No se demoró en llegar al espacio blanquecino.
Hacía buen día y ya estaban enrumbados a la “montaña blanca” que se veía oscura
desde donde estaban. “En poco tiempo llegaremos a la montaña resplandeciente”,
dijo Millaray contenta.
Habían dejado el bosque de eucaliptos, encontrándose
ahora por encima de frailejones, helechos y orquídeas, que tenían sus colores
abiertos al sol. El cóndor gozaba de su planeo esa mañana, volteando largo a la
derecha y elevándose después muy tranquilo. Estaba concentrado mirando la
montaña que ahora era oscura porque todo el hielo se había derretido quitándole
la brillantéz.
Voló poniendo su fuerza en el empuje hasta sentir
el viento chuzudo. Ese aire se le metió en las narices, en las plumas y en los
ojos, le llegó a los pulmones y al buche enfriándolo, pero haciéndolo mas
activo. “Hemos llegado, hemos llegado”, les gritó a sus viajeros descendiendo vertical
en la montaña. Ellos también gritaron “Si, hemos llegado. Gracias cóndor por
traernos tan ligero”. “Sin usted hasta ahora estaríamos atravesando las montañas
entre el barro y los peligros”, dijo Mohán encendiendo otro tabaco para calentarse
mientras miraba el cerro que tenia tantos secretos por dentro. “Gracias cóndor
por ese vuelo tan maravilloso”, le dijo Madremonte acariciándole las plumas de
la espalda, lista para bajarse.
Entonces cayeron por el ala, parándose en algunos
pedazos de hielo que habían quedado en algunos huecos.
Todo parecía desierto y negro.
“Y ahora que?”, preguntó Madremonte mirando el
perfil de la mole. “No se afane. Todo volverá a la normalidad, como debe ser”
le contestó Huenuman.
Al cóndor no le gustó ese ambiente tan raro que
había quedado allí, y aleteando bajó por la ladera llegando a la vegetación
donde buscaría alguna cosa para comer. Allá caminó, perdiéndose prontamente a
la vista de todos.
Huenuman miró aquí y allá, algo confundido “Si
ven como ha quedado solo y triste este cerro que hace poco era tan brillante? El
maleficio esta encerrado y hay que acabarlo. Si nos demoramos en el trabajo
puede ser peligroso”. “Parece como si me hubieran quitado una de mis mejores
cosas” dijo Madremonte pálida. “Miro mi gran nevado sin hielo, sin nada y me
siento como hueca. Pondré mis conocimientos y concentración en el rito para que
otra vez lleguen la nieve y el hielo. Para que todo brille”. “Tenemos que
encontrar al culpable de la ira terrestre y castigarlo”, dijo Mohàn chupando su
tabaco y botando el humo con rabia y nervios. “Pero no podemos estar rabiosos”,
aconsejó el cacique Cajamarca poniendo en el suelo la escultura del hombre del
helecho. La depositó junto a las flautas, a los tambores, junto a un cuerno, a
un cofre de barro y a una caracola.
“Entonces pongámonos a trabajar. El rito no da espera”,
propuso Mohàn tapándose la cara con las manos por la pena que le daba semejante
soledad. “Empecemos”, repitió Huenuman. “Invocaremos a las nubes y al viento
para que preparen la nieve de la montaña”. “Me parece perfecto. Lo primero es
lo primero”, dijo Madremonte mirando las nubes,
muy lejanas.
Entonces Huenuman caminó hasta lo alto del
cerro, con sus compañeros mudos detrás de el. De pronto se arrodillo doblando mucho
el cuerpo pegando la frente y las manos en el suelo. Se quedó callado tres
minutos haciendo unidad secreta con la tierra. Entonces los otros hicieron lo
mismo, empezando el rito que el universo escucharía sin falta.
“Ahora que van volando, que van huyendo
de este sitio,
nubes de la vida, vuelvan, regresen
al lugar donde siempre han estado”
“Booomm, booommm, boooommm” decían los otros golpeando
la tierra con las manos, sin levantar la cabeza. “Booommm, booommm, booommm”
“Nubes verdes, nubes rojas, nubes amarillas,
azules, nubes blancas,
mares del cielo, escuchen los pedidos.
Fabriquen la nieve y déjenla caer aquí
para que otra vez el hielo brille
y la larga tierra de la diosa Dulima tenga
su montaña radiante.
Vuelvan, vuelvan nubes viajeras. Abandonen la ira y regresen”.
“Booommm, booomm, booomm” repetían los otros
enderezándose en las rodillas, mirando ahora al cielo donde las nubes no
estaban.
Extendían los brazos. Millaray hacía una canción
con la flauta.
La música, los ruegos de Huenuman y los coros
de los otros eran una sola cosa en ese grupo en danza lenta, siguiendo el ritmo
de la flauta, y del tambor que Mohán tocaba cadencioso.
“Vientos del oriente y del norte,
vientos del sur y del occidente,
tráiganos las nubes,
dénles la fuerza para que vuelvan.
Oigan nuestros ruegos grandes vientos.
Sálgan de los abismos y escúchenos”, pedía Huenuman
danzando, y oraban también los otros.
“Booommm, booomm, booomm”, repetían.
Despertaban lentas, las fuerzas quietas del
universo, “Booommm, booommm, booommmm”. Y así siguieron dos horas, entrando mas
tarde en trance, enajenados, “Booommm, booommm, booommm”. La flauta sonaba
mágica, el tambor de Mohán no dejaba de retumbarr y la danza tampoco terminaba.
Madremonte entró en felicidad y mirando al espacio, así le gritó a las nubes.
“Vengan, vengan nubes, regresen hermanas mias.
Les ordeno que estén aquí
envolviéndome
y envolviendo también a la montaña.
Les ordeno que
obedezcan ya”.
Y danzaba como la ninfa de los bosques que era,
una reina del agua y de la tierra. Y su danza era tan sensual que las nubes no
resistieron tan bello espectáculo, bajando entonces a mirarla. Llegaron suaves
y ligeras envolviéndola, haciéndola suya, suya solamente.
“Gracias nubes mias.
No me abandonen nunca mas,
y tampoco abandonen ésta montaña
que es su casa.
Ella sin ustedes no es nada,
y ustedes sin ella tampoco.
Ahora sabremos quien fue el culpable de la
violación que se le hizo a la tierra y lo echaremos de aquí como merece.
Por favor nubes hermanas, mantengan con
nosotros”
Y Madremonte danzaba envuelta en esas nubes.
Entonces Huenuman vió que habían conseguido una
parte de su trabajo, y sin dejar de clamar invocó al sol, a la luna a las
estrellas:
“Adorado
sol, adorada luna, estrellas de mi cielo.
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