Ahora el brujo Huenuman debía rescatar al
pueblo y volverlo a la vida, practicando sacrificios para que los altos dioses escucharan
sus pedidos. Seguro por eso la naturaleza no le había permitido entrar a la caverna,
dejándolo afuera para que se convirtiera en testigo de la tragedia y a la vez
fuera su salvador. “Ahora me doy cuenta que tengo que regresarlos a la vida
pero eso no puedo hacerlo yo solo. Tengo que traer al mago Mohan, y a la diosa
Madremonte para que me ayuden con sus conjuros, sus aquelarres, sacrificios y juramentos
a los dioses y al universo. . .Abrir el nevado nuevamente y sacar a la gente no
es tan fácil. De todos modos necesito esa ayuda”.
Entonces se acordó que Mohán y Madremonte
habían viajado con la princesa Millaray en las costillas del cóndor de los
Andes a las propiedades del cacique Cajamarca donde esperaban a que Ibagué y
los Panches llegaran a quedarse algunos días, antes de seguir a regiones mas cálidas
de las que les habían hablado mucho y muy bien, y porque querían fundar su
pueblo allá.
Debía irse inmediatamente a las regiones bajas,
la situación no daba espera.
Se agachó acariciando al león que bostezaba profundo
porque hacía rato no comia. Lo miró tranquilo diciéndole: “Tendrás que correr
con todas tus fuerzas entre los bosques y los abismos, las montañas y los
valles para llegar rápidamente a Cajamarca. Me montaré en tu lomo y me llevarás
velóz, igual que el viento. Necesito encontrar urgente a Mohán y a Madremonte
para que vengan a salvar la gente petrificada en las cavernas del nevado”. Y el
león le dijo: “Yo ya sabía que esto pasaría, la naturaleza me lo había dicho en
secreto. Si quiere, vámonos ya”. “Si, Vámonos. Deja que me monte en tu espalda
y me asegure para no caerme”. “Bueno. Móntese y agárrese de mi melena con toda
su fuerza. Ya me voy”.
Huenuman se quitó una de las dos ruanas, la
dobló poniéndola en las costillas del león, montándose y acomodándose lo mejor
que pudo. Se tendió un poco para sostenerse de la roja melena. Ya listo,
respiró profundo diciendo: “Puede seguir, amigo. Corra sin descanso”. “Como
ordene, señor”, contestó el león rugiendo, cogiendo impulso para iniciar el
viaje hasta las regiones bajas.
Todavía bajaban gruesos arroyos entre las rocas
y las mesetas a causa del deshielo. Le impedían al león una carrera acelerada
pero se dio mañas de seguir, dejándose deslizar por la superficie cristalina, hasta
que en poco tiempo se metió en un valle de frailejones, musgos, líquenes y
orquídeas. Allí pudo correr veloz olfateando el aire de frente, para encontrar
la dirección correcta.
Huenuman no iba muy cómodo en el lomo de su
amigo, pero se dijo, “Tengo que aguantar” y relajándose, se mantuvo en las
costillas felinas, mientras el león saltaba encima de las piedras y los troncos,
subía por los barrancos, dejándose caer desde lo alto de ellos para seguir,
después de hora y media, entre eucaliptos, altas palmas, algarrobos, pinos y
laureles.
Estaba haciendo mucho frio y el cielo era blanco
y congelante. La tierra era sola en éstos lugares, porque los habitantes de
aquí y de las regiones vecinas, habían
quedado paralizados en el nevado. Un viento fuerte se metía en la piel del
brujo y del león haciéndolos estremecer y amoratar. Les movía el cabello y la
melena dejándoles la escarcha pegada, que ellos se quitaban sacudiéndose en la
carrera. Sentían penetramiento en las narices, y de sus bocas salía un vaho
espeso que se perdía en el aire. “Está haciendo mucho frio aquí”, dijo el león.
“Si”, respondió Huenuman bajándose de las costillas de su amigo para descansar
un poco.
Caminaron en medio del bosque, orientándose con
la luz que todavía pasaba por las rendijas de las nubes. Se hacía tarde. Tenían
que encontrar un lugar que los protegiera del helaje y del sereno de la noche.
Era mejor parar y descansar para seguir al otro
día.
Mas allá encontraron una cueva que les podía
servir. Cruzaron entre malezas y palos podridos hasta llegar a la grande boca de
piedra. Huenuman se asomó dándose cuenta que ese era el sitio preciso para
dormir tranquilo toda la noche. Miró atento para ver si habían bichos
venenosos. Vio decenas de alacranes y tarántulas paseándose entre las grietas y
sobre las piedras,“Hay que sacarlos de aquí rápidamente, necesito candela para
que se asusten y huyan”, pensó el brujo.
Cogió un poncho de algodón que llevaba debajo
de la ruana, lo enrolló en un palo grueso y soplando varias veces, originó mágicamente
un fuego amarillo-azuloso no quemante pero que iluminaba mucho “Esta antorcha
me ayudará”, pensó.
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