácilmente “Hola
gran guerrero. Gracias por estar ahí. Venga ligero”. “Yo también estoy aquí”,
gritó Ibagué ladeándose detrás de su amiga Yexalen, encima de otro elefante que
estaba muy quieto por lo adormilado que se sentía. “Muy bien, los necesito acá
en el momento”, repitió la criatura respirando duro, muy ansioso. “Deben castigar
a Quemuenchatocha. Lo pondrán en el nevado, completamente desnudo donde vivirá como
un vagabundo del hielo por tres años hasta que purgue su pena y le pida perdón a
la montaña día a día. Aunque quiera fugarse no podrá hacerlo porque una magia
que le haremos le impedirá volarse”. “Braaavooo, braaavooo, braaavooo”,
gritaron centenares de indios que medio recuperados saltaban acercándose al
gigante, forcejeando entre la multitud para estar cerca de el. “Que reciba el
castigo, que reciba el castigo ya” decían entre silbidos y potentes gritos.
“Vengan Ibagué y Calarcá. Aprésenlo que dentro de poco iremos a la superficie
del hielo para dejarlo ahí. Tres años debe estar en el hielo pagando el castigo”,
repitió el gigante dejando caer a Quemuenchatocha en el suelo donde le
crujieron feamente los huesos. Decenas de indios lo cogieron entonces, mientras
Calarcá e Ibagué lo agarraban de los brazos amarrándoselos a la espalda dejándolo
completamente inmóvil.
El cacique Quemuenchatocha se debatía
retorciéndose y maldiciendo, “Malditos pagarán caro lo que hacen con el
gran jefe Quemuenchatocha. Les juro que sus riquezas serán mias. Sueltenme
malditos que debo irme a mi país. Me están esperando mis tribus, y cuando vean
que no llego me buscarán y acabarán con ustedes en un momento. Lo pagarán caro
y se arrepentirán de lo que están haciendo”
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