Entonces el mago cogió la antorcha abandonada
en un rincón desde la vez pasada, y soplándola solo una vez, hizo aparecer llamas azules,
verdes y amarillas que iluminaron la cueva dándoles calor. Todos quedaron
admirados del prodigio del mago, porque sin necesidad de chispas ni de
combustible, encendía la antorcha con su aliento. El los miró sonriendo y ellos
no dijeron nada. La puso en lo alto de una roca. Se acomodaron arreglando las
hojas secas que Huenuman había traído la vez anterior para ablandar la
talladura de la arena y la dureza de la tierra seca.
Millaray se ovilló al lado de Cajamarca buscando
su calor, “Estás tibiecito. Pronto nos quedaremos dormidos”. “Si”, contestó el
tocándole la cara y el cabello empapado debajo de su balaca de oro que se había
empañado un poco. Madremonte se pegó a Mohán haciendo un ruidito de frío con la
lengua “Dame tu calor”, le dijo. “claro. Quédate ahí para que te llegue pronto”,
murmuró el, arrunchándose encima de las hojas y pasando un brazo por la cintura
de la diosa protegiéndola de los posibles peligros que hubieran allí. Huenuman estaba recostado
de espaldas en una pared lisa. Su mirada se perdía en la neblina. Se
concentraba encontrando su calor íntimo y su luz.
La noche llegó veloz y ellos ya estaban
dormidos. Mohán roncaba duro y de vez en cuando silbaba sin darse cuenta. Madremonte
se volteaba a uno y otro lado incómoda porque la tierra y las piedritas le
tallaban. Cajamarca y Millaray estaban profundos lo mismo que Huenuman.
Ninguno soñó nada, o no recordaron haber soñado.
Cuando amaneció se admiraron de la noche que había
pasado tan rápida. “Me parece como si solo hubiera dormido un ratico”, comentó
Madremonte saludando a sus compañeros. “A mi me parece lo mismo”, dijo Millaray
alargando la cabeza mirando fuera de la cueva, quizás buscando al cóndor o para
ver como estaba ese dia. Cajamarca dijo “Buenos días” y los otros contestaron
“Buenos días, como amanecieron”. “Bien, muy bien”.
Entonces salieron de la cueva.
Verían como había amanecido el cóndor de los
andes que posiblemente estaría cerca de ellos. “Donde estará el cóndor?”, preguntó
Millaray. “Allá está acurrucado y muy esponjado debajo de los árboles. Se ve
tranquilo. En la forma como tiene las plumas se da uno cuenta que se protegió bien del sereno, del agua y
de la noche”, dijo Madremonte subiéndose a un tronco que le estorbaba el paso. El
buitre al verlos, se paró sacudiéndose el
agua con gran fortaleza. Se acercó a ellos en varios saltos mirando a Millaray,
lanzando un largo grito, “Oooggggrrrr, ooooggggrrrr”, mientras Cajamarca
caminaba entre los árboles cazando un animal que les quitara el hambre. Llevaba una flecha preparada tensando el arco con
gran cautela y mucho silencio. “Allá a la derecha parece haber algo . . .” pensó. Los
animales habían huido desde hacía rato, por la presencia del cóndor y los
viajeros que los habían ahuyentado con sus bullas.
De pronto vieron una gacela despreocupada, a
veinte metros de donde estaban. “No la deje escapar Cajamarca. Esa es la comida
de nosotros hoy”, dijo Mohán acercándose al muchacho, de paso en paso. La gacela,
nerviosa porque ya había olido el peligro, miraba a una y otra parte buscando un sitio por donde huír. Venteaba
curiosa, como si no pudiera despegar las patas o como si una rara
atracción no la dejara irse. Entonces Cajamarca alistó una flecha y apuntando
le disparó. “Suaazz”. La flecha se fue veloz penetrando en el pecho de la víctima
que cayó en el pasto en un solo golpe “Plaaaffff” entre las malezas y varias
piedras grandes. Cajamarca, Millaray, Mohán y Huenuman corrieron entonces, recogiendo
la presa que todavía pataleaba en su agonía, trasladándola
cerca de la cueva “Asémosla porque seguro todos tenemos hambre”, dijo Millaray
mirando al animal convulsionándose.
Sacaron entonces las hojas secas de la cueva,
recogieron ramas, palos y troncos, y encendieron una fogata. La candela se
elevó azul, roja y amarilla botando chispas que desaparecían misteriosas en el
aire. Madremonte y Millaray cogieron sus cuchillos, “Empecemos”, dijo afanada
la diosa. Se agacharon al lado del animal quitándole la piel con mucha maestría.
“En un momento todo estará listo”, comentó Madremonte cortando la piel a lo
largo del estómago y de la mandíbula.. A Millaray también le rendía. Tiraron el
cuero encima de un tronco cercano, abriéndole ahora el estómago del que salía mucho
vapor. Le sacaron los intestinos. Mohán los recogió y se los echó al cóndor
“Gracias. Yo también tengo hambre” dijo el ave devorándose las tripas, el
hígado, los riñones en dos enviones que les hizo.
.Despresaron el resto rápidamente, extendiendo luego
la carne en los palos que estaban ardientes. Pronto salió un delicioso aroma. Cogieron
los cuchillos y acercándose al fuego cortaron pedazos que comieron afanados.
“Que carne tan sabrosa”, dijo Cajamarca chupándose un dedo. “Gracias a su
flecha y a su puntería estamos comiendo”, le dijo Huenuman.
Duraron largo rato alrededor de la fogata, calentándose bien.
Luego se levantaron alistando los equipos del rito y los otros jotos que
llevaban. “No podemos demorarnos tanto, tenemos que aprovechar el tiempo” dijo
Madremonte saltando encima de una piedra.
Se acercaron al cóndor que estaba recibiendo los
rayos de sol de ese dia. Le dijeron: “Cóndor baje el ala”. “Claro, como
digan”, contestó descolgándola. Entonces las mujeres se prendieron de ella, y rápido
estuvieron en las espaldas del ave.
Luego subieron ellos, llevando los objetos. Se
acomodaron alrededor de las mujeres, diciéndole al buitre. “Ahora si cóndor,
siga el viaje al nevado”. “Como ordenen”, contestó malgeniado porque había
quedado con hambre y porque no había podido cazar nada en ese rato.
Buscó una roca encaramándose allí. Se impulsó con un
solo movimiento, batiendo las alas brutamente y ganando altura en menos de un momento.
No se demoró en llegar al espacio blanquecino.
Hacía buen día y ya estaban enrumbados a la “montaña blanca” que se veía oscura
desde donde estaban. “En poco tiempo llegaremos a la montaña resplandeciente”,
dijo Millaray contenta.
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