miércoles, 17 de octubre de 2012

EL PAIS DE LA NIEVE 28 (La desconocida y fantástica historia del pueblo Pijao) corregida y ampliada.

 
 
Se limpió la boca con la ruana, parándose del tronco, chupándose los dientes y diciéndole al león, “Vámonos amigo que se nos hace tarde. Hoy tenemos que llegar a Cajamarca, no podemos perder el tiempo”. “Bueno, como ordene señor Huenuman. Móntese y nos vamos”.
El brujo se encaramó en el lomo del león tendiéndose a lo largo del espinazo para agarrarse de la melena y para apretar las piernas en las costillas. Dijo, “Ahora si, león. Corra pues”.
La fiera arrancó a caminar con paso largo encima de la hierba cubierta de escarcha, después  trotó suave por los caminos. Se le calentaron los músculos y la sangre, sintiendose fuerte y poderoso para saltar sobre los troncos, sobre las piedras y encima de los abismos que no eran pocos en aquel sector de la montaña. Evitaba los tallos de los árboles que estaban apiñados impidiendo el paso. Subía a las rocas como si no llevara nada en sus costillas, para luego bajar y continuar su carrera por bajas colinas “A este paso llegaremos pronto”, dijo el león acezante “Si” respondió Huenuman que no hacía otra cosa sino  sostenerse de la melena.
Al poco rato vieron un río.
Bajaba potente y sucio entre altas rocas y elevadas montañas que lo custodiaban. Era el río Anaime, conocedor de los secretos del cielo, de las montañas y de los hombres. Después de un largo viaje, se abandonaba en el fondo del océano.
León y mago llegaron a la orilla del río crecido y turbulento por el deshielo del nevado. Ese espectáculo los maravilló asustándolos porque jamás lo habían visto así de fiero. Parecía que toda el agua de la tierra estuviera bajando por ahí con sonidos de fin del tiempo.
EL león paró en seco poniendo rígidas sus patas, tensionando los músculos por si acaso tenía que hacer alguna rara maniobra. Huenuman se bajó de sus costillas, sintiendo que una brisa fuerte los mojaba, “Hasta aquí llegamos. Ahora tenemos que esperar a que  baje el agua”, dijo el brujo, inquieto porque de todos modos tenía que pasar para llegar a Cajamarca. Un ruido temeroso salía de ahí y de las piedras estrelladas en el fondo del agua. El líquido se lanzaba contra las rocas y contra las montañas, derribando árboles, piedras y animales.
 “Y ahora que hacemos?”, preguntó el león retrocediendo. “Subamos otra vez a la montaña”, contestó el brujo mirando a lo alto.
El hombre se montó en el león, subiendo por la pendiente, caminando desorientado.
Al medio día vieron un caserío del que se elevaba un humo de fogatas y de cocinas. Huenuman dijo “Bajemos otra vez ”. “Como ordene gran brujo”, y arrancaron a correr entre la baja maleza mojada.
Esa carrera fue corta porque otra vez el río los trancó en la orilla. Entonces Huenuman bajándose de las espaldas de su amigo, le dijo: “Voy a hacer señales de humo para que la gente nos ayude a llegar allá”. “Claro, eso es lo que hay que hacer ya”, dijo el león mirando la turbulencia.
Huenuman  recogió ramas, palos, troncos, y poniéndolos en un montón, los sopló solo una vez. Raramente y sin meterle candela, la leña se prendió primero con llamitas débiles y azules, y luego con flamas grandes que bailaban chirriantes con la brisa del río. Salió un humo fuerte y negro oscureciendo el aire.
Al momento la gente de la tribu se amontonó a lo lejos, al otro lado del río.
Huenuman viéndolos, levantó los brazos ansioso. La gente también alzó los brazos gritando y haciendo señas. Así se entendieron hasta que finalmente, el cacique, los brujos y la otra gente importante de la tribu, se retiraron a la choza grande donde harían un rápido concejo. Ya se habían dado cuenta que era el gran brujo Pijao llegado a su pueblo por algo importante.
De pronto saliendo del pueblo y elevándose en el aire blanco de esa hora, el cóndor de los Andes, batió las alas alcanzando altura, desgarrando las nubes. Atravesó el espacio llegando en dos minutos junto al mago y al león que lo miraban maravillados por su grandor y por su fuerza.
Dejó caer un ala por la que se deslizó una muchacha de dieciséis años. Era la princesa Millaray. Hija del cacique Ibagué, que había venido desde el nevado del Tolima acompañada del mago Mohán y de la diosa Madremonte hasta las propiedades de su novio, el cacique Cajamarca, donde ahora estaba.

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