“agárrense que nos vamos”, gritó el ave con la voz ronca, impulsándose al
río en dirección al pueblo. Abrió las alas moviéndolas poderoso, dejándose ir
al espacio, en medio del aire que se metía en sus plumas.
Escucharon de pronto unos rugidos que se perdían entre el ruido del río
y del aire, “Oogggrrrr, “Oooggrrr, Ooogggrrrr”, era el león que los miraba
impotente y perplejo desde abajo, queriendo seguirlos en el espacio. Se estaba
despidiendo de su amigo y de la princesa, para luego meterse entre los árboles
donde comería y descansaría bien.
Ya el cóndor de los Andes cruzaba el Anaime en vuelo sereno. Huenuman
gritó de pronto, “Oooohhhhh, Ooooohhhhhh, Ooooohhhhh” por el vacío que sentía
en en su estómago, mientras el ave caía como una flecha en un espacio libre de
árboles y maleza, en medio de chozas de bahareque con techos de palma, ventanas
pequeñas y puertas que mostraban adentro un ambiente oscuro y medio triste. Estaban
construidas sin orden, la mayoría juntas para darle unidad al pueblo, pero
también habían bohios entre el bosque, a la orilla de los rios, cerca a los
sembrados y mas allá en las montañas.
Había mucha gente esperándolos. Mejor dicho toda la tribu. Levantaban
los brazos y saltaban gritando alegres, viendo caer la enorme ave desde el
cielo a la plaza de la aldea, trayendo entre el plumaje a
Millaray y al visitante que habían visto al otro lado del rio, en la
montaña del frente
Se vinieron en tropel alrededor del buitre viendo de cerca al hombre que
les había hecho señas de humo y gestos de auxilio, y como el se puso de pie en
las costillas del ave, levantaron las cabezas dándose cuenta que era el
respetado y poderoso Huenuman, el mago Pijao mas famoso y venerado en muchas
partes de Amerindia. A el le pedían consejo en las dificultades, lo llevaban a
muchos lugares para verle sus prodigios. Tenía mas de mil doscientos años y
curaba enfermedades, resucitaba muertos, volaba a grandes velocidades, se aparecía
en varios lugares al mismo tiempo y otras cosas fantásticas que nadie podía
explicar.
El ave descolgó el ala izquierda por la que se deslizó la princesa. Al
tocar el suelo sonrió corriendo a reunirse con un joven moreno, apuesto de
diecisiete años. Tenía una corona de plumas de pavo real, aretes de oro, un
pectoral de oro brillante, un guayuco de piel de tigre y un cetro de oro que nunca
dejaba porque era el cacique del pueblo y ese cetro era el emblema de su
autoridad. Tenía el cuerpo pintado con rayas y manchas de colores rojo, azafrán
y verde, lo mismo que su cara. Eso lo hacía ver agresivo y poderoso.
Era Cajamarca.
Hacía diez meses había heredado el poder al morir su padre, el cacique Titamo,
hombre noble y valeroso que había dicho dos horas antes de morir: “Las montañas
donde vivimos, tienen mucho oro y
piedras preciosas. Hijo mio Cajamarca, no dejes que nos quiten las riquezas.
Lucha por ellas y por el pueblo. Pídele a los dioses sabiduría para manejarte a
ti mismo y para conducir a los hombres”. Titamo cerró los ojos estremeciéndose en
la estera quedando paralizado, con la boca y los ojos muy abiertos que
Cajamarca cerró diciendo muchas plegarias.
Ese joven era el pretendiente de la hija del cacique Ibagué, la princesa
Millaray que estaba con el, celebrando la llegada del mago Huenuman.
El gran brujo bajó sin problemas de las costillas del ave que caminó cansada
hasta el bosque. Brincó debajo de los árboles llegando a una laguna no muy
grande, donde tomó agua. Buscó su nido entre altas rocas en un monte solitario
y neblinoso. Se metió en su nido de ramas, plumas, helechos y hojas que le
daban blandura y tibieza. Cerró los ojos quedándose dormido, soñando cosas
extrañas en distintas partes de Amerindia.
Al tocar Huenuman el suelo, el pueblo lo rodeó parándose en las puntas
de los pies y estirando las cabezas para verlo mejor. Eran tres mil que vivían
por familias ahí en el poblado, en los alrededores y mas allá entre la manigua
y en las montañas.
Era tanto el alboroto que no dejaban ver a otro hombre importante de
Amerindia y del pueblo Pijao: Mohán muy barbado, de cabello largo, cuerpo
peludo y vigoroso, con ojos de fuego y corto guayuco de piel de venado. Se
fumaba un tabaco tratando de acercarse a Huenuman. “está difícil pasar”,
pensaba forzándose entre la multitud.
La muchedumbre se separó formando una calle angosta y bulliciosa hasta
la vivienda del cacique Cajamarca que cogiendo de la mano a Millaray le dijo “Ven
conmigo”. Recibirían al visitante en medio de la algarabía.“La gente de ésta
tribu ha sido especial conmigo”, pensaba Huenuman arreglándose la ruana torcida
en el cuello. Ya frente a los jóvenes, los saludó oyendo a Cajamarca: “Es
bienvenido gran mago Huenuman, gracias por su visita, Considérese en su pueblo
y en su casa”. “Soy yo el que debo
agradecerles todo lo que hacen”, contestó Huenuman mirando al joven cacique:
“Ya había oído decir que tu padre Titamo había muerto pero no sabía que fueras
tan joven. Rogaré al universo y a los dioses para que te den sabiduría y fuerza
en las dificultades y en los peligros”. “Gracias señor Huenuman. Venga con
nosotros, debe tener hambre. Necesita descansar también” “Gracias cacique
Cajamarca, pienso que no hay tiempo. He venido a buscar a mi amigo Mohán y a
Madremonte para que me ayuden en la reciente tragedia que hubo en el nevado”.
“Si señor Huenuman ya lo se, pero venga y nos acompaña, haremos un rito con el
pueblo y arreglaremos cosas para el viaje mientras llegan Mohán y Madremonte”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario