Y
la voz se perdió.
Entonces
la gente, felíz de haber escuchado a su dios, rodearon al cóndor, a Cajamarca y
a millaray porque ahora si tenían la seguridad que eran hijos de Are, y no
querían perderlos. “Vamos, vamos al pueblo, adorados jóvenes. Quizàs tengan
hambre y sueño. Deben reponerse para buscar al joven Zarva”.
Cajamarca
Y Millaray se miraban felicitándose por su suerte. Le dijeron al cóndor “Cóndor
vaya descanse en el bosque, aliméntese y relájese que pronto lo llamaremos” y
sin hacerse repetir, contestó “Como ordenen, amigos, ya me iré”. Y voló a otras
montañas cercanas donde buscaría animales de buen sabor y donde descansaría
tranquilo, cuidado por algunos muzos que tenían chozas por ahí.
En
poco tiempo todos estuvieron en el pueblo.
Uno
de los antiguos jefes llevó a los jóvenes a una choza amplia y en penumbras, donde
les diò hamacas de colores, colgadas de gruesas columnas, en las que descansarìan
tranquilos. Dos mujeres cobijadas con largas ruanas también de colores,
entraron con pailas de madera llenas de pescados asados, papas cocinadas,
arracachas y trozos de carne de ovejo para que los hijos de Are quitaran el
hambre. Trajeron totumas con chicha que Cajamarca y Millaray agradecieron “Gracias,
gracias” decían comiendo con ganas y bebiedo del líquido, satisfechos.
El
viejo y las mujeres quedaron felices dejàndolos recostados en las hamacas en
las que ya dormirìan. Y al salir, el pueblo sabía de su descanso. Esperarìan
para verlos otra vez y seguirlos a donde fueran.
Durmieron largo rato entre el silencio.
Los
Muzos hablaban en cuchicheos, guardàndoles el sueño. “Cuando los hijos de los
dioses duermen, el silencio debe ser solo de lluvia y viento” decía el viejo
jefe andando entre la gente.
A
las dos horas, Millaray se levantó llamando a Cajamarca “Hola Cajamarca, iremos
al rio minero como dijo el dios Are. Encontraremos al joven Zarva. Asòmate por
esta rendija, la multitud nos está esperando, no ves?”. “Si?” respondió el
joven mirando por las rendijas del bahareque, descubriendo al pueblo sentado en
el suelo, esperando su salida.
Cajamarca
saltó de un brinco al suelo reseco.
Se
acomodó la ruana y las flechas en la espalda, se terció en el hombro el joto,
mientras Millaray cargaba al Tunjo envuelto en dos ruanas, llevando al pájaro
de mil colores que iba y venía en actividad de alas y comida.
Salieron.
Ahí
la gente agachó la cabeza, no se atrevían a mirar de frente a aquellos seres
divinos.
El anciano jefe se acercó escoltado por cinco
guerreros armados con flechas, cerbatanas y lanzas.
Le
dijeron a los jóvenes “Vamos a acompañarlos al rio Minero. No sabemos como encontrarán
al joven Zarva pero nuestro dios Are los guiará para que sus deseos se cumplan ”.
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