domingo, 16 de septiembre de 2012

EL PAIS DE LA NIEVE 23 (La desconocida y fantástica historia del pueblo Pijao) Corregida y ampliada.

 
Su madre, al ver que la niña no volvía, la buscó enloquecida en los ríos y en el viento. La buscó en los bosques y en los valles, en las montañas y en los lagos, la preguntó a las nubes, a la noche pero nada, “Donde estará. Que se habrá hecho”, pensaba casi enloquecida. Caminó debajo de aguaceros y en medio de los rayos. Navegó definitivamente con las nubes pero no la encontró a pesar de ser una diosa con mucho poder. Finalmente se cansó de buscarla, resignándose a su suerte. “El universo me la devolverá un dia”.
Así comprendió que su niña era mas poderosa que ella. De tal modo que siguió viviendo, dejando que las cosas pasaran como tenían que pasar.
Montada en su elefante blanco, pasó frente a los visitantes saludándolos, “Que bueno  estar entre ustedes, nobles amigos. Es una alegría verlos. Gracias diosa Dulima por haberme invitado a éste lugar tan maravilloso que tantos quieren conocer”, le dijo siguiendo en su elefante hasta el otro lado, donde se habían acomodado los otros dioses. Allá se ubicó escuchando las risas y los gritos Pijaos que expresaban dicha e intensa felicidad por participar en aquel encuentro de dioses venidos de otros imperios. Se arregló el cabello deslizado debajo de su corona, estirando también su vestido de colores fuertes que se le reflejaban en su cara, poniéndola hermosa. Tenía pulseras de oro de suave sonido, y una varita de oro con un diamante en la punta. Era su varita mágica. La llevaba en la mano izquierda levantándola seguido, saludando a la muchedumbre que hacìa corrillos desordenados para verla.  
Detrás de la diosa Inhimpitu venían los Mamos Seraira y Moró que eran los intermediarios entre las fuerzas celestiales y los hombres y eran tambièn los dueños del conocimiento y del poder en su pueblo. Estaban vestidos de blanco y tenìan gorros grandes tambièn de color blanco, adornados con hilos negros en figuras geomètricas. Llevaban sandalias de fibras de maguey parecidas a las de los Pijaos porque habían aprendido a fabricarlas como ellos.
Iban serios con la mirada profunda entre la gente.
Seraira era el cacique de los indígenas en Ciudad Perdida. Con solo ver una planta, tocarla y olerla, adivinaba sus propiedades, de tal modo que se convertía también en médico y brujo de toda su gente. Pasaba largas horas sentado debajo de los árboles, meditando y buscándose a si mismo. Había despertado sus facultades a tal grado, que todos venían a pedirle consejo. “Ayúdenos sabio Seraira, ayúdenos por favor a arreglar los problemas que tenemos”. Era un hombre respetado y casi venerado. Cuando la diosa Dulima se acordó de él para invitarlo al nevado, sintió satisfacción porque podía hablar con aquel hombre callado, dueño de tan gran sabiduría. “Siempre seré amiga de ese sabio. En la tierra existen pocos como el”, pensaba la diosa.
Entró a la caverna montado en su elefante como los otros. Dulima inclinó su cabeza en un saludo especial frente a ese hombre. “Es una alegría volver a verlo”, le dijo a media voz desde su roca. Seraira saludó a los visitantes y a la muchedumbre acomodándose al lado de la diosa Inhimpitu que también se alegró de verlo.
“Hola Seraira como está?”. “Bien, muy bien”, respondío el, serio pero amable.
Moró, el otro Mamo, era el patriarca de los Wayú en la Guajira, y el jefe militar de su país. Era también un gran trabajador. Casi todos los días iba con sus indios a la orilla del mar y a las minas de sal para recoger el mineral que comercializaba con muchas tribus que venían constantermente a hacer trueques con ellos, “Tenemos que afanarnos en la recolección de la sal porque viene mucha gente y no alcanza para todos”, le decía a su pueblo que iba detrás con instrumentos de madera y otros utensilios para su trabajo.
Las tribus le daban a Moró y a los Wayú a cambio de la sal, anillos, pectorales, diademas, tobilleras, guayucos, túnicas, comida, instrumentos de música y piedras preciosas que los Wayúu guardaban en cofres secretos que solo el cacique conocía.
Pasando frente a los convidados, Moró saludó nervioso, acomodándose con su elefante al lado de Seraira, su antiguo y fiel amigo. “Que mas Seraira”, le preguntó Moró. “Muy contento de estar aquí”, dijo Seraira.                                                                                           
Rematando ese desfile llegó el cacique Ibagué acompañado de su amiga Yexalen. “Desde hacía tiempos quería conocer a los dioses que hoy nos visitan, lo mismo que a los jefes indios tan distinguidos que han venido con ellos”, le dijo Ibagué a Yexalen en el oido. “Si, yo también había querido una reunión como ésta. Tenemos que agradecerle a la diosa Dulima y al señor de la fuerza y del poder por haberlos convidado”, contestó yexalen mirando a los dioses entre el ruido y la actividad.  
Venía también en otro elefante el cacique Calarcá, con el guayuco y el pecho ensangrentado por la lucha con las bestias después del diluvio. Su mirada era dura, franca y sonreia poco. Tenía el arco y las flechas en la espalda y en la mano derecha llevaba una lanza de bronce. Se le habían caído varias plumas a su corona.
Los Pijaos levantaron un griterío enorme y felíz al verlo y comprendieron que ya no entrarían mas invitados,
 

1 comentario:

  1. con el permiso del autor, podre imprimirlo.
    y aser un libro,

    por favor. de jame una respuesta.

    grasias.
    madrid españa. jhon jairo

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