Todos vieron el prodigio y mirando a Dulima se quedaron callados junto a los elefantes que agitaban las orejas, nerviosos, gritando de vez en cuando, levantando los mocos como ensayando himnos para la diosa. Los leones de melena roja rugían con la cabeza agachada mientras lágrimas inexplicables, de color verde les salían de los ojos, resbalándose por las barbas y el hocico, cayendo al hielo que quedaba completamente teñido de ese color.
Los Toches le pasaron el pectoral y la corona a Ibagué que enderezándose en el caballo se los dio a la deidad. “Gracias pueblo Toche. Que hago para agradecerles esto?” decía mirando a una y otra parte y como no encontraba donde dejar los regalos, Ibagué corrió en el caballo, hasta donde algunos indios tenían cargas de empaques de fique, volviendo rápidamente con un costal de fibras vegetales donde la diosa empezó a meter los regalos.
De pronto Ibagué vio a una niña linda, bien vestida, acompañada de su madre, y que querían acercarse a la diosa. Estaba vestida de colores, con una flor amarilla en el pelo. Era representante de los indios Ambalá, que vivían al nororiente de las tierras de Cajamarca y que no paraban de gritar y de celebrar el encuentro con la diosa y con el pueblo de la montaña transparente, tomando chicha traída en bolsas de piel de ovejas. Fabricaban la bebida con maíz fermentado que los embriagaba alucinante poniéndolos en estado de gran frenesí. Y bebían sin parar.
La niña le mostró a Ibagué y a Yexalen una figura de oro difícil de sostener por su peso. Era la escultura de una mujer desnuda, representando a la diosa Madremonte, sentada en un tronco de oro, y se suponía que estaba a la orilla de un rio. Los ojos eran dos esmeraldas casi vivas y luminosas, que parecían darle movimiento. La escultura sonreia, y así realmente parecía moverse. Era grande como el brazo de un hombre por lo que era difícil que una niña pudiera sostenerla. Dulima la recibió recordando muchas cosas de Madremonte, de la que era buena amiga.
El sol apareció en el hielo a lo lejos, abrillantándolo y cegando a la gente por la refulgencia que despedía. Su luz y la luz de la diosa, competían creando reflejos fantásticos y hasta figuras de colores, encegueciendo a los ciento veinte mil Pijaos que desviaban los ojos a otras partes para poder mirar, evitando el fenómeno del sol en el hielo.
En menos de cinco minutos, nubes rojizas salieron alrededor del sol, navegando y hundiéndose en un espacio blanco y limpio sin fin.
Mientras tanto los Chipalos, obedientes y trabajadores, tejedores de vestidos, de guayucos, de ruanas, además de ser cultivadores de maíz y hortalizas, y excelentes nadadores, le mostraron a Yexalen una docena de ponchos de lana de colores, para que la diosa los usara en éste nevado tan frío y evitara resfriados y estremecimientos. Esos indios tenían coronas de plumas de guacamayas que eran apreciadas por los brujos y caciques de otras tribus, por el significado de autoridad y poder que tenían.
los Panches iban con la cara adornada con rayitas artísticas de color azafrán, negro y rojo, que los hacía amenazantes, agresivos y muy peligrosos. De sus narices colgaban largas narigueras de fibras y almendras vegetales de colores, conseguidas en los bosques por donde pasaban. Fabricaban lanzas de hierro y de bronce, flechas envenenadas, y carcajs de bejucos y arcos de madera flexible y fuerte que necesitaban continuamente en los enfrentamientos que tenían con otras tribus desconocidas que los odiaban, siguiéndolos para acabarlos. Traían para la divina mujer una lanza de oro con punta de diamante, símbolo guerrero de ese pueblo. Esa lanza era el significado de la batalla y de la paz. Del comienzo y el fin. Era el símbolo de la conquista y el emblema de la defensa.
Los leones rugían, siempre con la cabeza agachada, estrujando las rojas melenas como liberándose de algo perseguidor, lamiéndose las caras y los hocicos en silencio, y sin apartarse de Dulima, mientras los cocodrilos abrían las fauces, mostrando tres lenguas enormes, como animales vivos esperando una presa. Bostezaban largo mirando apetitosos a las mulas cercanas y a los indios, pero algo raro en el ambiente, los mantenía quietos y en paz. Un poco mas allá, mas de setenta culebras se enrollaron confianzudamente en las patas de los elefantes que a pesar de verlas y sentirlas ahí, se estaban completamente tranquilos. A esas culebras se les veía el esqueleto y los intestinos, porque su transparencia era clara.
Los Sutagaos. Tribu de corta estatura y narices anchas. Pelo muy negro y largo. Ojos pequeños, marrones, desconfiados, Tenían mandíbulas pronunciadas que los hacía parecer feroces. Fabricaban narigueras de elementos naturales como piedrecillas de colores conseguidas en las minas y en los ríos y pepas también de colores, traídas de los bosques. Hacían también narigueras de oro adornadas con piedras preciosas, como esmeraldas y diamantes obsequiadas a los caciques vecinos con los que mantenían buenas relaciones, a los hombres y mujeres importantes de la región, como las princesas y las mujeres de los brujos y de los chamanes. En ésta ocasión traían para Dulima la nariguera mas valiosa y mas bella guardada desde hacia quinientos cuarenta y tres años en un cofre de esmeralda, fabricada en las tierras de Muzo. Tiempo atrás se la regaló la diosa Bachué al cacique de la tribu, en una visita que le hizo, buscando el pájaro de mil colores para que le ayudara a encontrar a su hija Luz de sol.
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