“Gracias cacique Cajamarca, pienso que no hay tiempo. He venido a buscar
a mi amigo Mohán y a Madremonte para que me ayuden en la reciente tragedia que
hubo en el nevado”. “Si señor Huenuman ya lo se, Millaray me lo ha contado, pero
venga y nos acompaña, haremos un rito con el pueblo y arreglaremos cosas para
el viaje mientras llegan Mohán y Madremonte”.
No se habían dado cuenta que a un lado de ellos estaba un alto, grueso y
peludo hombre mirándolos atento: “No tienen necesidad de esperarme, Yo estoy
aquí”, dijo Mohán acercándose a su amigo al que no había visto desde hacía tiempos.
Entonces se abrazaron dándose palmaditas
en la espalda, luego se separaron examinándose cuidadosamente, “Pero si a usted
no le pasa el tiempo, estimado Huenuman. Sigue lo mismo que hace docientos ocho
años años cuando lo ví la última vez. En los pueblos he oído muchas aventuras
sobre usted pero no me había quedado tiempo para encontrarlo, para hablar de
todo lo que nos ha pasado y recordar también los viejos tiempos desde cuando
nos vinimos del otro lado del mundo” “Si, es necesario encontrarnos mas
seguido, no podemos olvidarnos, pero aquí me tiene gran mago Mohán. Veo que las
dificultades nos acercan. A propósito, a ustéd tampoco le pasa el tiempo porque
lo veo mas joven y fuerte. Tiene los ojos mas luminosos y conserva la agilidad
de los muchachos. Sabe algo? He venido para que me acompañe al nevado del
Tolima donde tenemos que hacer algo urgente”. “Si, ya he presentido algo raro en
las vibraciones que salen de su cabeza y de su cuerpo”, contestó Mohán lanzando
una bocanada de humo medio blancuzco que se elevó por encima de su melena. “Las
tribus Pijao han quedado convertidas en estatuas de oro en el nevado. No sé
como pasa eso, pero según las leyendas que recuerdo, ocurrió lo mismo que hace seis
mil años cuando la gente de aquí se reunió con los dioses de Columbus en ese
mismo nevado”, dijo Huenuman mirando a Cajamarca y a la princesa que no perdía
ni una palabra de esa charla. “Todo se ha repetido como pasa siempre, y necesitamos
mucho poder para volver esos pueblos a la vida”. “Haremos lo que sea para
acabar el hechizo que algún dios o ser poderoso haya hecho allá. Llevaremos también
a la maga Madremonte, porque la fuerza femenina es necesaria en éstos casos”.
“Si. Ella debe estar con nosotros. Su magia será vital en los sacrificios que
haremos”, dijo Huenuman caminando detrás de Cajamarca que ya iba para la maloca
quizás a preparar cosas para el viaje. “Yo también quiero ir”, gritó de pronto Millaray
ansiosa, arreglándose un arete que se le había enredado en el pelo. “Pondré el
cóndor a su disposición para que todos viajemos ahí y lleguemos ligero y sin
problemas”. “Verdad?” contestó Huenuman sonriendo. “Claro princesa, ustéd irá
con nosotros, será una gran compañía y si su amigo Cajamarca quiere acompañarnos,
mejor. Haremos un buen equipo frente a las cosas que se presenten”. “Claro que
iré. No quiero dejar sola a Millaray”. Casi gritó Cajamarca riéndose a la vez.
Entraron a la maloca donde ya estaban sentados muchos indios cantando y
silbando, como una preparación al gran rito del pueblo. Mohán se concentró mirándolos,
chupando a la vez su tabaco que mantenía en la boca, dándole vueltas, muy
diestro. Se puso contento pensando que montaría otra vez en el cóndor de los Andes.
“El viaje anterior fue una aventura muy buena y rica”, pensó. De pronto dijo
para que los otros oyeran: “Voy a buscar
a mi amiga Madremonte que está algo asustada mirando cómo baja de enfurecido el
Anaime . . . como nunca lo había visto. No me demoraré”. “Bueno, corra pues y
vengan rápido porque pronto nos iremos”, le dijo la princesa Millaray pensando
en el viaje. “Seremos cinco viajando en las costillas del cóndor”, pensó la
muchacha. “Eso no es ningún problema para el”
Mohán volvió a salir por la puerta de palos y guaduas atravesadas de la
maloca y casi corriendo cruzó el caserío para bajar al río donde encontraría a
la diosa Madremonte. “Tengo ganas de verla. Por qué será?”, pensó un poco
intranquilo. A donde él iba a buscarla, ella se bañaba seguido en largos ratos
de olvido y de mucho abandono.
Mohán le diría lo del encantamiento de las tribus en el nevado y la
necesidad de que ella estuviera allá para que participara en los ritos y así romper cualquier hechizo por poderoso que
fuera. “Sin usted, Madremonte, no podremos hacer nada” Le diría. También le
contaría que viajarían con el mago Huenuman. Que irían con el cacique Ibagué y
con la princesa Millaray en las costillas del cóndor de los Andes.
Madremonte estaba desnuda en la orilla del río.
Recibía la brisa del agua torrentosa, danzando sensual, semejante a una
ninfa de los bosques. Su cabello mojado la ponía seductora. Los pechos y las
caderas se impulsaban rítmicos con los movimientos de su danza interminable. Los
ojos brillantes y la sonrisa invitaban a un encuentro en los crespones del agua.
Mohán la vio desde lejos y se estremeció como no le pasaba hacía días.
“Huy que hermosura de mujer” se dijo saltando encima de un tronco de eucalipto.
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