Después la diosa siguió en una caminata montada en el elefante blanco que sin duda la llevaba a algún lugar que solo ella conocía.
Caminaron los pueblos en el hielo resplandeciente, doscientos metros hasta el frente de una pared blanca, de setenta metros de altura y cuarenta de ancha, donde finalmente el elefante se detuvo. “El paseo es hasta aquí”, dijo Dulima, dándole al animal una palmadita en el lomo, quedándose quieta en sus costillas, entre su luz rosada, que por momentos era mas intensa.
El sol navegaba entre nubes color ladrillo reflejando luces sapotes en el hielo, mientras el pueblo se apretujaba alrededor de la diosa para ver que iba a hacer ahora.
De pronto en medio de la espera, miles de mariposas que habían estado revoloteando encima de la muchedumbre, lo mismo que los pájaros, se acercaron a Dulima, formando nubes volátiles y espesas. En ese momento el nevado tembló, sin razón, porque el tiempo estaba bueno. Fue un movimiento suave y rítmico logrando asustar a los Pijaos que gritaban palabras de protección a la diosa luna. “Oh, diosa luna protéjanos del mal” gritaron muchos estirando los brazos al cielo y juntando las manos. Después el cimbronazo fue mas fuerte, estremeciéndose la montaña de tal manera, que se oyeron fuertes chirrionazos “Ttttttrrrrrrr, Tttttrrrrrrrrrrr, Tttttttrrrrrrrrr” y traqueteos del hielo abriéndose. “Cccccrrrrrrr, ccccccrrrrrrr, cccccrrrrrrrr”
Gruesos bloques de hielo se desprendieron de lo alto, deslizándose encima del relieve, saltando en las colinas, despedazándose en los picos, y cayendo por fin en los valles, “Pllllaaaafffffffffffff”. Ninguno de esos bloques le hizo daño a la gente porque estaban en una planicie larga, protegida por altas rocas. “Gracias diosa luna por protegernos”, decían a gritos y con los ojos muy abiertos, mirando a lo alto. Las mujeres y los niños parecían enloquecer
El día se oscureció. Se puso pesado. El sol desapareció quedando una rara penumbra, atemorizando a la multitud. Entonces se tiraron de rodillas al hielo, levantando la cabeza al cielo, rogándole a las fuerzas del viento y de la noche, que les cuidara la vida. “Oh, dioses de las sombras, calmen su ira. Nosotros no estamos haciendo nada malo. Por favor cálmense que nosotros les haremos los sacrificios que quieran y cuando quieran”. Y oraban mas, cogiéndose de las manos y abrazándose, mientras las nubes se ponían negras, pasando vertiginosas por la montaña, para luego devolverse, girar, y dejarse venir con una tormenta increible, formando torrentes caudalosos en el hielo.
Todos se empapaban temblando de frío “Bbbbbbrrrrrrrr”, “Bbbbbbbbrrrrrrrrrr” porque el calor mantenido por la presencia de la diosa, había huido . Las mulas, cargadas de oro, de comida, de ropas y piedras preciosas, también temblaban no queriendo caminar aunque las empujaran y aunque les dieran en las ancas y en las orejas con palos y con rejos.
Dulima extrañamente dejó de reflejar su luz y su calor, mientras miedosos rayos se abrían campo entre las nubes, iluminándolas entre bramidos, partiendo y calcinando el espacio, llegando a la montaña brillante con golpes de fuego y de cenizas
Ahí fue el pánico y el espanto.
El pueblo corrió despavorido sin encontrar refugio. Gritaban implorando la calma y la paz. “Oh, por favor, nosotros no queremos morir. Ho, ho,ho,ho,ho. Dioses del trueno y de los rayos, sálvenos, sálvenos por favor”. Todos creían que iban a ser tragados por el hielo, o matados por los rayos, o ahogados por las cataratas de aguanieve del cielo, que bajaban en corrientes por las espaldas de la montaña.
Entonces, la pared que había al frente de la diosa, se abrió.
Era la gigantesca puerta de un recinto de colores y calor. La montaña se volvió cuatro veces refulgente y esa fosforescencia detuvo al pueblo porque se dieron cuenta de un próximo sortilegio del que serían testigos.
Al ver el prodigio entre el diluvio y el terremoto, corrieron junto a la diosa. “Vámonos con ella, vámonos con ella” y corrían allá, desorientados y ya casi desnudos.
Miles de hombres, mujeres y niños se lanzaron a la gran entrada donde la diosa ya había desaparecido, dejando al elefante blanco a un lado del portón.
En poco menos de un momento, la montaña quedó sola, porque los Pijaos se metieron en el espacio subterráneo. Los empujones eran bestiales, el forcejeo irracional. Decenas de personas cayeron al suelo, muriendo ahogados y aplastados por la turba y por centenares de mulas que desesperadas, cruzaban por encima de todos, clavando sus patas y su peso en los cuerpos, tirando al suelo lo que encontraban. “Pllllaaaafffff”
Entonces sin la presencia de la diosa, que los había mantenido calmados, los leones hambrientos, y los pumas se lanzaron encima de los cadáveres, descuartizándolos, destrozándolos y tragándoselos en un instante. Lo mismo hacían los cocodrilos abriendo sus fauces “Ggggggggjjjjjjjjjj” buscando a los indios fallecidos.
Los otros indios subían a las partes altas y escondidas, donde se sentían seguros.
El furor de las bestias era tanto, que mientras devoraban a los hombres, se atacaban entre si en saguinarias peleas que duraban largo rato. Mientras tanto, los elefantes gritaban enfurecidos, formando una muralla a veinte metros de la entrada, deteniendo a los leones, a las serpientes, a los pumas y a los cocodrilos que querían lanzarse sobre el pueblo.
Coléricos coletazos de los cocodrilos, y enormes tarascazos, herían a los leones que bestiales, se lanzaban contra los pumas. Echaban babaza y candela por las jetas en un ambiente pavoroso. Mientras tanto, las culebras se paraban en sus colas y con los ojos hipnotizantes, sacaban la lengua lanzando chorros de veneno a la gente, ulcerando la piel de sus enemigos, doblegándolos.
En ese momento apareció entre las bestias, un hombre de ancho tórax, potentes espaldas y enérgica musculatura, lanzando flechas envenenadas a los leones y a las otras fieras que se debatían en su carnicería. Caían bajo las flechas del cacique Calarcá, de uno en uno, rápidamente .
Calarcá saltaba sobre las peñas, encima de troncos y piedras grandes que le servían en sus posiciones de ataque. Apuntaba matando a las bestias con maestría. Usaba también su lanza, hundiéndola en los pumas. “Mueran, mueran malditos. Oooooggggggrrrrr, ustedes no nos ganarán, ooooooooggggggggrrrrrrrr, mueran ya”, les gritaba mientras el sudor le corría por la cara, por la espalda y por el pecho, empapándolo y poniéndole brillantes los músculos. Su respiración era intensa, y sus nervios parecían reventársele por el esfuerzo. En dos ocasiones se encaramó en las espaldas de los cocodrilos que se resistían a morir. Se les subía en el cuello y después de inmovilizarlos, les clavaba un cuchillo en su único ojo, haciéndolos lanzar gritos que paralizaban de terror a los Pijaos. Después, agarrándolos de las mandíbulas, se las abría mas y mas rompiéndoles los huesos, los músculos, los tendones, dejándolos tendidos en el suelo.
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