Ibagué miró entonces a su pueblo que los
observaba en silencio, empujándose mudos y curiosos para no perderse la escena
del encuentro.
Madremonte desde hacía rato se había puesto el
vestido, dejado encima de la roca. Ahorita le arreglaba los desgarros que Mohán
le hizo en el afán del sexo y la pasión.
Al verla, Millaray se alegró, observando
también a Mohán, puesto muy cerca de ella algo nervioso y excitado, “Que pena
con ustedes, mago Mohán y diosa Madremonte por saludarlos hasta ahora. Es que no
le había puesto cuidado a nadie porque mi papá no me suelta y no me da tiempo de
nada. Hacía mucho que no los veía, pero me alegro que estén aquí, y que estén
bien. Y abriendo los brazos apretó a Madremonte dándole un beso en la mejilla. Le
acarició el cabello, la cara, le miró los ojos y le dijo:
“Está hermosa, diosa, que es lo que usted hace?
Parece que se rejuveneciera cada día. Cual es el secreto para mantenerse así?”.
Y Madremonte sintiéndose vanidosa le
contestó “No se afane princesa. Un día de estos hablaremos de cosas que solo
los dioses sabemos, para que aprenda como mantenerse igual en el tiempo, para
que viva mucho y esté siempre joven, que es lo que cualquier mortal desea”. “Gracias
diosa. No la dejaré en paz, hasta que me lo diga. La perseguiré porque deseo
estar siempre como ahora”. “tranquila Millaray, cumpliré la promesa”.
Entonces Madremonte la dejó, caminando hasta una
roca de hielo, donde se quedó quieta, mirando al pueblo tan callado.
Millaray sorprendida por los ojos codiciosos de
Mohán que la miraba sin disimulo, lo abrazó, bajándole el poder a su mirada. Pero
el mago no perdió la oportunidad, estrechándola y aspirándole el perfume de musgo
y roble que la muchacha mantenía en su piel.
Después Millaray miró al cóndor. Estaba a unos
treinta metros comiéndose una gacela que un Panche le había traído del bosque. De
pronto les dijo a Mohán y a Madremonte “Si quieren viajar conmigo al pueblo de Cajamarca,
subamos a las espaldas del cóndor. Fue que el me mandó a llamar porque está enfermo
y quiere que esté con el”. El cóndor, oyendo eso, sacudió las alas y gritó “Ggggrrrrrrrr. Estoy listo a ir a donde me
digan. Usted sabe, princesa que lo único que tiene que hacer, es ordenarme a
donde debo volar”
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