El cóndor oyendo eso, sacudió las alas y gritó “Ggggrrrrrrrr. Estoy listo a ir a donde me digan. Usted sabe, princesa que lo único que tiene que hacer, es ordenarme a donde debo volar”
Entonces la joven se acercó a Ibagué y le dijo: “Padre, solo vine a saludarlo y a saludar a mi pueblo porque hacía días que no los veía. Iré a ver que le pasa a Cajamarca. Seguramente me necesita”. “Como quieras hija. Nosotros mientras tanto, seguiremos conociendo estas regiones que quizás poblaremos en éstos dias. Espéranos allá que nosotros no nos demoraremos en llegar. Bajaremos rápido”.
Millaray miró otra vez a Mohán y a Madremonte para ver que le decían de la invitación. Madremonte le dijo: “Si, te acompañaremos princesa. Mohán dice que irá también, porque una aventura en el cóndor de los andes no se puede perder. Volar en las espaldas de el, no es algo que se puede hacer todos los días, y hay que aprovechar el momento”.
Entonces la joven se despidió de su padre que la abrazó afanado, dejando su lanza abandonada en el hielo. Millaray cogió de las manos a Mohán y a Madremonte jalándolos hasta donde estaba el ave, que los miró estrujando las alas muy nervioso.
La princesa tenía un vestido de lana de ovejo tejido por los nativos de Murillo y teñido con intensos colores. Se lo regalaron un dia que visitó la montaña del Ruiz seis meses atrás, buscando una corona de oro caída en un vuelo del cóndor encima de esa montaña . Llevaba una diadema de oro con esmeraldas, lo mismo que pulseras y aretes del mismo metal. Tenía los ojos rasgados, diecisiete años y risa de cristal. Mohán la miraba seguido y pensaba mirando la altura: “Esta muchachita está linda y será mia”, y seguía fumando su tabaco para calentarse, porque los hielos lo entumecían poniéndolo de mal genio.
La diosa Madremonte también temblaba de frio, se le estrellaban involuntariamente los dientes. Por eso dijo afanada “Vámonos princesa, que nos vamos a congelar aquí”.
Entonces el cóndor dejó caer su ala izquierda para que los viajeros se agarraran de las plumas y subieran a sus costillas. Entre el viento congelante y la neblina, se sostuvieron de las plumas mas gruesas, mientras el buitre subía el ala a su espinazo. Por fin la princesa, el mago y la diosa, pudieron acomodarse encontrando calor.
El ave se preparaba para hacerle frente al viento.
Levantaron las manos, despidiéndose de la muchedumbre que gritaba en un vocerío impresionante. Alzaban las lanzas, los arcos, las flechas, gritando: “Adiós princesa Millaray, adiós Madremonte, adiós mago Mohán” mientras Ibagué, se cobijaba una ruana gruesa, de lana de ovejo que su amiga Yexalen le había traído para que dejara de temblar.
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