Desde esa época el rey Nemequene fue admirador del pueblo Pijao. Se dio cuenta que era una muchedumbre aguerrida que no se dejaba atemorizar ni vencer. “A esa gente no la vence nadie”, pensaba.
Y por eso era que ahora venía a visitarlos, para rendirles homenaje. “Tengo que hacerme buen amigo de ellos”, decía.
Nemequene Había reinado largo tiempo sobre los Muiscas y había creado un código de leyes y de ética que la mayoría de tribus Chibchas cumplían sobre todas las cosas porque eran las normas de ese pueblo. Por eso era que mas se le recordaba, por ser un lider de mentalidad amplia y clara que querìa lo mejor para su pueblo.
También venía en un elefante blanco, lo mismo que Bachué y que Bochica. Ese elefante movía las orejas intensamente por el griterío Pijao. Se acomodó al lado de Bochica al que saludó con respeto, “Dios Bochica, le doy gracias al sol, a la luna y a la tierra por volverlo a ver, lo mismo que a usted, diosa Bachué que tampoco veìa desde hacìa tanto tiempo”. “ Gracias. Para nosotros también es un gusto volver a verlo. Hemos oído de sus batallas y estamos orgullosos de tener un héroe como usted” le respondió Bachué acomodándose mejor en las espaldas de su elefante,
Nemequene estaba vestido con una túnica real de colores intensos que le llegaba hasta los tobillos, y en la cabeza llevaba una corona de oro con dos esmeraldas muy brillantes. Tenía la cara adornada con rayas de colores artísticamente dibujadas y en la mano sostenía un cetro largo de oro, insignia de su autoridad en el pueblo Muisca.
Atrás del zipa Nemequene venía Tisquesusa. Era el Usaque o gran Señor del rey Nemequene. Era también el general de los ejércitos Muiscas al que todos obedecían porque sabía mandar y porque tenía mucho conocimiento de los hombres y del mundo, además de ser un héroe en las batallas. Había ampliado sus territorios con estrategias guerreras complicadas y con mas de cuarenta mil hombres que los pueblos enemigos le envidiaban por sus pertrechos y por su disciplina. Se volvió famoso por su inteligencia militar y por su seguridad personal.
Llegó también en un elefante blanco, despacioso. Venía vestido de guerrero, con un guayuco de piel de caballo que le llegaba a las rodillas y con una especie de chaleco, también de cuero de caballo. Llevaba su arco y su carcaj lleno de flechas envenenadas porque esa era su costumbre. En la mano izquierda sostenía una lanza de oro que levantaba saludando a los Pijaos. Ellos en un griterío desordenado le devolvían el saludo, preguntando a los que sabían, quien era..
Llegó al sitio donde se habían ubicado los anteriores visitantes. Saludó: “Me siento contento de estar junto a usted, diosa Bachué, de usted dios Bochica y de usted mi gran señor Nemequene en una reunión tan importante como ésta. estoy honrado por la invitación que me hizo la diosa Dulima y el señor del poder y de la fuerza. Conocer a los Pijaos es un privilegio que no todos tienen”. Y los visitantes le contestaron inclinando sus cabezas mientras Tisquesusa se acomodaba junto al rey Nemequene que en este momento se aseguraba la corona.
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