Cuando ya el fuego se alzó calentando el
espacio, las nubes que rodeaban a Madremonte desaparecieron dejándola visible.
Huenuman paró de danzar secándose el sudor que lo tenía agotado, respirando
profundo y caminando hasta la escultura del hombre del helecho. La levantó acomodándola
entre dos piedras grandes cerca a la fogata. Se soltó de la cintura un pedazo
de rejo que siempre llevaba ahí, continuando su danza alrededor de la escultura
a la que azotaba muchas veces diciendo a gritos.
“Genios de la tierra, cuidadores de la gran
madre.
Ustedes, organizadores de todo lo que hay,
Revélenos el secreto.
Díganos quien fue el culpable del hechizo para
que las tribus quedaran encantadas. Díganlo por favor. Es necesario que lo
sepamos.”
“Booomm, boomm, boomm” repetían los otros
danzando locamente, tocando la flauta, el tambor y la caracola que Cajamarca
entonaba alternándola con los sonidos
del cuerno. “Boommm, boomm, boomm” decían alrededor del fuego elevado en jirones
coloreados al espacio. Nubes luminosas. Los azotes de huenuman a la escultura,
como símbolo del autor de la maldad, no paraban. Cada vez eran mas
fuertes y persistentes y así siguió dos horas, descansando muy poco.
“Gnomos de la tierra y de los bosques,
Celosos cuidadores de sus riquezas,
Genios hechos de fuego y de chispas de estrellas, todo lo conocen
ustedes,
todo lo ven.
Por eso díganos quien fue el sacrílego de la caverna.
Ustedes, sabios genios que están en todas partes y que todo lo saben,
Atraviesen de una vez la tierra, el fuego y el aire para que lleguen aquí con su poder,
para que nos den el nombre del
culpable.
Efrits, cíclopes, elfos, criaturas cuidadoras de la naturaleza, ayúdenos, se lo ordenamos por el poder que también nosotros tenemos”,
gritaba huenuman azotando sin descanso al
hombre del helecho. “Boomm, boomm, boomm, booom”
Ya era tarde y el sol alumbraba todavía, como
no queriendo perderse aquel rito tan particular y tan extraño que nunca había
visto en esa montaña descongelada.
Después de dos horas de intenso sacrificio, el
fuego del hielo bramó enfurecido rugiendo semejante a una bestia herida. Se
extendió en largos brazos elevándose en el aire con altura prodigiosa, saliendo
inesperadamente de él, una figura candente como un hierro sometido al fuego
durante largo rato y que creció catorce metros en menos de dos minutos.
La nariz de esa criatura era semejante al moco de
un elefante, su boca también igual a la boca de un elefante y sus ojos
pequeñísimos como los ojos de un búho en alerta. Tenía el pelo negro,
largo y grasiento hasta el suelo lo mismo que su cola de caballo que era tan lustrosa.
Iba vestido con una larga bata de lana de ovejo que lo protegería del frio de
la montaña cuando saliera de las llamas. En la mano derecha llevaba una lanza de oro con punta de diamante que el joven Cajamarca
conoció inmediatamente, porque era la lanza del gran guerrero Calarcá, su
amigo al que conocía desde hacía tiempos.
Todos se sobresaltaron asustados, retrocediendo
frente al monstruo del que habían oído hablar algunas veces pero que realmente
no conocían, y entendiendo que al fin aparecía entre las llamas una de las posibles
criaturas invocadas, se recobraron respirando hondo, recibiendo con cantos y clamores la aparición nacida del fuego que cada vez se
hacía mas consistente.
Era el Señor de la fuerza y del poder. El que había estado en la caverna del nevado no
hacía mucho.
Ese gigante era el jefe de esa montaña y el único señor de las
riquezas de allí. “Yo sabía que vendrían,
de eso estaba seguro. Esperaba su larga invocación en el fuego para aparecerme
frente a ustedes y decirles el secreto del impío. A pesar de ser el señor de
este lugar necesito la ayuda de los humanos algunas veces, como en éste momento.
Gracias por haber venido y por haberme invocado. De otra forma no podría hacer
nada”, dijo el señor de la fuerza y del poder saliendo de entre las
llamas y caminando ahora entre el grupo.
Ya los magos, Madremonte, Cajamarca y Millaray habían dejado de cantar y de clamar.
Estaban callados mirando la
aparición que de pronto se sentó en el suelo para quedar a nivel de los
viajeros que ahora estaban cogidos de las manos dándose fuerza.
“Quemuenchatocha,
el ambicioso rey de Hunza que gobierna gran parte del territorio Muisca tiene
la culpa de lo que ha pasado”, dijo de pronto el gigante con el moco levantado.
“Ese mal rey, quiso hacerse dueño de las riquezas de la caverna y de las mulas cargadas
de oro y piedras preciosas que veía dentro del nevado en la visita que hizo” dijo el señor de la
fuerza y del poder mirando intenso al grupo, que tampoco le quitaba la vista.
Respiró hondo. Sacudió la cabeza, cerró los ojos y siguió hablando “Quemuenchatocha
le dijo al guerrero Calarcá que le prestara la lanza y agarrándola me la arrojó
queriendo matarme. Así quedaría desprotegido el nevado y lo
saquearía. Traería a sus hombres y habría una guerra entre los pueblos. Ahora,
como ustedes quieren que se haga, volveré inmediatamente a la vida a las tribus
encerradas allí. Vengan, vengan conmigo”.
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