El cóndor
planeó entonces varias veces sobre el pueblo que le pedía a gritos que no se
fuera, que se quedara siempre con ellos, y para no alargar mas aquella
despedida, se fue veloz por encima de los árboles, sin ponerle cuidado a los
ruegos de la gente, perdiéndose entre nubes viajeras, y bajos cerros en donde
la vista humana no lograba distinguirlo.
En poco mas de una hora vieron el mar.
Estaba inquieto y azulverdoso inventando espuma fugáz
y burbujas instantàneas, entre las que se escondían las ballenas, los tiburones,
los delfines y miles de peces que vivían en ese mundo fluido, poderoso y
cambiante.
“Yo tenía
muchas ganas de conocer el mar” dijo Millaray gritando encantada y como
hechizada frente a esa creación desconocida para ella, sin quitar la vista de la
distancia verdeazul hipnotizante. “Me habían hablado mucho del mar y pensaba
que era una mentira. Como es de lindo y brillante, parece llamarla a una para que
vaya allá y se quede por siempre con el” terminó diciendo, agarrándose fuerte
de las plumas del ave, porque ese vacio le producía un mareo fantasmal ahogante.
“Yo nací en el mar, lo mismo que mi hijo” dijo de pronto Ewandama mirando a la
joven que estaba entre dichosa y temerosa frente a tanto sin fin . “Le da a uno
una especie de angustia mirarlo” dijo Cajamarca riéndose nervioso casi
incontenible, sin poder explicar la causa de esa risa. Entonces el cóndor
entendió que debía alejarse de allí, meterse por encima de los bosques y la
tierra para que sus amigos estuvieran tranquilos, y volteando al sur, buscó las
colinas y los valles sobre los que se fue en un vuelo acelerado, llegando en
poco tiempo a las tierras resecas de la nación Guajira.
“Ya llegamos al país de la diosa Inhimpitu?” le
preguntó Millaray al còndor, arreglándose el pelo que tenía muy revuelto por el
viento. “Si princesa. Ahora lo que hago es buscar el rancho donde ella vive. No
nos demoraremos en llegar allá. Falta poco, ya estoy ubicado. Pero mientras
tanto miren a los nativos Wayúu que saltan haciéndonos señas. Seguro quieren
que bajemos a saludarlos” contestó el ave desplegando las alas para sentir frescura porque el
bochorno que había era mucho. “No, todavía no vayamos donde ellos. Primero encontremos
a la diosa Inhimpitu porque es urgente que hable con ella” respondió Millaray
mirando en la distancia los escasos ranchos que habían, pretendiendo descubrir
el de la diosa.
Cóndor voló varias veces encima del mismo
territorio queriendo dar con el caserón
de Inhimpitu, que no lograba encontrar, hasta que vió las colinas y el
rio, donde habían estado en tiempos pasados. “Aquí abajo era donde ella tenía
su rancho” gritó inquieto porque no veía la casa . “Estoy seguro de eso. No se
me puede olvidar” y sin pedirle permiso a los jóvenes para bajar, descendió a
la orilla del rio que resbalaba tranquilo y silencioso entre las piedras y la
arena. “No está el rancho de la diosa, que le pasaría?” dijo Cajamarca
poniéndose de pie en las espaldas del buitre. “Aquí era donde estaba, lo
recuerdo bien”. “Si, yo también lo recuerdo. No se me olvida” dijo Millaray
desconsolada. “Pero miren, allá se ven columnas enterradas y podridas. Quiere
decir que hace mucho no está aquí”, dijo
afligida. “Entonces lo que hay que hacer es ir a la tribu y preguntarle
a la gente si saben algo de ella” propuso Ewuandama mirando a su hijo que no
decía ni una palabra. “Si, eso es lo que tenemos que hacer. Bajemos un poco, descansemos,
tomemos agua, comemos algo y vamos donde los Wayúu. Es posible que ellos nos
den razón de la diosa.
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