Cajamarca
y Millaray estaban maravillados viendo tan grande multitud, como nunca habían visto. “Nos están llamando, nos están
haciendo señales. Quieren que bajemos” dijo el anciano jefe Muzo asomándose
peligroso a un lado del ave. Cajamarca lo cogió, no fuera a haber un desastre y
cayera desde esa altura. “Bajemos allá,
al gran patio, donde está limpio y casi no hay gente ahorita” decía el indio
señalando una largura plana, casi sin vegetaciòn que las tribus no habían
ocupado hoy. El cóndor lo oyó, bajando sobre la indiamenta que no dejaba de
mirarlo.
Finalmente
cayó en un ángulo largo, pisando tierra y aleteando raro, dejando las alas
extendidas a modo de saludo.
La
multitud se vino en carrera enloquecida.
Querían
verlo muy cerquita y también tocarlo. “Que pájaro tan grande y tan lindo” decía
uno. “Es el pájaro de las estrellas. Lo mandaron los dioses a la elección del
cacique” dijo otro. “Y como supo lo que vamos a hacer?” añadió otro mas. “Lo que pasa es que los
dioses son sabios. Como todo lo saben, mandaron el pájaro de fuego para que nos
ayude en la elección”.
La
multitud se acercaba despacio. Pensaban que podría devorarlos de un picotazo, o
destruirlos con sus garras, hasta que
Cajamarca, Millaray, el anciano jefe Muzo, y el indio mensajero se pararon de
repente en las costillas del pájaro.
Ahí
fue el asombro, la incredulidad, el reir, la malicia colectiva, porque viendo al indio Guane acompañado por el jefe
Muzo al que todos conocían, y al ver a Cajamarca y a Millaray, no supieron que
pensar ni que hacer. Entonces el indio viajero comprendió el asombro de las
tribus, y gritando a todo pulmón dijo “A mi me mandaron al pueblo de los Muzos
para que invitara al cacique de allá a la elección que haremos de nuestro
máximo jefe que pronto tendremos. El noble anciano ha venido con nosotros, como
ven, pero como allá estaban los hijos del dios Are, que viajan en el cóndor de
las estrellas, nos invitaron a que nos viniéramos con ellos en èsta ave
milagrosa, porque quieren darse cuenta como se elige a un cacique en éstas
tierras.
“Ellos son hijos de Are, el dios de los
Muzos?” preguntó uno, perdido en la multitud. “Si, son hijos de Are y tenemos
que estar contentos que hayan venido en ésta fecha. Ellos como hijos de los
dioses, pueden ayudarnos en la elección”. “Pero bajen, bajen ya para atenderlos
como se debe” gritó el bravo cacique
Macaregua, abriéndose paso entre la gente tan apretada que no permitían ni un
respiro.
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