“Esto es lo
mejor que me ha podido pasar” gritaba Zulia jubilosa “le doy gracias al cielo,
a los dioses, al pájaro de mil colores, al còndor y a ustedes por haberme dado
el regalo de èstas alas maravillosas que me permiten ir de un sitio a otro en
poco tiempo”. “Aprovèchelas como mejor pueda” le gritaba Cajamarca, admirado por
el vuelo de la muchacha, mientras Guaymaral miraba mudo a su hermosa mujer
convertida ahora en un adorable pájaro que querìa tener en sus brazos.
En cuarenta minutos estuvieron sobre el pueblo de
los Barì, o Motilones pero raramente
solo vieron a pocos indios entre las chozas. “porquè no se ve la gente en el
pueblo?” preguntò Millaray ordenàndole al còndor que diera algunas vueltas sobre
el caserìo para observar que pasaba allì “No será aconsejable bajar si la gente
no està ahì” dijo Cajamarca mirando atento la soledad del pueblo. “Pueden estar
tranquilos, princesa Millaray y cacique Cajamarca. Me he dado cuenta que
nuestros amigos Motilones están realizando dos ceremonias que quizás han
empezado hace poco”. Explicó el guerrero Guaymaral sin alejar la vista de una
choza lejana a donde entraban en fila muy ordenada los indígenas. “Lo que pasa es que están haciendo el
exorcismo de los bohíos. Los están tocando fervorosos con sus arcos y sus
flechas para favorecerlos de los ataques enemigos”. Entonces Millaray y
Cajamarca miraron al sitio lejano a
donde ponìa los ojos Guaymaral mientras Zulia, volando a un lado de ellos dijo
en alta voz. “Estàn en la ceremonia del canto o fiesta de las flechas” y bajò mas,
mirando como las chozas estaban llenas de aborígenes, entonando cantos rituales, poniendo finalmente en el centro de las
chozas sus flechas y arcos, después de tocar las paredes de barro con ellas a
manera de bendición y pedido de protección para sus viviendas. De modo que
según los cálculos y por la frescura que Zulia les viò a los Motilones, pensó
que pasarìan muchas horas, quizás hasta la noche para que salieran, porque este
rito se extendía por catorce horas que no interrumpían ni para comer ni para
beber ni un trago de agua.
“Espèrenme un momento bajo a hablar con alguno de
los que cuidan el pueblo” gritò Zulia extendiendo las alas, bajando en un
planeo suave y largo hasta tocar tierra.
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