Llegó al sitio donde se habían ubicado los anteriores visitantes. Saludó: “Me siento contento de estar junto a usted, diosa Bachué, de usted dios Bochica y de usted mi gran señor Nemequene en una reunión tan importante como ésta. estoy honrado por la invitación que me hizo la diosa Dulima y el señor del poder y de la fuerza. Conocer a los Pijaos es un privilegio que no todos tienen”. Y los visitantes le contestaron inclinando sus cabezas mientras Tisquesusa se acomodaba junto al rey Nemequene que en este momento se aseguraba la corona.
Quemuenchatocha, el Zaque o rey de Hunsa, (hoy Tunja) había subido al trono siendo muy joven Era otro visitante invitado por la diosa Dulima y por el gran gigante, el Señor del poder y de la fuerza, que era el servidor de la diosa “Tengo que conocer a los Pijaos y darme cuenta de sus riquezas que parecen infinitas y de sus mujeres tan bellas, según dicen”, pensaba mientras se montaba ansioso en su elefante blanco.
Había Pasado todo su reinado castigando, torturando y ahorcando a sus súbditos por las cosas mas simples que fueran, y porque no le llevaban el oro ni las piedras preciosas exigidas como contribución a la corona. Coleccionaba las niñas y mujeres mas bellas de sus tribus que le eran obedientes a causa del temor y de su autoridad. “Todas son mias” repetía continuamente. Las convertía en sus amantes, queriéndolas por las mañanas, por las noches a la luz de las antorchas, entre los ríos, en medio de la maleza, en los cerros y hasta en las ramas mas altas de los árboles. . . Recolectaba mucho oro y piedras preciosas en Muzo, Somondoco y en Coscuez. Mas tarde quiso invadir los territorios del Zipa Nemequene, del que era adversario y vecino para robarle las minas de esmeraldas de Chivor y Gachalá donde habían miles de gemas, envidiadas por muchos a causa de su pureza y brillantéz. “Todas esas esmeraldas deben ser mias”, le repetía a sus amantes teniéndolas en sus brazos, embrujándolas y sometiéndolas a sus deseos con su fuerza y su poder.
Era de gran corpulencia física y de aspecto feo y desagradable, tenía la cara ancha y la narìz enorme y torcida. Astuto y sagaz, se hacìa temer y respetar de sus súbditos, fuese como fuese. Era precipitado e inexorable en los castigos. Ahorcaba a cualquier súbdito por desobediencia y por infracciones leves. “De mi nadie se burla”, repetía caminando entre la gente que temía mirarlo de frente, porque si lo hacían eran torturados y ahorcados sin piedad.
Cuando los hombres de piel blanca y ojos claros, venidos del otro lado del mundo, llegaron a sus dominios, encontraron un cerro lleno de gruesos palos enterrados por la punta, con esqueletos chibchas colgados en lo alto. Muchos aborígenes habían sido ajusticiados por Quemuenchatocha por alguna falta o desobediencia que de ninguna manera toleraba. Ese cerro fue llamado, “el cerro de la horca”. Y cuando “los hijos del sol y de la luna” le exigieron que les entregara sus riquezas, se resistió. Huyò con sus mujeres y mas riquezas a un lugar desconocido donde finalmente fue encontrado y traspasado su cuello con una flecha envenenada. Sin embargo su fantasma rondaba por el pueblo. Muchos lo habían visto cuidando los tesoros que ahora querían encontrar.
Su elefante se acomodó igual que los otros. En la misma línea de los dioses y los reyes, para poder ser vistos por el pueblo Pijao.
Quemuenchatocha no saludó a nadie porque era engreído, petulante y subido de tono. Había querido conocer a los Pijaos, porque sabía que eran dueños de extraordinarias riquezas y porque sabía que dentro del nevado del Tolima habían guardado tesoros imposibles de calcular. Sabía que eran custodiados por el señor de la fuerza y del poder, del que quería hacerse amigo así fuera con trampas y engaños y con las bajezas que se necesitaran con tal de poderse robar todo aquello que quería. “Lo ahorcaré si es necesario, para llevarme las riquezas de aquí”, pensaba siniestro mirando a los Pijaos con ojos torvos. “A ese gigante lo haré papilla y me lo comeré enterito sin que se de cuenta. Después lo robaré y si es necesario me llevaré este nevado para mi tierra, así todo será mio”, volvía a pensar hurgándose las narices y escupiendo oscuros gargajos atravesados en su garganta.
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