jueves, 26 de julio de 2012

EL PAIS DE LA NIEVE 15 (La desconocida y fantástica historia del pueblo Pijao) Corregida y ampliada


 Ese monstruo movía los brazos descoordinadamente  agachándose, como si quisiera agarrar a alguno de los hombres que estaban a sus pies como simples e indefensas hormigas. Muchos fueron los que palidecieron desmayándose y cayéndose semejantes a vástagos, viéndose tan pequeños frente a aquella criatura de la que no habían oído hablar nunca.
En el momento en que el gigante andaba entre la muchedumbre, un griterío de los elefantes se levantó en retumbantes ecos. Con movimiento rápido, el monstruo se había agachado y cogido a un indio montado en un caballo con cola y crines de plumas de colores. Agarró al caballo en una mano y al indio en la otra y enderezándose otra vez,  los puso cerca de su cara mirándolos muy concentrado. Le llamaba la atención tanto color en las ropas y en la corona del hombre, como también lo admiraba la cola y las crines del caballo Cuminao, del cacique Ibagué que se retorcía brioso y asustado en la mano del gigante, botando mucha espuma por su boca y respirando enloquecido viéndose tan alto del suelo, gritando, “Suélteme, suélteme monstruo, que yo no soy su juguete. Bájeme al suelo ya”, pero el monstruo lo apretaba mas, como si disfrutara malignamente en su juego. Y el gigante dijo depronto con voz de trueno: “No se preocupe Ibagué, que no les va a pasar nada”, pero el cacique también forcejeaba loco y feamente perturbado, mordiéndolo en las manos y luchando impotente contra aquella fuerza tan brutal. Entonces el monstruo aflojó los dedos mientras el caballo relinchaba y se estremecía de tal forma, que miles de mulas  echadas entre las piedras y en la arena, empezaron a relinchar también creando un alboroto brutal al ver a su jefe cuminao en las manos de la criatura. Era asombroso ver centenares de mulas levantando la cabeza y relinchando para que el gigante soltara a Cuminao, que pateaba el aire y resoplaba como si fuera su último momento, con los ojos enloquecidos y los huecos de sus narices muy abiertos, queriendo ser dueño de todo aire de la caverna. Repentinamente, de sus ojos salieron espesas lluvias de chispas azules cayendo en el pecho, en los brazos y en las piernas del gigante que gritó adolorido sintiendo como su piel se quemaba y se ampollaba rápidamente. Las quemaduras  se le ulceraron y ennegrecieron en un instante y eso lo ablandó. Entonces no le quedó sino bajar al caballo y al hombre al suelo, entre la multitud que ahora se reía al ver a la descomunal criatura haciendo tan horribles gestos: “Que es lo que tiene éste caballo, Oooohhhh, Oooohhh, por qué es tan venenoso éste animal?. No le corre sangre sino candela por las venas y por los ojos. Pero yo tengo el poder para curarme porque soy el señor del poder y de la fuerza y nada ni nadie me gana”. Entonces agachó la cabeza y cerró los ojos, poniendo las manos encima de las quemaduras, hablando cosas secretas que nadie entendió  y curándose al instante, como si nada le hubiera pasado.
Mientras tanto Ibagué, ya recuperado del susto, buscaba a su amiga yexalen, gritando: “Yexaleeennn, Yexaleeennnn, donde está?”, y los Pijaos viéndolo tan nervioso le ayudaron a buscarla, encontrándola acompañada de otras mujeres arriba en las rocas, donde se sentían seguras. Le dijeron que su amigo la estaba buscando, y que la necesitaba urgente. Y ella arrancando a correr entre tanta gente, saltando por encima de las piedras y rodeando las rocas que le impedían caminar, fue a donde el estaba. Entonces el cacique se alegró de verla, quedándose  tranquilo junto a ella, y alejándose del monstruo que ahora le parecía inofensivo pero raramente alocado.     
De pronto desapareció otra vez, atravesando las paredes y dejando a la gente completamente despistada.
Pero así, los Pijaos quedaron tranquilos viéndose libres de esa rara compañía. También las mulas se recostaron calmadas en la arena. Sin embargo los bultos de oro y las piedras preciosas que llevaban, les pesaban mucho en las costillas.
De repente la diosa Dulima apareció volando por encima de la gente que gritó dichosa al verla “Diosa Dulima, diosa Dulima, gracias por volver” y la miraban aterrados cómo navegaba sin caerse. Bajó a las rocas sentándose en una, donde todos podían verla.
Y entonces desde el fondo de la caverna, entre gritos y entre los relinchos de las mulas, aparecieron los elefantes blancos llevando gente en sus espaldas. Andaban despacio, muy pacientes encima de la arena y los pedruscos. Los visitantes que venían con ellos, traían vestiduras de muchos colores, coronas brillantes de oro, diademas de  plumas, túnicas, cetros del poder, lanzas de oro.
Ahí venía la creadora del país Chibcha con un largo vestido de colores, una diadema de oro, aretes de oro y sandalias de fibras vegetales. Era la diosa Bachue, madre de la humanidad Muisca y diosa de la fertilidad, que un día lejano en la historia, había salido de la laguna de Iguaque llevando a su hijo de la mano.
Tenía los ojos brillantes, el pelo negro, y una actitu

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