Ya los magos, Madremonte, Cajamarca y Millaray habían
dejado de cantar y de clamar. Estaban callados mirando la aparición que de
pronto se sentó en el suelo para quedar a nivel de los viajeros que ahora
estaban cogidos de las manos dándose fuerza. “Quemuenchatocha, el ambicioso rey
de Hunza que gobierna gran parte del territorio Muisca tiene la culpa de lo que
ha pasado”, dijo de pronto el gigante con el moco levantado. “Ese mal rey, quiso
hacerse dueño de las riquezas de la caverna y de las mulas cargadas de oro y
piedras preciosas que veía dentro del nevado en la visita que hizo a la diosa
Dulima” dijo el señor de la fuerza y del poder mirando intenso al grupo, que
tampoco le quitaba la vista. Respiró hondo. Sacudió la cabeza, cerró los ojos y
siguió hablando acelerado “Quemuenchatocha le dijo al guerrero Calarcá que le prestara la
lanza y agarrándola me la arrojó inmediatamente queriendo matarme. Así quedaría
desprotegido el nevado sin su guardían y lo saquearía sin problemas. Traería a
sus hombres y habría una guerra entre los pueblos. Ahora que ustedes me han
invocado, y como quieren que se haga, volveré inmediatamente a la vida a las
tribus encerradas allí ya hace varios dias.
Vengan, vengan conmigo”.
El fuego se arremolinaba y se desquiciaba en los
bloques de hielo, saltando, agachándose y elevándose entre chispas de colores
que le daban sortilegio al lugar. Permanecían en el aire navegando algunos
segundos como globos microscópicos para luego desaparecer llevándose por
siempre los secretos de la materia.
El grupo se levantó siguiendo al señor de la
fuerza y del poder que se paró frente a una roca de ochenta metros de alta, en
la que ya no había hielo, solo arena oscura, dormida y pegada en las paredes
como protegiéndose de caer. El guardian de las riquezas abrió los brazos estirándolos
en súplica, levantando la cabeza, y extendiendo el moco, semejante a un
elefante. Gritó fuerte, muy fuerte: “Ahora estoy acompañado por los humanos que
me dan el poder completo. Muchas veces como ésta, necesito urgentemente ese
poder para que los pedidos se cumplan. Así nada nos será negado. Por eso ordeno al
universo, con el poder que se nos ha dado, que la gran puerta de la caverna se
abra inmediatamente”.
Huenuman comprendió que ahora no podían
quedarse callados porque cualquier vacío en el conjuro podía ser fatal. Debían
ayudar a la criatura de la fuerza y del poder para que la orden se cumpliera
inevitable. Por eso le dijo a sus amigos: “Sigamos en el rito sin parar. Es
necesario hacer un contacto consistente con las fuerzas que vienen en nuestra
ayuda” Entonces Millaray que miraba las llamas brotando del hielo como si
fueran troncos de madera y pedazos de leña, se acercó a sus amigos entonando la
flauta vibrante con una fascinación. Mohán también tocó el tambor con
fuerza y ritmo, uniendo los sonidos a las formas flotantes y cambiantes
alrededor de ellos. Cajamarca le sacaba sonidos alternos a la caracola y al
cuerno creando vibraciones en los elementos, mientras Madremonte poseída de
hechizo, le cantaba al aire, al agua, a la tierra, al fuego, a los bosques, a
los ríos . . .
Huenuman danzó largo rato, siguiendo el ritmo de
la música y de las palmas de las manos. “Booomm, boomm, boomm” repetían todos en
su danza mientras el gigante ordenaba otra vez “Soy el señor de la fuerza y
del poder y mando que la puerta del nevado se abra ya”.
Extrañamente el enorme portón se abrió entre fuertes
sonidos.
Todo estaba brillante adentro. Era un castillo
iluminado repleto de riquezas y lleno de la magia que el hombre vivía sin
problemas en esos tiempos, como algo natural.
Una refulgencia intensa salió por el portón extendiendose
en el perfil de la montaña que también se iluminó en un instante. El grupo y el
gigante quedaron cegados por las luces, pero no esperaron mas. Huenuman recordó que debían entrar ya, o si no, el
portón se cerraría y no volvería a abrirse nunca mas. Entre tantas sorpresas y
en una carrera loca por encima de las peñas y de las piedras, llegaron a donde las
tribus estaban convertidas en estatuas.
Maravilloso.
Miles de hombres, mujeres, niños, mulas en
posiciones que un escultor prodigioso envidiaría.
Era el museo del oro increíble
para cualquier humano, y la fantasía mas grande e inimaginable del planeta.
Los ojos de la gente mineralizada eran
esmeraldas y diamantes, y el resto del cuerpo, puro oro como nunca se había
visto. Hombres de oro y esmeralda, mujeres de oro y esmeralda, mulas de oro y
esmeralda, cargadas con bultos de oro y piedras preciosas.
El gigante lanzó un grito de elefante caminando
a donde estaban los paquidermos con los mocos levantados, la cabeza algo inclinada,
con un dios o un jefe indio en sus espaldas. Se acercó y cogiendo en una mano
al hombre estatua-de-oro sentado en el lomo del animal, gritó “Ordeno por el
poder que tengo y que el universo me ha ampliado en éste rato, que el hechizo
se deshaga en el momento, para enviar a éste hombre a su país después de que sea
castigado severamente por nosotros, porque éste hombre es el sacrílego de la
caverna, el jefe indio Quemuenchatocha que ha irrespetado la montaña de hielo”.
Y sin dudar
lo levantó en su mano, extendiendo el brazo para que todos lo vieran y
no olvidaran su cara.
Con el mandato del señor de la fuerza y del
poder, la montaña tronó y tembló como
pocas veces pasaba. Crujidos de piedra y tierra sonaron profundos. “Todo se va
a romper. Nos vamos a morir”, Gritó Millaray aterrada. “Tranquilos. No pasará
nada malo”, dijo el señor de la fuerza y del poder con los brazos extendidos a
las tribus.
Una polvareda de oro se levantó en nubes
amarillas cayendo en la multitud de estatuas ahora estremecidas, derribándose de
temblor y pánico.
Afuera se escucharon truenos partiendo el aire.
Rayos de fin del tiempo se hundían atravesando el espacio con fuego muy
quemante.
Una tormenta de nieve se desprendió de las
nubes cayendo en copos gruesos. Pronto la mole quedó otra vez cubierta y blanca
con la sábana de nieve brillante con los relámpagos.
La caverna regresó a la calma. Los primeros en
despertarse fueron los dioses Takima, el de rostro de pájaro y cuerpo de hombre,
y la bella Inhimpitu que no tenía edad.
Bostezaban moviéndose en sus elefantes que también se despertaban desentumeciéndose.
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