Mohán la vio desde lejos y se estremeció como no le pasaba hacía días.
“Huy que hermosura de mujer” se dijo saltando encima de un tronco de eucalipto.
Sintió un fuego muy quemante subiéndole desde sus piernas hasta lo alto de su
cabeza, estremeciéndolo fieramente. Algo salvaje. Le atravesó el pubis, achicharrándoselo
inexplicable, lo mismo que el estómago y el pecho, sin piedad, sintiéndose desvanecido
y totalmente calcinado como en muerte próxima. “Qué es lo que me pasa con ésta
mujer cuando la veo desnuda. . . No puedo controlarme. Me va a matar”, pensaba
sin dejar de mirarla por entre las ramas que le impedían una visión libre. Definitivamente
se enloqueció corriendo como un fauno encima de tantos troncos y piedras,
saltando y respirando dificultosamente. Era un irracional. Un animal poderoso
en busca de su hembra.
Corrió encima de los barrancos y las raíces. Se desbocó por un camino
apenas abierto por algunas indias que también iban allí a bañarse, se hirió con
las espinas y las ramas, pero de eso ni siquiera se dio cuenta. Finalmente
llegó al lado de su amiga que no dejaba de sonreír y de danzar desafiante y
bella. “Será mío, solo mio todas las veces que yo quiera. Este brujo nunca me
falla y por eso me gusta tanto. Haré con el lo que me de la gana”. Al verlo tan
cerquita, estiró los brazos invitándolo a un rito sexual al borde del agua. “Esta
mujer me es infiel con los caciques y otros brujos, yo sé, y no le importa
nada”, rugía también el río en una escena de celos, estrellándose airado contra
la montaña. El agua sabía que Madremonte era su dueña y por eso al verla
abrazada aMohán, se debatía en ruidos escandalosos y espumas reventadas.
La mujer se pegó abusiba al cuerpo de su amigo “Ven Mohán, dame la
felicidad, lo necesito ya”. Lo abrazó hechizante haciéndole sentir su carne
loca. “Es que no te gusto ya?” le preguntaba retorciéndose como las llamas de
las hogueras. Bajó las manos por las espaldas y por las nalgas de su amigo,
luego encontró un gigante erecto, húmedo de cabeza congestionada que no quiso
soltar, ”Oooohhhhh, esto es lo que me gusta de ti. Siempre estás dispuesto cada
vez que quiero “.
El agua los bañaba con gruesos golpes y ellos no se daban cuenta. “Quiéreme
como solo tu sabes, Mohán. Repítelo como lo hiciste en los hielos del nevado
del Tolima, repítelo por favor”, decía Madremonte en gemidos lascivos. “No
le pongas cuidado a nada. Solo dame tu amor y nada mas. . .”
Se tumbaron en la tierra y en el pasto tan mojado. “Ahora ven acá,
rodemos encima del mundo y al lado del agua que me pone ansiosa”, decía ella.
“Como quieras. Haré lo que me pidas bella Madremonte”. Rodaban amarrados, confundidos sin ganas de
soltarse. “Huy, cuanto quisiera que esto no se acabara nunca. Sigue, sigue
Mohán, no pares, no pares”. Se pegaron
al tallo de un árbol enorme que crujia y se mecía indomable con los movimientos
de los dos. “Hoy estás enloquecida Madremonte. Gracias por esa locura que yo te
calmaré inmediatamente”. “Así es que te gusta?”, decía ella abrazada al mago.
Los ojos de el echaban candela, quemándole
las pestañas y las cejas a la diosa. Los ojos de Madremonte echaban chispas pero
de colores, chamuscando a Mohán en el pecho y en los brazos. Oooohhhh. Lava
hirviente brotó de muy adentro de la diosa en lanzamientos rítmicos que Mohán
comprendió, muy sabio, y que ella se agradeció en su respiración alucinada.
“Ooohhh, Ooohhh, Ooohhh. .. .”.
Se tumbaron de espaldas en la tierra, recibiendo mas y mas oleadas del
río.
Pero de repente Mohán se levantó como asustado, acordándose de algo
urgente que debía hacer ya, diciéndole a su amiga: “Huy me había olvidado del
mundo y de todo. Yo vine por usted porque nos están esperando en la maloca para
arreglar una expedición al nevado. Eso no da espera. Usted tiene la culpa de
todo y de mi olvido. . . “. “Te arrepientes?”. “No, pero vámonos ya. Deben
estar pensativos viendo que no llegamos. Viajaremos en el cóndor de los Andes
al nevado del Tolima. Iremos con Cajamarca, con la princesa Millaray y con el
gran brujo Huenuman. Todos nos están esperando. Es que todas las tribus pijao
han quedado convertidas en estatuas de oro y esmeralda dentro de la caverna del
nevado”. “Si. verdad?, yo no he oido decir nada de eso. . . “. “Claro, nadie
sabía nada hasta que llegó Huenuman. Ahora el dice que nos necesita a los dos para
hacer ritos especiales y así volver los Pijaos a la vida”. “Así es de grave
todo? Entonces vamos sin demora. Por qué no me dijo antes eso?”. “Estaba
olvidado de todo. No comprende?”. “Corramos, corramos, que deben estar muy
afanados”.
Madremonte buscó su vestido de hojas, que había tirado encima de una enorme
piedra poniéndoselo en un instante. Empezó a subir la cuesta al caserío,
ayudada por Mohán que la jalaba de la mano.
“Véanlos, véanlos. Allà vienen”, gritaba un niño desnudo, mandado por la
princesa Millaray.
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