Madremonte buscó su vestido de hojas, que había tirado encima de una enorme
piedra poniéndoselo en un instante. Empezó a subir la cuesta al caserío,
ayudada por Mohán que la jalaba de la mano.
“Véanlos, véanlos. Allà vienen”, gritaba un niño desnudo, de entre
varios que habían sido mandados por la princesa Millaray a buscar a Mohán y a
Madremonte.
Se encontraron con ellos en un charco oscuro y maloliente por los
animales que chapoteaban continuamente allí: “Hola, ustedes donde estaban?. . .
en la tribu están afanados porque no llegan. Muchos piensan que se ahogaron en
el rio.” “Hola niños, que hacen por aquì?, preguntò Madremonte arreglándose el
vestido. “Nos mandaron a buscarlos porque hace mucho rato Mohàn se vino y no ha
aparecido por allá”. “Ah, era que nos estàbamos bañando. Todos saben que cuando
uno se baña en un rìo enfurecido, se vuelve fuerte y poderoso…”. Los niños se
miraron, corriendo ahora por la cuesta para no retardarse mas, llegando en poco
tiempo al pueblo alborotado: “Yo no sabìa nada y mi hermano quedo petrificado
allá. Tengo que ir a buscarlo”. “Yo tambièn irè a ver en que ayudo” “Por eso es
que baja tanta agua. El deshielo es increìble” “con los ritos de Huenuman, de
Mohán y Madremonte, romperán cualquier hechizo por fuerte que sea”. Frases así
se escuchaban en todos los corrillos.
Madremonte apurò el paso acompañada
de Mohàn. El habìa prendido otro tabaco en un corto descanso que hizo en la
cuesta. Entraron a la maloca entre tanta gente, hasta llegar a donde estaba
Cajamarca con Millaray y el mago Huenuman. Todos comían frìjoles con arracachas
y carne de ovejo servido en grandes totumas humeantes, también tomaban chicha
de maíz que estaba bien fermentada. Madremonte sonrió mirándolos, y sin hablar
se acercò a Huenuman dándole un beso en la mejilla: “Tanto tiempo sin verlo
gran mago Huenuman. Hoy debe ser dìa de fiesta por su presencia aquì”, le dijo ella,
admiràndole la fuerza y la juventud que
siempre mantenía. Huenuman se puso de pie diciéndole: “Soy yo el que se alegra
de verla. Cuantos años han pasado desde que nos vimos la última vez?”. “Mas de
medio siglo. Pero usted sigue igual”. “Y ustèd sigue lo mismo, joven y hermosa. Sé que
conoce los secretos de la inmortalidad. Es la dueña del tiempo y lo maneja como quiere…”. “Gracias por decirme
eso, Huenuman” respondió Madremonte. “Pero no hablemos de éstas cosas delante
de la gente”. “Si claro, asì debe ser” dijo él.
Entonces Cajamarca que habìa estado mirándolos, se acercò atraìdo por
Madremonte. Le sintió fragancias de mujer, aromas de reciente pasión porque
estaba encendida, tenía los ojos brillantes, el cabello voluptuoso y una dicha
inocultable en toda la piel. Le echò una ojeada sospechosa a Mohàn y después a
Millaray que le guiñò un ojo, porque su intuición le habìa dicho la aventura ocurrida
en el rìo.
“Yo creo que Mohàn ya le conto lo sucedido con los Pijaos en el
nevado…”. “Si, ya se todo. Es una tragedia que debemos arreglar lo mas rápido
que podamos”, le contestò Madremonte a cajamarca arreglàndose el cabello todavía
húmedo. “La estábamos esperando para
irnos. Pero primero vamos a hacer un rito de despedida con el pueblo. Ya se han
reunido para eso”. “Como diga noble cacique Cajamarca. Estoy a sus órdenes”.
Entonces el joven cacique se subió a un tronco alto donde todos podían
verlo. Levantó las manos pidiendo silencio y la algarabía cesó: “Pueblo de
Cajamarca, la presencia del mago Huenuman aquí es lo mejor que nos ha pasado en
muchos años y eso deberíamos celebrarlo, pero como ya ustedes saben que las tribus
Pijao han quedado convertidas en estatuas de oro y esmeralda en el nevado del
Tolima por un hechizo que alguien hizo, tenemos que irnos rápidamente con Huenuman,
con nuestra amiga Madremonte, con Mohán y con mi novia Millaray a arreglar
semejante problema. Hemos pensado que la aldea no puede quedarse sin dirección
y por eso en esos días en que nosotros no estemos, gobernará el pueblo el taita
Amuillán. El tiene la sabiduría para dirigir a la gente y para hacer las cosas
con discernimiento. Pensamos que no será mucha la demora nuestra, pero si se
alarga la aventura, Amuillán está
autorizado para resolver cualquier problema que haya en el pueblo”.
En ese momento Cajamarca le hizo una seña a Amuillán, que estaba en la
base del tronco donde hablaba el joven.
Se puso de pié obedeciendo a su cacique.
Era el médico y consejero del pueblo. Conocía los secretos de las plantas
y de los animales. Las cosas ocultas del agua, del aire, del fuego y de la
tierra. Estaba fuerte y ágil. Orgulloso de ser llamado por la primera autoridad
de su pueblo. Por eso se acomodó lo mejor que pudo, su diadema de plumas de
colores, su larga y gruesa ruana también de colores intensos, y una bata larga
blanca, de lana de ovejo que lo protegía del frío de aquella región. Tenía una
nariguera de oro casi tapándole los labios, y unos aretes también de oro. Llevaba
un palo largo grueso, símbolo del conocimiento, y de su autoridad y poder.
Usaba alpargatas blancas fabricadas por los habitantes de allí con fibras de
maguey.
“A sus órdenes mi gran señor Cajamarca. Estoy dispuesto para gobernar al
pueblo como me ha pedido. Confía en éste hombre viejo que te respeta y te
quiere. Ve sin problemas a lo que tengas que hacer, y cuando vuelvas
encontrarás a tu pueblo en orden y tranquilidad”, dijo el taita moviendo el
palo a uno y otro lado mirando a Cajamarca con sus ojos serios “Gracias taita
Amuillán. Siempre he confiado en ti por tu conocimiento y por tu prudencia. Sé
que harás las cosas con sensatez y cordura”.
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