domingo, 2 de septiembre de 2012

EL PAIS DE LA NIEVE (La desconocida y fantástica historia del pueblo Pijao) corregida y ampliada.

 “Lo ahorcaré si es necesario, para llevarme las riquezas de aquí”, pensaba siniestro mirando a los Pijaos con ojos torvos. “A ese gigante lo haré papilla y me lo comeré enterito sin que se de cuenta. Después lo robaré y si es necesario me llevaré este nevado para mi tierra, así todo será mio”, volvía a pensar hurgándose las narices y escupiendo oscuros gargajos atravesados en su garganta. El guayuco que tenía, igual que su ruana estaban adornados con esmeraldas que brillaban bellamente con las luces de las antorchas y de las fogatas que alumbraban en todos lados. Su corona de oro, sus pulseras, tobilleras, brazaletes eran muestra de su enore riqueza y poderío. Solo esmeraldas y diamantes se veían incrustados allí. Se había mandado trepanar la frente en dos puntos con el fin de incrustar dos emeraldas muy brillantes entre el hueso. Finalmente el cetro del poder que tenía en la mano era una gruesa vara de oro con incrustaciones de muchas gemas también titilantes con las luces de la caverna.
El dios Takima.
Era la deidad de los indígenas Arawak.
Tenía cuerpo de hombre y rostro de pájaro, cosa que sobrecogió a los pijaos. Se quedaron mirándolo sin comprender por qué aquel dios tenía la cara así de extraña. Se preguntaban “Por qué le faltarán las alas y por qué no volará?”. Habían visto cosas prodigiosas en éstos días, pero viendo a Takima volvieron a sorprenderse brutalmente, pero no tanto como para enloquecerse, de modo que se estuvieron tranquilos observando lo que pasaba. Takima era también el jefe de los pájaros y conocía el canto de cada uno, de modo que podía comunicarse con ellos en cualquier situación. Les pedía su ayuda, su colaboración en las dificultades. “Vengan, vengan pájaros que los necesito para que lleven mensajes a tal o cual lugar. Vengan, vengan tráiganme comida que tengo hambre” y los pájaros llegaban en nubes, sosteniendo la comida que ponían al lado de Takima para luego alejarse en vuelo velóz, perdiéndose en las nubes y en la lejanía. Les gritaba con voz chillante “Vuelen al mar, vayan sin demora y díganme que colores tiene hoy, para conocer el clima. Era así como resolvía todos sus problemas . . . .
Venía cobijado con una manta blanca de algodón, y como la mayoría de dioses, tenía la vara del poder en la mano izquierda. Sus ojos eran penetrantes, intensos y podía ver una hormiga a once kilómetros de distancia. Vivía en una choza de guaduas y bambú, construida en un árbol gigante de roble poderoso, abajo de Ciudad Perdida, a la orilla de los mares.
Cuando tenía cosas personales que resolver y afán de ir a alguna parte, se sentaba a la puerta de su vivienda y concentrándose hacía que los vellos de su cuerpo se pararan engrosándose, convirtiéndose en plumas de colores nunca vistos. Sus brazos se transformaban rápidamente en alas también emplumadas, su cuello se adelgazaba, el estómago se le reducía y el pecho se le inflaba quedando convertido en un pájaro multicolor, que impulsándose desde su puerta, extendía las alas batiéndolas potente, elevándose en el aire frío de la región donde vivía. Así visitaba cualquier lugar, y así había llegado al nevado del Tolima en un vuelo vigoroso desde los mares del norte de amerindia.
Ahora descansado, habìa entrado a la caverna montado en su blanco elefante, pero otra vez con cuerpo de hombre. Lo que lo hacía ver raro era su cara de pájaro, que todos querían verle de cerca, y para eso se empujaban y forcejeaban, gritando y pidiendo espacio en las rocas que los aprisionaban. De pronto levantó las manos pidiéndoles cordura, “Cálmense, cálmense que voy a estar largo rato con ustedes y podrán verme sin problemas”, cosa que los Pijaos entendieron y por eso se tranquilizaron haciendo fila para verlo bien, lo mismo que a los otros dioses y reyes.
Takima saludó a Bachué y a Bochica, de los que era gran amigo, “Es un gusto volver a verlos, dioses. Desde cuando  me visitaron en los desiertos de la Guajira, no he podido olvidarlos por los prodigios que hicieron allí. Cuando nos desocupemos, podemos hablar un rato y ponernos de acuerdo para reunirnos otra vez. Puede ser a la orilla del mar, o en Bacatá, o si quieren, en el Amazonas donde hay tantos pájaros que quiero conocer”.. “Si, Takima. Es un gusto vernos otra vez”, dijo Bachué. “De aquí a un rato hablaremos”. “Si Takima, me gusta volver a verlo”, dijo también Bochica.
Takima les picó un ojo, abrió el pico y siguió en su elefante que caminaba lento encima de las arenas, moviendo las orejas reclamando espacio. Al pasar frente a Nemequene, Tisquesusa y  Quemuenchatocha, los saludó, acomodándose al lado de Quemuenchatocha que ni siquiera volteó la cabeza para saludarlo. Parecìa una esfinge muda y petrificada en medio de semejante actividad.
 
 
 

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