De pronto, entre la algarabía y el gran desorden,
llegó el cacique de ese pueblo con una larga y gruesa vara en sus manos, símbolo
de su poder y autoridad, a la vez que la usaba como apoyo y para defenderse de los
enemigos y de las serpientes que abundaban mucho por allì, y que sin darse cuenta entraban a las chozas
con gran peligro para los niños y las mujeres. Era el cacique Anbaibe,
acompañado de sus hijos Nutibara y Quimunchú. Venían vestidos con largas batas
de colores para protegerse de los rayos del sol que eran intensos la mayor
parte del año. Tenían diademas hechas con plumas de colores y llevaban las
caras pintadas con líneas geométricas de colores verdes, rojas y negras.
Los dos jóvenes estaban armados con lanzas y
flechas mostrando además una rara agresividad quizás por sentirse invadidos tan
de repente en su territorio por gente
extraña. Le preguntaron a los visitantes sin ninguna prudencia “Ustedes quienes
son, con que permiso llegan a éstas tierras que son sagradas para nosotros? Y además,
éste pájaro gigante donde lo consiguieron? porqué es tan grande?” y al ver
Cajamarca la dureza del cacique y de los hijos, resolvió decir que era pariente
de Inhimpitu, la diosa Guajira, para que los respetaran y los atendieran bien.
“Yo soy hermano de la diosa Inhimpitu,
de éstas tierras y que ustedes conocen muy bien. La joven que viene con
nosotros también es hermana de Inhimpitu, y ellos son Ewandama, dios del pueblo
de los Waunana, y su hijo, que quisieron venir desde el sur del país Chocó a
visitarlos para preguntarles donde podemos encontrar a Inhimpitu, porque hemos
ido a buscarla y no la hemos encontrado. El pájaro en que venimos, se vino
volando muy velòz desde la luna, donde tiene su casa, y como lo ayudamos y le
dimos agua y comida para que se recuperara del cansancio, nos hicimos amigos y
nos dijo que no lo dejáramos nunca porque le gustaba la tierra, para seguir
viviendo aquí y que a cambio de nuestra ayuda podíamos viajar en sus espaldas
todo lo que quisiéramos”.
Entonces el cacique oyendo esto, se ablandó, lo
mismo que sus hijos, que corrieron a servirles con gran atención ”Vengan, vengan comen algo porque
deben tener hambre. Y si quieren
descansar, tenemos buenas hamacas para que duerman y se recuperen. . . Ahhh, entonces
estamos al frente de dioses y de parientes de dioses?” dijo como para si el
cacique Anbaibe, entrecerrando los ojos y moviendo lento la cabeza. Verlos
llegar montados en un pájaro tan grande nos ha dejado boquiabiertos y mudos.
“Sigan, sigan nobles visitantes, mi pueblo también es de ustedes. Vengan a mi
rancho para que coman algo y descansen porque su viaje ha debido ser largo”.
Así, los visitantes sintieron confianza y
acompañados del cacique y de sus hijos, caminaron entre la gente que les abría
paso siguiéndolos y mirándolos insistentes y tocándolos también para ver que
tenían de raro.
Llegaron a un rancho grande de gruesas columnas,
pardes de arcilla y techo de palma que daba frescura en aquel clima tan
ardiente. El suelo estaba cubierto con gruesos tapetes de muchos colores de los
que los Wayúu eran expertos fabricantes. Al llegar allá encontraron al brujo
del pueblo, un hombre anciano, muy delgado, de ojos brillantes y ágiles
movimientos, recitando plegarias al pie de una ventana por la que miraba al
espacio extendiendo los brazos en intensa concentración y en actitud de súplica.
Despues de veinte minutos en los que el cacique y
sus hijos le habían pedido a los visitantes estarse callados para no
interrumpir el rito del brujo, lo vieron finalmente descansar y desgonzarse de
su esfuerzo. Y sin preocuparse de mirarlos porque se quedó con la vista en las
nubes que pasaban, les dijo “Ya sabía que vendría un dios vecino nuestro, con
su hijo, y con dos jóvenes guerreros, permanentes viajeros y exploradores de
Columbus. Sé que han llegado en un cóndor gigante venido de la luna y que se ha
convertido en su buen amigo. Conozco también que andan buscando a la diosa
Inhimpitu desaparecida hace meses de éstas tierras y de la que no tenemos
noticia porque se fue sin decirnos nada”.
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