miércoles, 20 de junio de 2012

EL PAIS DE LA NIEVE 8 (La desconocida y fantástica historia del pueblo Pijao). Corregida y ampliada


Sin lograr dar explicaciones, el hielo entre el cacique y su pueblo, se rompió en pedazos formando un cráter amplio por el que salió primero un vapor azul y después una mujer muy linda, parecida a una diosa. Estiró los brazos y levantó las manos saludando al pueblo que se había quedado mudo por la sorpresa de ver semejante aparición.
Era la diosa Dulima, el espíritu de los nevados del país de la nieve surgiendo de las profundidades donde vivía, cuidando las riquezas.
Se elevó quince metros, semejante a una pluma en el aire congelante, entre el silencio del pueblo. Extrañamente los guerreros sintieron tibieza en aquel páramo helado y sintieron también tranquilidad por esa presencia que pocos conocían y que ahora todo el mundo quería ver. La diosa se puso a navegar encima de la gente, deslizándose como una nube. De pronto se quedó quieta y dijo: “Pueblo Panche, Creo que ya todos saben que soy su diosa, la diosa Dulima. Yo duermo dentro del nevado y cuido las riquezas que ustedes dejan ahí. Debo decirle que esta tierra en la que ustedes vivirán, se llamará Tolima, en recuerdo de éste encuentro y para que mi nombre, que es tan parecido, no se olvide”. y las mulas, asustadas por la voz femenina que llegaba de lo alto, se movieron nerviosas, queriendo echar a correr, relinchando y tirando patadas encima de los indios que se empujaban cayendo al hielo en montoneras. Cuminao, el caballo del cacique Ibagué, también sintió un raro impulso. Se paró en sus patas lanzando  un relincho, como si fuera el último. Con el cacique en su espalda, arrancó a correr alrededor del pueblo y de la mulería. Se metió entre la muchedumbre derrumbando todo  entre una algarabía incomparable. Miles de mulas no paraban de relinchar con los ojos desorbitados, mientras de los ojos del caballo Cuminao, salían chispas azules, evitadas por los indígenas para que no los quemara. Dulima seguía en su navegación tranquila. Casi no la podían mirar por tanta luz que teníaen la cara y en el cuerpo. En ese desorden, el pueblo vio  el cielo llenándose de pájaros revoloteando en la  luz de la diosa.  
Las mariposas también llegaron entre aleteos y sonidos, rodeando a Dulima, parándosele en los brazos, en el vestido, en la cabeza, formando nubes que los panches miraban medio bobos.
Para completar el espectáculo, el caballo Cuminao y las mulas, se sentaron en el hielo, parando las orejas, abriendo mucho los ojos, resoplando y erizándose.
El nevado raramente, y en menos de diez minutos, se llenó de gacelas y leopardos venidos del sur. Los Panches vieron leones de melena roja respirando asfixiados por el esfuerzo de la carrera, elefantes blancos que nunca habían imaginado y que no paraban de gritar con sus mocos muy levantados, cocodrilos de un solo un ojo en el centro de la frente y serpientes transparentes a las que se les veían los intestinos. Todos ellos Habían venido a conocer a la divina mujer que ya había bajado al hielo, dejándose tocar de la gente que se empujaba para estar cerca de ella y escucharla. S
Entre tanto frenesí, un guerrero gritó como si estuviera loco:
“Que viva la diosa Dulima”
“Que viva, que viva”, contestaron miles:
Que viva Du-li-ma, Du-li-ma, Du-li-ma, Du-li-ma,Du-li-ma, To-li-ma, To-li-ma, , mezclando las palabras como una sola, mientras la diosa, que ya los indios habían montado en un elefante blanco,muy poderoso, paseaba despaciosa por el hielo, entre toda la  gente que la aclamaba. Mientras tanto otros cuarenta y tres elefantes en fila, elevaban los mocos y gritaban un un ruido sordo pero felíz. Los guerreros iban a los lados y detrás gritando, “Ho, ho, ho, ho ,” bajo la luz rosada de la diosa.
Las mujeres le rogaban a los hombres que las dejaran llegar junto a Dulima porque le iban a hacer un regalo. “Déjenos pasar, déjenos llegar junto a la diosa. No nos empujen.Le llevaban unos aretes de oro, con un diamante, y una pulsera también de oro.
 “Que les abran campo”, ordenó Ibagué observándolas y ellas corriendo, se acercaron, deteniendo al elefante “Quédate quieto” le dijo la diosa, acercándosele al oído.
Yexalen, que estaba al frente de las mujeres le hizo una seña a Dulima “Espérenos un momento diosa”. Entonces Dulima con un movimiento mágico de la mano, la  elevó prodigiosamente, acomodándola en el lomo del elefante, donde la diosa le dio la mano para que se sentara. “Que es lo que quieres?, le preguntó Dulima. “Las mujeres queremos regalarle éstos aretes, y esta pulsera”. Contestó Yexalen felíz, con su vestido de intensos colores, los ojos rasgados, negros; su corona de plumas de pájaros, y su cara de rayitas negras, rojas y verdes que la ponían muy linda. Le dijo a la diosa: “Son un tesoro del brujo mayor, Huenuman, que los ha guardado mucho tiempo en su baul de tesoros y creemos que es el momento de dárselo a alguien como usted”

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