Se limpió la boca con la ruana, parándose del tronco, chupándose los
dientes y diciéndole al león, “Vámonos amigo que se nos hace tarde. Hoy tenemos
que llegar a Cajamarca, no podemos perder el tiempo”. “Bueno, como ordene señor
Huenuman. Móntese y nos vamos”.
El brujo se encaramó en el lomo del león tendiéndose a lo largo del
espinazo para agarrarse de la melena y para apretar las piernas en las costillas.
Dijo, “Ahora si, león. Corra pues”.
La fiera arrancó a caminar con paso largo encima de la hierba cubierta
de escarcha, después trotó suave por los
caminos. Se le calentaron los músculos y la sangre, sintiendose fuerte y
poderoso para saltar sobre los troncos, sobre las piedras y encima de los
abismos que no eran pocos en aquel sector de la montaña. Evitaba los tallos de
los árboles que estaban apiñados impidiendo el paso. Subía a las rocas como si
no llevara nada en sus costillas, para luego bajar y continuar su carrera por
bajas colinas “A este paso llegaremos pronto”, dijo el león acezante “Si”
respondió Huenuman que no hacía otra cosa sino sostenerse de la melena.
Al poco rato vieron un río.
Bajaba potente y sucio entre altas rocas y elevadas montañas que lo
custodiaban. Era el río Anaime, conocedor de los secretos del cielo, de las
montañas y de los hombres. Después de un largo viaje, se abandonaba en el fondo
del océano.
León y mago llegaron a la orilla del río crecido y turbulento por el
deshielo del nevado. Ese espectáculo los maravilló asustándolos porque jamás lo
habían visto así de fiero. Parecía que toda el agua de la tierra estuviera
bajando por ahí con sonidos de fin del tiempo.
EL león paró en seco poniendo rígidas sus patas, tensionando los
músculos por si acaso tenía que hacer alguna rara maniobra. Huenuman se bajó de
sus costillas, sintiendo que una brisa fuerte los mojaba, “Hasta aquí llegamos.
Ahora tenemos que esperar a que baje el
agua”, dijo el brujo, inquieto porque de todos modos tenía que pasar para
llegar a Cajamarca. Un ruido temeroso salía de ahí y de las piedras estrelladas
en el fondo del agua. El líquido se lanzaba contra las rocas y contra las
montañas, derribando árboles, piedras y animales.
“Y ahora que hacemos?”, preguntó
el león retrocediendo. “Subamos otra vez a la montaña”, contestó el brujo
mirando a lo alto.
El hombre se montó en el león, subiendo por la pendiente, caminando desorientado.
Al medio día vieron un caserío del que se elevaba un humo de fogatas y
de cocinas. Huenuman dijo “Bajemos otra vez ”. “Como ordene gran brujo”, y
arrancaron a correr entre la baja maleza mojada.
Esa carrera fue corta porque otra vez el río los trancó en la orilla.
Entonces Huenuman bajándose de las espaldas de su amigo, le dijo: “Voy a hacer
señales de humo para que la gente nos ayude a llegar allá”. “Claro, eso es lo
que hay que hacer ya”, dijo el león mirando la turbulencia.
Huenuman recogió ramas, palos,
troncos, y poniéndolos en un montón, los sopló solo una vez. Raramente y sin
meterle candela, la leña se prendió primero con llamitas débiles y azules, y
luego con flamas grandes que bailaban chirriantes con la brisa del río. Salió
un humo fuerte y negro oscureciendo el aire.
Al momento la gente de la tribu se amontonó a lo lejos, al otro lado del
río.
Huenuman viéndolos, levantó los brazos ansioso. La gente también alzó
los brazos gritando y haciendo señas. Así se entendieron hasta que finalmente,
el cacique, los brujos y la otra gente importante de la tribu, se retiraron a
la choza grande donde harían un rápido concejo. Ya se habían dado cuenta que era
el gran brujo Pijao llegado a su pueblo por algo importante.
De pronto saliendo del pueblo y elevándose en el aire blanco de esa hora,
el cóndor de los Andes, batió las alas alcanzando altura, desgarrando las nubes.
Atravesó el espacio llegando en dos minutos junto al mago y al león que lo
miraban maravillados por su grandor y por su fuerza.
Dejó caer un ala por la que se deslizó una muchacha de dieciséis años. Era
la princesa Millaray. Hija del cacique Ibagué, que había venido desde el nevado
del Tolima acompañada del mago Mohán y de la diosa Madremonte hasta las
propiedades de su novio, el cacique Cajamarca, donde ahora estaba.
No hay comentarios:
Publicar un comentario