viernes, 21 de septiembre de 2012

EL PAIS DE LA NIEVE 24 (La desconocida y fantástica historia del pueblo Pijao) Corregida y ampliada.



Venía también en otro elefante el cacique Calarcá, con el guayuco y el pecho ensangrentado por la lucha con las bestias después del diluvio. Su mirada era dura, franca y sonreia poco. Tenía el arco y las flechas en la espalda y en la mano derecha llevaba una lanza de bronce. Se le habían caído varias plumas a su corona.

Los Pijaos levantaron un griterío enorme y felíz al verlo y comprendieron que ya no entrarían mas invitados,

La diosa Dulima se levantó de la roca y elevándose en el aire blanco, se quedó suspendida en el centro del semicírculo de los invitados “Gracias por haber venido dioses poderosos y famosos jefes indios. Nos sentimos felices por su presencia. Este momento es inolvidable para el pueblo Pijao porque reunirnos como lo hemos hecho ésta vez, no es fácil. Y como queremos atenderlos bien, dejemos que el jefe del nevado, el señor de la fuerza y del poder aparezca entre nosotros para ver con que nos va a sorprender”. La diosa no dijo mas, bajó del aire sentándose en la misma roca en la que había estado sentada antes, esperando la aparición del gigante. Mientras tanto, los invitados admiraban la iluminación de la caverna que parecía enceguecer, sin lograr entender de donde salía toda esa luz. También quedaban perplejos viendo centenares de mulas cargadas con bultos de oro y olladas de piedras preciosas “Tantas riquezas que tienen éstos Pijaos” pensaban.

Ahí, en ese momento se escuchó un ruido sordo, atronador que atemorizó a todos. Se pusieron entonces vigilantes para huir y protegerse de algún peligro que pudiera amenazarlos. La caverna se iluminó mas encegueciéndolos con su luz y crepitó agrietando algunas paredes y levantando espesa polvareda que hizo toser a muchos.

Entre las paredes fue apareciendo una gigantesca y rara figura de hombre de catorce metros, con moco de elefante, cola larga de caballo y piel de elefante. Era la misma criatura que había estado hacía un rato con los Pijaos, la que había levantado al cacique Ibagué en una mano y al caballo cuminao en la otra.

En poco tiempo tomó forma humana, hasta que todos le miraron el cuerpo consistente. Ese gigante era el jefe del nevado, el señor del poder y de la fuerza. Levantó su moco y abrió la boca para decir con atronadora voz: “Gracias por haber venido dioses de Columbus y jefes de los Chibchas, de los Arawak y de los Caribes. Estar con ustedes es vivir con la magia, con el poder  y las riquezas. El pueblo Pijao está felíz de conocerlos”.

Bajó el moco, sacudió la cabeza, dijo palabras que nadie entendió y levantó los brazos como queriendo mostrar algo. De pronto las paredes, el piso, la arena, las bóvedas, cambiaron su tonalidad oscura a colores brillantes. Todo se transformó en oro, con enormes vetas de esmeraldas y diamantes. La gente se enmudeció por la maravilla que ahora había delante de ellos.

Viendo semejante prodigio, Quemuenchatocha pasó saliva varias veces, los ojos se le abrieron alucinados y una espuma gruesa se le atragantó en la garganta queriendo ahogarlo por la ansiedad y agitación que sentía. Tembló de placer y de avaricia, el corazón le palpitó enloquecido y una ambición sinistra se apoderó de el. “Es el momento de hacerme dueño de éste nevado y de las riquezas de aquí. No me había dado cuenta que los pijaos tienen centenares de mulas cargadas con bultos de oro y piedras preciosas como nadie mas las tiene, y eso me pone loco. Todo eso debe ser mío inmediatamente.. Todo, todo”. Entonces extraviado y delirante, volteó a mirar al cacique Calarcá al que le dijo: “Cacique Calarcá, présteme su lanza, pero ya”. El guerrero, sorprendido y  sin entender que era lo quería el zaque, se la mandó por el aire y Quemuenchatocha, que la agarró en su vuelo, la lanzó enfurecido contra el gigante para matarlo de un solo golpe, pero el señor del poder y de la fuerza que todo lo veía, le hizo un pase mágico al rey Chibcha, que lo paralizó inmediatamente transformándolo en estatua de oro, con ojos de esmeralda. Pero infortunadamente ese pase de magia se extendió a toda la caverna paralizando a la multitud que había allí. Esa muchedumbre fue estatuas de oro y figuras de esmeralda sin capacidad de movimiento, con carencia de vida y sin posibilidad de pensamiento

Ahí se suspendió la actividad dentro de la caverna.

Se acabaron los gritos, los silbidos, los relinchos, los empujones, las palabras . . . y el gigante desapareció también mágicamente. Por dentro, el nevado del Ruiz fue el museo del encanto y del embrujo. El teatro de lo imposible.

 

El gran brujo Huenuman, el único que no había logrado entrar a la caverna en el atropello de los Pijaos por librarse del terremoto, aquel que  caminaba en el hielo esperando a que los pijaos salieran y que estaba acompañado del león de melena roja, percibió que todos los que estaban en la caverna se habían convertido en estatuas de oro y  esmeralda. Como la montaña blanca se derretía acelerada, dejando las rocas y los valles desiertos, Huenuman supo por éstas manifestaciones, que el pueblo Pijao había sido petrificado por una fuerza desconocida. Eso ya había ocurrido hacía mas de seis mil doscientos años en una reunión de los pueblos de aquí, de acuerdo a las leyendas circulantes por las regiones de amerindia.
Ahora el brujo Huenuman debía rescatar al pueblo y volverlo a la vida, practicando sacrificios para que los altos dioses escucharan sus pedidos. Seguro por eso la naturaleza no
 

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