sábado, 14 de diciembre de 2013

EL PAIS DE LA NIEVE Y LA MONTAÑA BRILLANTE 6 (La desconocida y fantástica historia de los pueblos indígenas de Columbus)



 Pronto entraron solemnes por el corredor del norte, mirados por la abigarrada multitud que se empujaba y se tumbaba en el suelo, creando un bárbaro desorden que nunca llegaba a calmarse. Llegaron a la gran puerta del templo forrada con láminas de oro representando al sol, y que uno de los sacerdotes abrió con lentitud, dándole pomposidad al acto.
Otro sacerdote que tenía la cabeza muy levantada, con aire de imponencia y autoridad, traía de la mano a un niño de ocho años, dócil, muy manso. Su mirada estaba perdida y sonámbula, incapaz de comprender que dentro de poco iba a perder la vida. Le habían dado a beber de una yerba desconocida que le extraviaba la conciencia. Venía acompañado por su padre y por su madre que lo entregarían felices en el altar del sol para que fuera sacrificado al dios. Lo habían criado exclusivamente para eso, como pasaba con muchos niños de la tribu, para que al cumplir la edad, fueran una ofrenda al dios Xué que los recibiría en sus brazos y los dejaría viviendo en su reino de luz y eternidad para que ayudara desde allá a las tribus.
Ahí fue el alboroto, porque todos querían ver al niño que prontamente se iría con el dios. Querían recordarlo en sus últimos momentos. Deseaban grabar en el recuerdo sus facciones, sus movimientos, sus palabras y quizás sus lágrimas. Ese niño Era en ese momento un pequeño dios que se montaría en los rayos del sol, viajando a velocidades extraordinarias para encontrarse con Xué, su eterno padre. Sería mensajero del agradecimiento y el nuevo intérprete de la deidad.
Esos sacrificios de adolescentes se realizaban cada ocho días, cuando el sol alumbraba.
Suamox, el gran cacique, ayudado por los sacerdotes, recogió las ofrendas que el pueblo había traído, poniéndolas frente a un gigantesco sol de oro que los orfebres de la región fabricaron desde tiempos lejanos, exclusivamente para el templo.
Cuando ya todo estuvo listo para empezar la ceremonia, varios grupos de jovencitas iniciaron una danza con pequeñas antorchas encendidas, que levantaban estirando los brazos. Lo hacían alrededor del templo, inclinándose frente a la gran entrada mientras los músicos sonaban los tambores, las flautas, las maracas, las charrascas y los cuernos, al lado de ellas.
Un poco mas retirados, otro grupo de jóvenes, prendían fogatas  grandes. Las mantenían vivas durante todo el rito porque habían traído abundante leña, palos y troncos. todo el pueblo encendió mas antorchas poniéndolas en lo alto mientras decían roncos “Ho, ho. Ho, ho ho”, implorando para que el dios los escuchara. Y segúian repitiendo la misma fórmula incansables todo el tiempo.
Los sacerdotes dentro del templo, lavaban una larga y plana piedra donde acostarían y amarrarían al niño fuertemente. La perfumaban y rodeaban con flores que las mujeres de las tribus habían traído como complemento y decoración para el sacrificio. Tomaron al niño de los brazos, acostándolo en la piedra y amarrándolo con lazos de fibras de maguey.
El niño estaba mudo y dócil. Se dejaba manipular sin decir ni una palabra, y sin llorar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario