jueves, 19 de marzo de 2015

EL PAIS DE LA NIEVE Y LA MONTAÑA BRILLANTE 75 (La desconocida y fantàstica historia de los pueblos indìgenas de Columbus)




 Los invocaremos con músicas, cantos y danzas alrededor de muchas fogatas y con el sonido de tambores y de las maracas mágicas. Ellos, Juyà y Pulowi serán los sacerdotes que consagraran la unión de un dios con una princesa en èste pueblo Wayuu. De modo que llamemos a la gente para hacer un extenso rito, aprovechando la presencia de los hijos de las estrellas, Millaray y Cajamarca que desde hace rato nos están acompañando. Además todo será muy sagrado porque el còndor,  llegado de la luna nos bendecirà también con sus graznidos”.
Cuando el dios Chocò terminò de hablar, la princesa Millaray alzò la voz y dijo. “Cajamarca y yo le daremos a la nueva pareja, las refinadas cagadas de oro que el Tunjo nos ha dejado durante èste tiempo en el joto que siempre llevamos. Ese oro es el mas fino y envidiado del mundo que todos quieren tener. Además el pàjaro de mil colores, que no nos abandona, con su mágico canto  hará que el mar nos permita ver sus sirenas. Ellas cantaràn para nosotros, trayèndonos la suerte y el alimento marino que nunca faltarà”.
Entonces Anbaibe mandò prender muchas fogatas de colores verde, azules, rojas, amarillas, violetas, con el fin de iniciar el rito que atraería a Juyà y Pulowi. A su alrededor danzaban las muchachas, las bellas mujeres maduras y muchos otros del pueblo que también tenìan antorchas en las manos elevadas al viento, mientras Chocò tocaba las maracas mágicas, acompañado por sonidos de tamboras, de flautas, y por los cantos sensuales de las voces femeninas. Asì pasò mas de una hora hasta que el cielo se empezó a poner oscuro, realmente negro como casi nunca sucedìa.  Al poco rato, enormes, poderosos rayos caìan cerca de ellos, casi carbonizàndolos,  hasta que finalmente en un formidable rayo de color rojo incandescente que parecía hacer trizas el espacio y destrozar el mundo, bajò el dios Juyà, con una gruesa vara de oro brillante en sus manos. Su cuerpo era gigante, musculoso sobre el que corrìan arroyos de agua que increíblemente salìan de el y que luego se evaporaban para convertirse en lluvia que fertilizarìa las tierras de allì.
Juyà no querìa soltar el rayo en que había venido desde otras estrellas, hasta darse cuenta que el pueblo lo llamaba a gritos porque lo necesitaban de modo urgente. Solo ahì, y por causa de tanta algarabía, soltò el rayo que desapareció instantáneo, como lo hacen las luces en el espacio. En ese momento se desatò una tormenta que con el tiempo se hizo inolvidable entre  el pueblo Wayuu.  Cayò de los cielos durante tres días y tres noches seguidas, inundando la tierra como nunca había pasado.





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