Ahí venía la creadora del país Chibcha con un largo vestido de colores, una diadema de oro, aretes de oro y sandalias de fibras vegetales. Era la diosa Bachue, madre de la humanidad Muisca y diosa de la fertilidad, que un día lejano en la historia, había salido de la laguna de Iguaque llevando a su hijo de la mano.
Ese niño tenía los ojos brillantes, el pelo negro, y una actitud dispuesta a la vida dura. Como estaban empapados y desnudos, y en el momento no consiguieron con que cubrirse, sintieron el frío de aquella región que no respetaba la presencia de los dioses, “Uy esto si es mucho frío”, decía ella estrellando los dientes y abrazando a su hijo para darle calor. Se pararon un rato al borde de la laguna, a mirar las ondas que brillaban con los reflejos del sol y que finalmente se rompían en la orilla. Observaron las montañas cercanas cubiertas de verde y de rocío, y los bosques enredados en los que se escuchaban rugidos, gritos, silbidos, cantos de centenares de animales agrietando el aire.”Todo esto es muy bello”, decía la diosa, felíz. Admirados de tanta belleza y fecundidad.
Después de haber mirado largamente aquellas tierras, Bachué cargó al niño en sus espaldas, dispuesta a caminar un rato “Vámonos a las tierras mas calientes” dijo, y bajó sin afán de la serranía, apartando malezas y ramas gruesas, hablando de la belleza de la tierra, “Que hermosura”, decía saltando entre los charcos, entre los troncos milenarios y encima de las piedras, evitando las rocas al borde de los abismos, hasta que llegó a los valles respirando ansiosa por el esfuerzo pero definitivamente feliz. Ahí decidió quedarse para levantar una choza de bahareque y vivir tranquila con el niño, que no perdía de vista. “Aquí nos quedaremos. Esta tierra será para un pueblo que las futuras generaciones recordarán con respeto”, dijo viendo cómo a lo lejos el sol se iba escondiendo entre nubes incendiadas de color ladrillo.
Viviendo en la choza que Bachué construyó, pasó el tiempo y el niño creció.
Se transformó en un joven trigueño, apuesto y fuerte que corría por los bosques, que peleaba con los animales, ganándoles en la lucha y que traía frutas, pescados y animales del monte para que Bachué comiera. “Coma madre, todo esto estámuy rico”. “Gracias hijo por atenderme de esa manera”, y salía otra vez a cazar animales que asaba encima de carbones incandescentes para la cena de la noche.
Como la diosa no se envejecía sino que cada día estaba mas bella, con una voz susurrante y un cuerpo delicioso, se enamoraron madre e hijo, empezando a hacer el amor hasta cinco y mas veces al día, contra los tallos, en las ramas altas junto a los monos y los pájaros, al borde de los ríos encima de las piedras, entre el agua turbulenta o en la choza cuando empezaba a amanecer, “Oh Iguaque, por favor nunca me dejes. Quiéreme. Soy tuya, no lo olvides, totalmente tuya. Ven, ven aquí, quiero todos los hijos del mundo contigo, Oooohhh, Oooohhhh..
Bachué quedó embarazada en muchas ocasiones y cada vez que daba a luz, cosa que pasaba cada dos meses, nacian cuatro, cinco y seis bebés. Ella los cuidaba con desvelo, porque sabía que era la forma de crear a la humanidad Chibcha que desde hacía tiempos había planeado. “Necesito centenares, miles de hijos tuyos”, le decía a Iguaque que la miraba entre incrédulo y felíz, mientras le ayudaba a cuidar el enorme hervidero de bebés que lloraban y pataleaban pidiendo comida en otras chozas que habían levantado muy cerca de la suya.
Años mas tarde sus hijos fueron formando ese pueblo que se multiplicaba como las arenas del mar. Habían aprendido de su madre y de su padre-hermano a construir chozas que iban levantando a las orillas de los ríos, en los valles, en las montañas, desplazándose luego a otras tierras que iban conquistando en largas batallas con otros pueblos cercanos que también las querían para ellos. Las cultivaron y fructificaban maravillosamente en poco tiempo.
Después de mucho, la diosa y su hijo-esposo empezaron a envejecer como cualquier mortal. Entonces llamaron a sus descendientes con señales de humo, sonidos de cuernos y repiques de tambores. Los hijos, los nietos, los tataranietos, los tios, los bisabuelos . . . llegaron gritando, cantando y bailando por volver a estar cerca de su madre y de su padre-hermano, al que veían débil por la aplicación puesta a la creación del género humano.
Cuando vio a la enorme multitud venida de distintos puntos de las montañas, Bachué los reunió en un valle y les dijo levantando la voz: “Gracias por haber venido pueblo mio. Quiero que me acompañen a la laguna de Iguaque porque yo y mi hijo regresaremos al lugar del que vinimos”. Y no dijo mas. Los Chibchas asustados por que iban a perder a su gran madre y a su padre, no sabían que contestar, pero obedientes, siguieron a la diosa y a su hijo por caminos construidos con piedras aplanadas en un largo trayecto cubierto por las ramas de los árboles y por las nubes verdes que pasaban por ahí.
Al llegar a la laguna, Bachué se paró en la orilla, le dio la espalda al agua y le dijo al pueblo estirando los brazos: “Gran pueblo Chibcha, Mi hijo Iguaque y yo, nos vamos porque ya cumplimos una alta orden que nos dieron hace tiempos. Sean trabajadores y amen la paz”.
Bajó los ojos, cogió a su hijo de la mano, y tendiéndose de espaldas en el suelo, respiraron profundo, mirando las nubes rojas que pasaban. A los cuatro minutos se transformaron en dos serpientes enormes, de colores azul y rojo que se metieron en la laguna, desapareciendo en las profundidades.
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