En ese momento Huenuman abrió los ojos. Se había
sobresaltado con la visión. Miró la antorcha intacta con su fuego azul flameando,
y pensó “Será que de verdad hay algún valle de árboles carnívoros que yo no
conozco? . . .No he oído hablar de eso en todo mi tiempo, pero hay que tener
cuidado. Cualquier cosa puede pasar”
El león sintió al brujo despierto. Se levantó
sacudiéndo la cabeza y bostezando. “Ooooggggrrrr para llamarle la atención a su
amigo”. Rondò por ahí y como vio que Huenuman se acomodaba otra vez, casi sin
mirarlo, también hizo lo mismo, ahuecándose entre las hojas y las rocas para
seguir durmiendo. Así pasaron la noche, sintiendo el viento silbante y el penetrante
sereno hasta que después de largas horas el sol apareció entre nubes color
ladrillo al otro lado de los árboles, en fantasmagóricas montañas envueltas en
neblina.
Con esas luces que apenas podían meterse por entre las hojas de
ese bosque, el leòn se parò sacudiéndose violento para despertarse.
Huenuman todavía estaba dormido porque la cueva
se habìa calentado con el fuego de la antorcha y el ambiente se hacía acogedor.
Ese calorcito lo profundizó harto, y como también estaba cansado y maltrecho, su
cuerpo aprovecho la buena situación para reponerse como debía. El leòn se le
acerco despacio dándole inesperados lambetazos en la cara, “Levàntese señor, ya
es hora de seguir el camino, debe dejar la pereza porque hay muchas cosas que
hacer” le dijo miràndolo penetrante, mientras el brujo sonreìa limpiándose la
cara con la ruana. “Pero primero buscaremos algo de comer” añadió el león.
“Si”, contestò Huenuman “No podemos seguir el viaje, sin haber comido algo que
nos dé fuerzas”.
El mago se paró arreglándose el pelo greñudo y alborotado,
y acomodándose la corona de plumas para que los mechones no se le vinieran a la
cara. Acarició espontáneamente la melena de su amigo que recostò la cabeza en
sus piernas quedándose así solo un momento.
Después salieron.
Caminaron entre los àrboles en silencio por si acaso encontraban una presa
que les quitara el hambre. El olfato del leòn y del hombre se pusieron intensos
y sensibles. No fue difícil encontrar la presa porque el bosque estaba lleno
de animales, muchos desprevenidos a esas horas de la mañana que les parecían
sosegadas y sin riesgos. Huenuman y el león iban a aprovechar cazando alguno
que les saciara el hambre, dejándolos satisfechos.
De pronto hubo un inesperado salto entre el silencio agazapado. Un
zarpazo enorme y brutal del leòn, cayo encima de un ternero incauto extraviado
del rebaño de su madre y que comìa ramas tiernas en ese momento. En menos de un
minuto quedó tendido entre la maleza debajo de un árbol de eucalipto que le hacía
estorbo al sol. Se retorcía bajo las fauces de la bestia que le desgarraba la
piel, sacándole los intestinos y las otras entrañas con fuerza ciega,
insaciable. Tenía los ojos brotados, enloquecidos sabiendo que hasta ahí le
llegaba la vida por haber sido tan confiado. La lengua le bailaba extraviada en
la boca tan abierta y gemía llamando a su mamá que podría estar muy lejos.
La fiera se le aplico en el cuello con su fuerza bruta. Apretaba mas y
mas, dejándolo exánime en las malezas. Ahí aflojó un poco, volteando a mirar al
mago con delirio y ansia. “Tiene que dejarme algo de carne”, le dijo Huenuman,
viendo que su amigo se disponia a devorárselo en pocos bocados. El felino volteò
a mirarlo diciéndole “Coja un pernil y lo asa, porque si se descuida no le dejo
nada”. “Si, eso hare inmediatamente” replicó el mago. Sacò entonces un largo
cuchillo que guardaba entre el guayuco y la cintura, y agachándose, aparto al
leòn que rugiò disgustado, pero que al final esperò hasta que Huenuman cogiò un
pernil con el que se fue a la entrada de la cueva.
Iba a prender una fogata aprovechando la candela de la antorcha que
todavía estaba viva y flameante como si la hubiera prendido hacía poco. “En corto
tiempo lo asaré y calmaré esta hambre que me está matando”, pensó juntando
palos secos, ramas, hojas, poniéndolas de tal modo que la candela se elevara
pronto.
El resto del ternero ya lo estaba terminando el leòn tirando de la carne
con furia. En poco tiempo lo desapareció en su panza, quedando satisfecho.
Huenuman embutió la antorcha prendida
entre las ramas, dejándola ahí, hasta que las llamas se alzaron airadas entre
los palos crepitantes. Puso el pernil encima, después de haberlo adelgazado
con el cuchillo. La carne chirrió pronto, cambiando los colores de la candela que
se retorcía como cuerpo de mujer, haciendo volar chispas azules, verdes,
violeta y amarillas que se elevaban perdiendose raramente en el aire limpio de
esa mañana. Le daba vueltas y vueltas sin parar a la carne, hasta que un apetitoso
olor se elevo, provocando a los gallinazos y a otros animales que se acercaron
cautelosos asomándose entre las ramas y por los bordes de las rocas.
Mientras tanto el hombre cortaba pedazos y pedazos de carne, saboreándola
en medio del humo que lo rodeaba insistente, casi ahogándolo. Finalmente le
dieron ganas de empezar el viaje de hoy que presentía aventurero y veloz.
Se limpió la boca con la ruana, se paró del tronco chupándose los dientes
diciéndole al león, “Vámonos amigo que se nos hace tarde. Hoy tenemos que
llegar a Cajamarca, no podemos perder el tiempo”. “Bueno, como ordene señor Huenuman.
Móntese y nos vamos”.
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