viernes, 10 de agosto de 2012

EL PAIS DE LA NIEVE 17 (La desconocida y fantástica historia del pueblo Pijao). Corregida y ampliada.


Bajó los ojos, cogió a su hijo de la mano, y tendiéndose de espaldas en el suelo, respiraron profundo, mirando las nubes rojas que pasaban. A los cuatro minutos se transformaron en dos serpientes enormes, de colores azul y rojo que se metieron en la laguna, desapareciendo en las profundidades.
El país Chibcha quedó desconcertado, pero nadie dijo nada. Lo que hicieron fue devolverse,  regresando a sus pueblos fundados por el trabajo persistente de sus padres recién idos al fondo de la laguna, y porque sus faenas agrícolas, artesanales, de orfebrería, de tejidos, de rompimiento de la tierra para encontrar el oro y las piedras preciosas, además de la expansión de sus dominios no les daba espera.
El lugar en el que se despidieron Bachué y su hijo-esposo Iguaque del gran pueblo Chibcha, se convirtió en un santuario al que los Muiscas hacían peregrinaciones constantes para entrar a “Los bohíos sagrados” donde hacían ritos íntimos invocando los poderes del universo y la compañía invisible de Su madre Bachué para que los ayudara en sus trabajos, en la conquista de mas tierras y en su relación permanente con los dioses..
Bachué, la de los grandes pechos, era la diosa que venía en el primer elefante blanco para encontrarse con los Pijaos a los que ella quería conocer porque sabía que era un pueblo valiente, guerrero y trabajador al que pertenecía su buena amiga Millaray, princesa del país de la nieve e hija del conocido cacique Ibagué.
Las tribus la aplaudían por su belleza y por su fama que se había extendido en sus territorios por las historias que les había contado Millaray. Muchos se empujaban para estar al frente, pero comprendieron que debían mantener la cordura ante semejante desfile que Bachué encabezaba. La diosa no se bajó del elefante, sino que lo acomodó donde todos podían verla.
Detrás de ella venía Bochica, resplandeciente en su blanco elefante que iba orgulloso llevando en sus espaldas semejante dios, al que todo el mundo respetaba y veneraba por las cosas increíbles que hacía con los Muiscas.
El elefante levantaba el moco lanzando gritos agudos como sonidos de trompetas. Movía fuerte la cabeza, sacudiendo las orejas, reclamando el espacio por donde iba pasando calmado y despacioso.
Bochica estaba vestido con una bata de colores hasta los tobillos, y unas sandalias de cuero de cocodrilo. Tenía una corona de oro con puntas brillantes semejantes a rayos de sol. Era blanco, alto, de ojos azules, cabello blanco y largo, lo mismo que la barba como una cascada de lana . En la mano derecha traía una vara de oro, símbolo de su poder. No se le podía calcular la edad, pero los Pijaos sabían que había vivido desde siempre y que viviría por siempre. Eso lo había dicho el cacique Calarcá a grandes voces a todos los Pijaos, antes de que el dios entrara al desfile. Sabían que había salvado al mundo Chibcha de un diluvio en el que todos hubieran podido morir si el no hubiera estado allí.
En ese tiempo el agua cayó a torrentes del cielo, inundando la tierra y ahogando todo. El pueblo no sabía que hacer en semejante cataclismo pero como vieron que iban a morir, se acordaron de Bochica, un hombre ajeno a su tribu pero aparecido desde largo tiempo en la meseta de Bacatá, donde vivían y que tenía extraordinarios poderes que usaba de vez en cuando resucitando a los indios y curándolos de sus enfermedades. El les había enseñado también a trabajar la tierra, a seleccionar las semillas, a sembrar y a tener normas en el pueblo para vivir en orden y con tranquilidad.
Después de llamarlo con sonidos de cuernos, retumbos de tambores y música de caracolas, llegó casi instantáneamente al pueblo enloquecido y embrutecido, porque el agua subía y subía sobre la tierra y porque sabían que iban a morir sin remedio.
Bochica llegó montado en una llama peluda, muy ágil, que saltaba abismos, subia fácilmente por las montañas, cruzaba los valles y las selvas, atravesaba sin dificultad los ríos mas bravos. Llegó rápidamente con el dios a los cerros de Bacatá, entre miles de hombres desesperados que iban en canoas, en balsas amarradas con bejucos, o encaramados en troncos gigantescos esperando salvarse de algún modo de ese apocalipsis. “solo usted puede protegernos y dejarnos la vida, gran dios Bochica”, le decían a gritos desde donde estaban.
Entonces el se bajó de la llama caminando sobre el agua, hasta llegar al fin de la sabana. “Todo se arreglará, todo se arreglará no tengan afán”, les decía dándoles paz.”Todos los males tienen arreglo. Y puedo asegurarles que hasta la muerte también tiene arreglo”
Las cumbres ya casi  quedaban debajo de las aguas cuando Bochica sacó la vara del poder que guardaba entre la túnica y extendiéndola por encima de las aguas, dándole a la vez  un golpe a algunas rocas cercanas, las hizo separar, liberando de éste modo las aguas que se descolgaron por un hondo abismo, dejando en poco tiempo, la tierra descubierta . Fue así como formó el salto del tequendama, famoso en Columbus por el milagro hecho por el dios. “Si ven?. Las cosas no son tan siniestras. Todo vuelve a la calma”, le comentaba a los jefes indígenas incrédulos, caminando con ellos en la tierra mojada. 

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