Millaray
entonces levantó la voz ordenándole al cóndor “Cóndor de los Andes, vuele en
dirección a Sogamuxi. Aguce sus ojos y su mente. Ponga a funcionar su glándula de dirección para
llegar allà sin problemas”. “Como ordene
princesa” respondió el buitre encontrando la ubicación espacial en poco tiempo,
desplazándose veloz en ese espacio frio y tranquilo.
Desde
el Líbano, donde la noche anterior se habían reunido los magos, los duendes y
las hadas con el fin de arreglar problemas de las tribus de Columbus, hasta
Sogamuxi, a donde irìan, había mucha tierra. De modo que los viajeros se
acomodaron como mejor pudieron, arrunchándose entre las plumas del buitre,
mientras éste volaba en medio de nubes grises cargadas de agua y frio. Se
durmieron profundo, después de haber comido carne de ovejo y yuca sancochada
que Cajamarca cargaba en su joto, junto a otras cosas necesarias en sus viajes.
La
diosa Bachué quien era la que menos dormía, veía los pueblos abajo, trabajando
la tierra, haciendo los sembrados. Pescando, sacando oro y cantidad de
esmeraldas. Mucho humo salía de las cocinas donde preparaban grandes olladas de
alimentos, mientras la gente en los caseríos subía la vista para mirar al
gigantesco cóndor, pájaro al que nunca
habían visto y que les parecía llegado del cielo, por su corpulencia y por la
velocidad y fuerza con que volaba. Muchos se agachaban adorándolo porque les
parecía un sacrilegio seguirlo con los ojos, mientras otros levantaban los brazos
diciendo oraciones para que sus deseos fueran cumplidos al instante, por la
amistad que el buitre debía tener con los dioses y con las estrellas.
El
vuelo fue sin problemas hasta el valle de Iraca donde sintieron el frío muy
congelante de esa región. “Hemos llegado a Sogamuxi” gritó el buitre,
sacudiéndose fuerte para sacar del sueño a sus viajeros que iban adormilados.
“qué?” respondió Cajamarca casi sin darse cuenta de lo que decía. Vió que
estaban en la tierra de los Muiscas, a donde su amiga Chia, y los otros dioses
les habían aconsejado ir, porque seguro allí alguien les diría donde estaba la
montaña brillante, que andaban buscando desde hacía meses.
Vieron
miles de indígenas caminando afanados por las trochas de los valles y de las
montañas, buscando el templo donde se haría un sacrificio a los dioses.
Ese
templo era una construcción circular mas o menos grande donde oficiaban ritos
sagrados los sacerdotes y los jeques. Ahí celebraban ceremonias divinas por las
noches y en los fines de semana, hacían cultos a los dioses, invocándolos para
que los protegiera de todo mal y para que les cumplieran sus pedidos.
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