Se escucharon fuertes berridos en el bosque como si
estuvieran estrangulando a uno.
En una carrera endemoniada, una criatura
alta, de piel roja, ojos de fuego, cola de caimán, cachos largos y puntudos,
cruzò entre el pueblo, ahogado en sus propios
gritos, en su misma pena. Era Daviddu,
temible espíritu dueño de la noche, las enfermedades y la muerte y que ante la
invocación que el pueblo hacìa a su dios, no resistió, sintiendo
que se quemaba y se disolvía en cenizas. Prefirió salir del pueblo, huyendo
frente las fuerzas del bien, antes que lo destruyeran. Como cruzò
entre la gente queriendo matar a algunos indios que habían recibido sus favores
y que eran tan desagradecidos, se elevò iracundo envuelto en llamas cayendo entre la gente en su brutal venganza, desapareciendo en el viento y nubes negras que lo envolvieron en la huida. “Pueblo ingrato, tanto que les
ayude a conseguir y ahora me hacen huir llamando a su dios que odio con mi
sangre y mi pensamiento” gritaba Daviddu con horrible voz, lejos del pueblo.
“Nunca me volverán a tener, malditos indios malacara” se alcanzaba a escuchar
en el viento.
Entonces el pueblo se puso feliz, comprendieron que todo mal había salido de sus tierras. Tranquilos se comieron sus piñas adorando al dios creador.
Pero como las ceremonias no terminaban
ahì, muchos indios fueron al bosque a traer leña. Encenderían siete
fogatas alrededor de las que danzarìan los hombres, las mujeres y niños,
acompañados de tamboras, flautas, y cuernos. Invocarían a su otro dios,
Sabaseba, que les habìa dado la luz. Este dios les formó la tierra para que
vivieran bien.
No hay comentarios:
Publicar un comentario