lunes, 12 de noviembre de 2012

EL PAIS DE LA NIEVE 33 (La desconocida y fantástica historia del pueblo Pijao)

 
Madremonte buscó su vestido de hojas, que había tirado encima de una enorme piedra poniéndoselo en un instante. Empezó a subir la cuesta al caserío, ayudada por Mohán que la jalaba de la mano.
“Véanlos, véanlos. Allà vienen”, gritaba un niño desnudo, de entre varios que habían sido mandados por la princesa Millaray a buscar a Mohán y a Madremonte.
Se encontraron con ellos en un charco oscuro y maloliente por los animales que chapoteaban continuamente allí: “Hola, ustedes donde estaban?. . . en la tribu están afanados porque no llegan. Muchos piensan que se ahogaron en el rio.” “Hola niños, que hacen por aquì?, preguntò Madremonte arreglándose el vestido. “Nos mandaron a buscarlos porque hace mucho rato Mohàn se vino y no ha aparecido por allá”. “Ah, era que nos estàbamos bañando. Todos saben que cuando uno se baña en un rìo enfurecido, se vuelve fuerte y poderoso…”. Los niños se miraron, corriendo ahora por la cuesta para no retardarse mas, llegando en poco tiempo al pueblo alborotado: “Yo no sabìa nada y mi hermano quedo petrificado allá. Tengo que ir a buscarlo”. “Yo tambièn irè a ver en que ayudo” “Por eso es que baja tanta agua. El deshielo es increìble” “con los ritos de Huenuman, de Mohán y Madremonte, romperán cualquier hechizo por fuerte que sea”. Frases así se escuchaban en todos los corrillos.
Madremonte  apurò el paso acompañada de Mohàn. El habìa prendido otro tabaco en un corto descanso que hizo en la cuesta. Entraron a la maloca entre tanta gente, hasta llegar a donde estaba Cajamarca con Millaray y el mago Huenuman. Todos comían frìjoles con arracachas y carne de ovejo servido en grandes totumas humeantes, también tomaban chicha de maíz que estaba bien fermentada. Madremonte sonrió mirándolos, y sin hablar se acercò a Huenuman dándole un beso en la mejilla: “Tanto tiempo sin verlo gran mago Huenuman. Hoy debe ser dìa de fiesta por su presencia aquì”, le dijo ella, admiràndole  la fuerza y la juventud que siempre mantenía. Huenuman se puso de pie diciéndole: “Soy yo el que se alegra de verla. Cuantos años han pasado desde que nos vimos la última vez?”. “Mas de medio siglo. Pero usted sigue igual”. “Y ustèd sigue lo mismo, joven y hermosa.   Sé que conoce los secretos de la inmortalidad. Es la dueña del tiempo y  lo maneja como quiere…”. “Gracias por decirme eso, Huenuman” respondió Madremonte. “Pero no hablemos de éstas cosas delante de la gente”. “Si claro, asì debe ser” dijo él.
Entonces Cajamarca que habìa estado mirándolos, se acercò atraìdo por Madremonte. Le sintió fragancias de mujer, aromas de reciente pasión porque estaba encendida, tenía los ojos brillantes, el cabello voluptuoso y una dicha inocultable en toda la piel. Le echò una ojeada sospechosa a Mohàn y después a Millaray que le guiñò un ojo, porque su intuición le habìa dicho la aventura ocurrida en el rìo.
“Yo creo que Mohàn ya le conto lo sucedido con los Pijaos en el nevado…”. “Si, ya se todo. Es una tragedia que debemos arreglar lo mas rápido que podamos”, le contestò Madremonte a cajamarca arreglàndose el cabello todavía  húmedo. “La estábamos esperando para irnos. Pero primero vamos a hacer un rito de despedida con el pueblo. Ya se han reunido para eso”. “Como diga noble cacique Cajamarca. Estoy a sus órdenes”.
Entonces el joven cacique se subió a un tronco alto donde todos podían verlo. Levantó las manos pidiendo silencio y la algarabía cesó: “Pueblo de Cajamarca, la presencia del mago Huenuman aquí es lo mejor que nos ha pasado en muchos años y eso deberíamos celebrarlo, pero como ya ustedes saben que las tribus Pijao han quedado convertidas en estatuas de oro y esmeralda en el nevado del Tolima por un hechizo que alguien hizo, tenemos que irnos rápidamente con Huenuman, con nuestra amiga Madremonte, con Mohán y con mi novia Millaray a arreglar semejante problema. Hemos pensado que la aldea no puede quedarse sin dirección y por eso en esos días en que nosotros no estemos, gobernará el pueblo el taita Amuillán. El tiene la sabiduría para dirigir a la gente y para hacer las cosas con discernimiento. Pensamos que no será mucha la demora nuestra, pero si se alarga la aventura,  Amuillán está autorizado para resolver cualquier problema que haya en el pueblo”.
En ese momento Cajamarca le hizo una seña a Amuillán, que estaba en la base del tronco  donde hablaba el joven. Se puso de pié obedeciendo a su cacique.
Era el médico y consejero del pueblo. Conocía los secretos de las plantas y de los animales. Las cosas ocultas del agua, del aire, del fuego y de la tierra. Estaba fuerte y ágil. Orgulloso de ser llamado por la primera autoridad de su pueblo. Por eso se acomodó lo mejor que pudo, su diadema de plumas de colores, su larga y gruesa ruana también de colores intensos, y una bata larga blanca, de lana de ovejo que lo protegía del frío de aquella región. Tenía una nariguera de oro casi tapándole los labios, y unos aretes también de oro. Llevaba un palo largo grueso, símbolo del conocimiento, y de su autoridad y poder. Usaba alpargatas blancas fabricadas por los habitantes de allí con fibras de maguey.
“A sus órdenes mi gran señor Cajamarca. Estoy dispuesto para gobernar al pueblo como me ha pedido. Confía en éste hombre viejo que te respeta y te quiere. Ve sin problemas a lo que tengas que hacer, y cuando vuelvas encontrarás a tu pueblo en orden y tranquilidad”, dijo el taita moviendo el palo a uno y otro lado mirando a Cajamarca con sus ojos serios “Gracias taita Amuillán. Siempre he confiado en ti por tu conocimiento y por tu prudencia. Sé que harás las cosas con sensatez y cordura”.
 
 



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